sábado, 13 de octubre de 2012
28º Tiempo Ordinario
lunes, 27 de agosto de 2012
21º Domingo del Tiempo Ordinario
miércoles, 25 de julio de 2012
17º Domingo del Tiempo Ordinario
viernes, 6 de julio de 2012
14* Domingo del Tiempo Ordinario
sábado, 30 de junio de 2012
13 er. Domingo del Tiempo Ordinario
sábado, 9 de junio de 2012
Corpus
sábado, 2 de junio de 2012
Santísima Trinidad
sábado, 26 de mayo de 2012
Pentecostés
Comentario: (Realizado por Susi)
viernes, 11 de mayo de 2012
6º Domingo de Pascua
Comentario:
viernes, 27 de abril de 2012
miércoles, 18 de abril de 2012
3er. Domingo de Pascua
El próximo 22 de abril, es el III domingo de Pascua y leemos Lc24, 35-48.
El milagro de la resurrección es el más importante que obró Jesús, la prueba más clara de su divinidad y el principal fundamento de nuestra fe.
Jesús explicó a sus discípulos que al tercer día resucitaría, y así fue, y así se mostró ante ellos. La reacción de ellos fue totalmente humana, quizás alegría, miedo, duda, pero Jesús, gran modelo de paciencia, les hace ver poco a poco, que vive, que es Él en persona, les muestra sus heridas, su cuerpo, hace sentir su voz, come con ellos, e incluso algo más importante, les dice que su vida ha sido un cumplimiento de las Escrituras: que el sufrimiento, estaba en el programa de Dios, pero el final no era su muerte, sino la VIDA y que a partir de ahora los discípulos tenían que salir al mundo para asumir la misión de Jesús y transmitir sus enseñanzas. Fue como una batalla entre el Jesús resucitado y todo lo humano que en los discípulos se resistía a dejarles dar ese salto de fe.
Jesús dijo a sus discípulos: “Vosotros sois testigos de estas cosas”, los testigos dan testimonio, no pueden ocultarlo, los discípulos de Emaús fueron corriendo a explicar a los otros discípulos lo que les había sucedido, su corazón ardió al estar con Jesús.
Jesús sigue estando presente con nosotros en su Palabra, nos invita a reflexionar sobre ellas, venir a Él, tocarlo, creer en Él, confiar y nosotros podemos verlo, no con los ojos oculares, sino a través de otros ojos: los de la FE.
Señor, amplia nuestra visión para poder ver más allá de lo que nuestros ojos pueden ver, queremos ver tu propósito en nuestra vida y caminar con fe tomados de tu mano.
Gracias Señor, por el don de la vida eterna, porque la muerte no es el final, sino el paso para entrar en ti. ¡Gracias porque no tememos al último día! ¡Gracias porque esa vida eterna comienza en mi corazón!
sábado, 31 de marzo de 2012
Domingo de Ramos
C. Faltaban dos días para la Pascua y los Azimos. Los sumos sacerdotes y los escribas pretendían prender a Jesús a traición y darle muerte. Pero decían:
S. «No durante las fiestas; podría amotinarse el pueblo.»
C. Estando Jesús en Betania, en casa de Simón, el leproso, sentado a la mesa, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco y lo derramó en la cabeza de Jesús. Algunos comentaban indignados:
S. «¿A qué viene este derroche de perfume? Se podía haber vendido por más de trescientos denarios para dárselo a los pobres.»
C. Y regañaban a la mujer. Pero Jesús replicó:
† «Dejadla, ¿por qué la molestáis? Lo que ha hecho conmigo está bien. Porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis socorrerlos cuando queráis; pero a mí no me tenéis siempre. Ella ha hecho lo que podía: se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Os aseguro que, en cualquier parte del mundo donde se proclame el Evangelio, se recordará también lo que ha hecho ésta.»
C. Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, se alegraron y le prometieron dinero. Él andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. El primer día de los Azimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:
S. «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?»
C. Él envió a dos discípulos, diciéndoles:
† «Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?” Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.»
C. Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Al atardecer fue él con los Doce. Estando a la mesa comiendo, dijo Jesús:
† «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo.»
C. Ellos, consternados, empezaron a preguntarle uno tras otro:
S. «¿Seré yo?»
C. Respondió:
† «Uno de los Doce, el que está mojando en la misma fuente que yo. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; ¡más le valdría no haber nacido!»
C. Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:
† «Tomad, esto es mi cuerpo.»
C. Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo:
† «Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.»
C. Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos. Jesús les dijo:
† «Todos vais a caer, como está escrito: “Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas”. Pero, cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea.»
C. Pedro replicó:
S. «Aunque todos caigan, yo no.»
C. Jesús le contestó:
† «Te aseguro que tú hoy, esta noche, antes que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres.»
C. Pero él insistía:
S. «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.»
C. Y los demás decían lo mismo. Fueron a un huerto, que llaman Getsemaní, y dijo a sus discípulos:
† «Sentaos aquí mientras voy a orar.»
C. Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir terror y angustia, y les dijo:
† «Me muero de tristeza; quedaos aquí velando.»
C. Y, adelantándose un poco, se postró en tierra pidiendo que, si era posible, se alejase de él aquella hora; y dijo:
† «!Abba! (Padre), tú lo puedes todo; aparta de mí este cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.»
C. Volvió y, al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro:
† «Simón, ¿duermes?; ¿no has podido velar ni una hora? Velad y orad, para no caer en la tentación; el espíritu es decidido, pero la carne es débil.»
C. De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras. Volvió, y los encontró otra vez dormidos, porque tenían los ojos cargados. Y no sabían qué contestarle. Volvió por tercera vez y les dijo:
† «Ya podéis dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora; mirad que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.»
C. Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, y con él gente con espadas y palos, mandada por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había dado una contraseña, diciéndoles:
S. «Al que yo bese, ése es; prendedlo y conducidlo bien sujeto.»
C. Y en cuanto llegó, se acercó y le dijo:
S. «¡Maestro!»
C. Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo prendieron. Pero uno de los presentes, desenvainando la espada, de un golpe le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo:
† «¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a un bandido? A diario os estaba enseñando en el templo, y no me detuvisteis. Pero, que se cumplan las Escrituras.»
C. Y todos lo abandonaron y huyeron. Lo iba siguiendo un muchacho, envuelto sólo en una sabana, y le echaron mano; pero él, soltando la sábana, se les escapó desnudo. Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote, y se reunieron todos los sumos sacerdotes y los ancianos y los escribas. Pedro lo fue siguiendo de lejos, hasta el interior del palacio del sumo sacerdote; y se sentó con los criados a la lumbre para calentarse. Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban un testimonio contra Jesús, para condenarlo a muerte; y no lo encontraban. Pues, aunque muchos daban falso testimonio contra él, los testimonios no concordaban. Y algunos, poniéndose en pie, daban testimonio contra él, diciendo:
S. «Nosotros le hemos oído decir: “Yo destruiré este templo, edificado por hombres, y en tres días construiré otro no edificado por hombres.”»
C. Pero ni en esto concordaban los testimonios. El sumo sacerdote se puso en pie en medio e interrogó a Jesús:
S. «¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?»
C. Pero él callaba, sin dar respuesta. El sumo sacerdote lo interrogó de nuevo, preguntándole:
S. -«¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito? ... »
C. Jesús contestó:
† «Sí, lo soy. Y veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo.»
C. El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras, diciendo:
S. «¿Qué falta hacen más testigos? Habéis oído la blasfema. ¿Qué decís?»
C. Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirle y, tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían:
S. «Haz de profeta.»
C. Y los criados le daban bofetadas. Mientras Pedro estaba abajo en el patio, llegó una criada del sumo sacerdote y, al ver a Pedro calentándose, lo miró y dijo:
S. «También tú andabas con Jesús, el Nazareno.»
C. Él lo negó, diciendo:
S. «Ni sé ni entiendo lo que quieres decir.»
C. Salió fuera al zaguán, y un gallo cantó. La criada, al verlo, volvió a decir a los presentes:
S. «Éste es uno de ellos.»
C. Y él volvió a negar. Al poco rato, también los presentes dijeron a Pedro:
S. «Seguro que eres uno de ellos, pues eres galileo.»
C. Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar:
S. «No conozco a ese hombre que decís.»
C. Y en seguida, por segunda vez, cantó un gallo. Pedro se acordó de las palabras que le había dicho Jesús: «Antes de que cante el gallo dos veces, me habrás negado tres», y rompió a llorar. Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes, con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, se reunieron, y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Él respondió:
† «Tú lo dices.»
C. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo:
S. «¿No contestas nada? Mira cuántos cargos presentan contra ti.»
C. Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado. Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les contestó:
S. «¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?»
C. Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:
S. «¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?»
C. Ellos gritaron de nuevo:
S. «¡Crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. «Pues ¿qué mal ha hecho?»
C. Ellos gritaron más fuerte:
S. «¡Crucifícalo!»
C. Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio -al pretorio- y reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:
S. «¡Salve, rey de los judíos!»
C. Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminada la burla,, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz. Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: «El rey de los judíos.» Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:
S. «¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz.»
C. Los sumos sacerdotes con los escribas se burlaban también de él, diciendo:
S. «A otros ha salvado, y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.»
C. También los que estaban crucificados con él lo insultaban.
C. Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y, a la media tarde, Jesús clamó con voz potente:
† «Eloí, Eloí,, lamá sabaktaní.»
C. Que significa:
† «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
C. Algunos de los presentes, al oírlo, decían:
S. «Mira, está llamando a Elías.»
C. Y uno echó a correr, y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo:
S. «Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.»
C. Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:
S. «Realmente este hombre era Hijo de Dios.»
C. Había también unas mujeres que miraban desde lejos; entre ellas, María Magdalena, María, la madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé, que, cuando él estaba en Galilea, lo seguían para atenderlo; y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén. Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea, noble senador, que también aguardaba el reino de Dios; armándose de valor, se presentó ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se extrañó de que hubiera muerto ya; y, llamando al centurión, le preguntó si hacía mucho tiempo que había muerto. Informado por el centurión, concedió el cadáver a José. Éste compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro, excavado en una roca, y rodó una piedra a la entrada del sepulcro. María Magdalena y María la de José observaban dónde lo ponían.
Comentario:
El próximo 1 de abril, domingo de Ramos, leemos la pasión del Señor según san Marcos.
Para nosotros, el triunfo y el éxito tienen que ser clamorosos y espectaculares; pero Dios ve las cosas de otra manera. Detenido como está, Jesús deja totalmente claro que él es el Mesías, aunque su mesianismo nada tiene que ver con el triunfo político y militar que esperaban los judíos. Más aún, Jesús deja totalmente claro que en su mesianismo entra como componente incluso el silencio de Dios. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? No es un grito de desesperación, de desilusión o de frustración; es el grito filial de aceptación de la no intervención divina. No lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.
Y justo entonces se obra el milagro. Un pagano, el centurión, descubre la armonía existente entre Jesús y Dios. Realmente este hombre era Hijo de Dios. Nosotros, como lectores, sabemos que Jesús se les va a escapar a todos: el muchacho envuelto en una sábana, que al ser detenido se escapa soltando la sábana, es la prefiguración de Jesús resucitado. Con este sentimiento de esperanza, vamos a comenzar esta Semana Santa.
martes, 20 de marzo de 2012
5º Domingo de Cuaresma
domingo, 11 de marzo de 2012
4º Domingo de Cuaresma
lunes, 5 de marzo de 2012
3er. Domingo de Cuaresma
El Evangelio de Juan 2, 13-25, nos presenta a Jesús distinto del que estamos acostumbrados, está enfadado y airado con aquellos que habían convertido en un negocio, el Templo de Dios. Jesús expulsa a vendedores y cambistas, pero ¿Por qué actuó así? ¿Cómo interpretamos este arrebato de Jesús?
Sus discípulos recordaron las palabras del Salmo “el celo de tu casa me devora” y es que el amor por su Padre es tan fuerte e intenso, que le consume en su interior, es como un fuego incontenible, un fuego que le lleva a purificar la casa de su Padre de todo aquello que lo profana.
El Templo es casa de oración y es el lugar donde nos comunicamos con Dios, allí uno puede abrir su corazón, para dejarse llenar por Él, es el lugar íntimo, dónde dejamos que Dios nos acoja en sus brazos, y en esa intimidad, nos sentimos Hijos suyos.
Nosotros como cristianos, tenemos que respetar a Dios, por encima de todo y reconocerlo como el único Señor, tenemos que rechazar todos los cultos falsos que se basan en la búsqueda del dinero y el poder, en vez de basarse en la justicia, la paz y el amor. Esta es la explicación del enfado de Jesús.
Los judíos le piden un signo, y Jesús les dice “Destruid este Templo (que es su Cuerpo) y yo en tres días lo levantaré (con su resurrección). Su muerte y resurrección, será el signo definitivo, para dar autenticidad a su obra y misión.
Jesús es el nuevo Templo, el lugar de encuentro del hombre con Dios y todos los que se unen a Jesús por la fe y el Bautismo, forman en Él un mismo Templo.
