sábado, 13 de octubre de 2012

28º Tiempo Ordinario


El próximo 14 de octubre, domingo 28 ordinario, leemos Mc 10, 17-30, donde un joven le pregunta a Jesús qué tiene que hacer para alcanzar la vida eterna, y Jesús le invita a venderlo todo y dárselo a los pobres, ante lo que el joven se retira triste, porque era muy rico.
Desde que el hombre es hombre ha sentido el deseo de sobrevivir más allá de la muerte. La pregunta del que se acerca a Jesús en el pasaje del evangelio de hoy va orientada a cómo hacerse merecedor de esa vida eterna. La respuesta de Jesús lleva a los mandamientos; en ellos se encuentra la voluntad de Dios, en ellos se encuentra la vida eterna, que es el centro de la pregunta planteada. Sin embargo, observemos que en la respuesta de Jesús no están los mandamientos que se refieren a la relación con Dios, sino sólo los de la segunda tabla: los que se refieren a la relación con los semejantes. Está claro, pues, que en orden a la vida eterna, Jesús da una prioridad al comportamiento con los semejantes y al hecho global de vivir los mandamientos. El interlocutor de Jesús, sin embargo, no se asusta ante la exigencia que está escuchando, pues, según él mismo manifiesta, desde pequeño está viviendo ya todo eso. Jesús, ahora, dará una vuelta de tuerca a la exigencia del que ha salido a su encuentro, marcada por tres imperativos: vende, dale, sígueme. Una vez que las escucha, el joven sale de la escena en silencio y pesaroso. Era muy rico. No estaba dispuesto a dar más. La invitación al desprendimiento y al compartir ha chocado con el límite que él había puesto. La invitación al seguimiento de Jesús fracasa y ahora él se aleja de Jesús en silencio, sin palabras.
A propósito de esta entrevista, Jesús echa una mirada en torno y continúa la instrucción a sus discípulos: los ricos tienen difícil su entrada en el reino de Dios. Extrañeza de los discípulos, aclaración de Jesús: los que ponen su confianza en el dinero. Al final, Jesús pone la causa de la salvación en Dios y en su misericordia. Queda claro: es imposible para los hombres; pero Dios lo puede todo. Hay que convencerse que, después de todo, la salvación no dependerá de nuestro esfuerzo ni de nuestros éxitos