Dos preguntas me invitan a la reflexión ¿Has percibido alguna vez en tu corazón el deseo de buscar a Dios? Y si así ha sido ¿Dónde lo has buscado?
Los cristianos lo buscamos en Jesús, y en la comunidad, que se reúne en su nombre.
Muchos lo buscan en los Templos, otros en acontecimientos de la vida y por supuesto, en las propias personas.
Recorre el camino de la fe, busca a Dios a través de la oración, acógelo, y colócalo en el centro de tu corazón, y déjale hablar y actuar libremente en tu vida.
Hay muchos ejemplos de gente sencilla, que experimenta la presencia de Dios, y su vida es una constante manifestación del amor y la misericordia de Dios y están dispuestos a entregar su vida por los demás, Teresa de Calcuta es un bello y claro ejemplo de ello, ella sí que fue un verdadero y claro Templo de Dios.
jueves, 1 de marzo de 2012
2º Domingo de Cuaresma
En aquel tiempo, Jesús invitó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos, secretamente, a un cerro muy alto. Y allí cambió de aspecto delante de ellos. Sus ropas se volvieron esplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo sería capaz de blanquearlas de ese modo. Se le aparecieron Elías y Moisés,* los cuales conversaban con Jesús. Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Levantemos tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. En realidad no sabía lo que decía, porque estaban aterrados. Y se formó una nube que los cubrió con su sombra, y desde la nube llegaron estas palabras: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo”. Y de pronto, miraron a su alrededor: no vieron ya a nadie; sólo Jesús estaba con ellos. Cuando bajaban del cerro les ordenó que no dijeran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del Hombre resucitara de entre los muertos. Ellos guardaron el secreto, aunque se preguntaban unos a otros qué sería eso de resucitar de entre los muertos.
¿Te imaginas ser invitado por Jesús? La sola idea de ello ya me atrapa en el inicio de este texto. Desde el comienzo notamos un aire de intimidad (ellos solos) y de misterio (secretamente), por lo que ya se adivina que algo importante va a suceder.
El lugar elegido un cerro, pero un cerro muy alto, quizas para querer representar la cercanía a Dios. Y de pronto sucede lo inesperado, las ropas de Jesús se transforman, se vuelven de un blanco resplandeciente, qué esta sucediendo, no son las ropas las que están produciendo este fenómeno, es el mismo Jesús el que se ha transformado, es la luz que sale de Él la que transforma sus vestimentas.
Pedro está confuso, tanto que le lleva a decir palabras sin sentido, lo mismo que nos pasa a nosotros ante la presencia de Jesús transfigurado.
Jesús se me presenta con Moisés y Elías, en Él recapitula la ley y los profetas. Jesús nos muestra el camino a la Resurrección, que pasa idefectiblemente por la Cruz. Una Cruz que no es un signo de sufrimiento, sino de Amor. En ella, Dios nos ha mostrado el mayor amor de que es capaz. Llega incluso a renunciar a su Hijo, cuando ni a Abrahám le consintió pasar por ese suplicio, por el suplicio que para un padre perder a un hijo.
La tentación de Pedro es la misma que tenemos cualquiera: llegar a la gloria sin pasar por la cruz, la de llegar a la luz sin pasar por el gastarme y desgastarme por los demás. La contemplación que no nos devuelve a la vida no es auténtica contemplación, y viceversa, el desgaste de mi vida que no hago porque en el que tengo al lado veo a Dios y lo contemplo así, no es auténtica vida.
El texto nos lleva más alla, y la presencia de Dios en forma de nube y palabra nos dice que es el mismo Dios el que está realizando la transfiguración de su Hijo. Dios nos habla a través de Jesús.
Me pregunto, si me pego tanto a Jesús como sus túnicas, ¿también a mí me pasará lo mismo que a ellas?, ¿me iluminaré?, ¿podre ser un ser con luz? y la respuesta es sí, pero para ello una premisa: Dios me dice: escúchame y hazlo a través de mi Hijo.
martes, 21 de febrero de 2012
1er. Domingo de Cuaresma
Texto: Mc 1, 12-15
En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: Convertíos y creed en el Evangelio».
Comentario: (Realizado por José Luis)
No creo yo que haya de interpretarse la letra textualmente: “el Espíritu empujó a Jesús al desierto…”. ¿Cómo iba a empujar el Dios-Espíritu a lugar tan inhóspito al Dios-Hombre? Parece más suave si decimos que influyó en El, con la propia fuerza del Espíritu hacia algo que, bien mirado, tenía poco de agradable. Al desierto… lugar inhabitable, vacío de algo positivo, seco, árido… Si al menos hubiera sido a un oasis…
Alimañas con las que convivía era lo único que habitaba aquel lugar. Dice Marcos que los ángeles le servían, eran su único apoyo, su único consuelo, su única compañía.
¿No sentimos a veces, nosotros mismos, encontrarnos en un paraje semejante? La soledad nos invade, el sufrimiento nos aniquila, el miedo nos corroe… Pero nos cuesta ser capaces de elevar los ojos al cielo y esperar la bajada del ángel que nos proteja, que nos dé aliento, ánimo, fuerza…
Y Jesús, una vez transcurrido el plazo, se marchó a proclamar el Evangelio, lleno de fuerza, de vida, de argumentos, que había encontrado en el desierto, una vez recibido el Bautismo de Juan. Y nos grita: “Convertíos, y creed en el Evangelio”.
Este ángel, que nos dé un valor semejante al que dio a Jesús, es al que debemos esperar y encontrar, para que nos haga capaces, primero de sentir nuestra propia conversión y creer a pies juntillas en el Evangelio. Y después nos preste ayuda y apoyo para pedirlo, exigirlo a los demás, a todos aquellos que deseen verse, encontrarse con Dios, acercándonos a El, yendo con El de la mano.
Dos temas distintos se enfrentan en este pasaje evangélico tan corto: pasar primero por el sufrimiento, y ya una vez asimilado, proclamarlo con vigor por todo el mundo, a todas las personas, ser decididos en su evangelización. ¿Somos capaces de sufrir primero y de proclamar después? Este, y no otro, es el camino.
sábado, 18 de febrero de 2012
7º Domingo del Tiempo Ordinario
Texto: Mc 2, 1-12
Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaúm, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Él les proponía la Palabra. Llegaron cuatro llevando un paralítico y, como no podían meterlo, por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico: «Hijo, tus pecados quedan perdonados». Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros: «¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, fuera de Dios?» Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo: «¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico “tus pecados quedan perdonados” o decirle “levántate, coge la camilla y echa a andar”? Pues, para que veáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados...» Entonces le dijo al paralítico: «Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa». Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo: «Nunca henos visto una cosa igual».
Comentario:
Este 19 de febrero celebramos el 7º Domingo del Tiempo Ordinario y seguimos la lectura continua del evangelio de Marcos 2, 1-12. De nuevo, como en los domingos anteriores nos encontramos con un hecho milagroso, la curación de un paralítico delante de un montón de gente. En cuanto al texto resaltar que la fe que observa Jesús y que le mueve a curar al paralítico no es la del mismo paralítico (que ni hace ni dice nada, hasta el momento de coger la camilla e irse) sino la de las cuatros personas que le llevaban. De nuevo, no hay hechos prodigiosos, ni gestos exagerados en los milagros de Jesús, la sola Palabra es suficiente, ante el asombro de la gente. Por otro lado, está la controversia con los escribas que pensaban que Jesús no podía perdonar los pecados, en su corazón le acusan de atribuirse reservadas a Dios. El milagro no es más que la prueba para demostrar que Jesús es Dios, que la curación física es consecuencia de la curación interior que obra el perdón de los pecados (no en vano la Iglesia considera la reconciliación un sacramento de sanación) y, por último, de su restitución a la sociedad, a la comunidad. Y el asombro de todos, Jesús no hace los milagros porque sí, ni para que se vea el poder que tiene, ni para que le demostrar que es Dios, sino para que seamos conscientes que el Reino de Dios está entre nosotros, que ha comenzado ya, y movernos a actuar, a continuar esa construcción de ese Reino de Dios en nuestra sociedad.
Para nosotros el mensaje debería ser que no tenemos por qué estar necesitados para que Dios actúe a través nuestro, que nuestra fe puede ayudar a los demás. Y eso, es también construcción del Reino. Que podemos provocar en los demás la conversión, que podemos llevarlos a Dios, que nuestros actos no sólo nos valen a nosotros sino también a los demás. En cuanto a los escribas, ¿cuánta gente vemos a nuestro rededor que critica y pretende que nuestra fe no es respuesta a la Revelación divina? ¿Cuántas veces nos erigimos en los únicos portadores de la verdad, sin ser conscientes del daño que podemos causar o del bien que evitamos por hacerlo? ¿Cuántas veces somos escribas? Dejemos a Dios ser Dios y actuar en nuestras vidas.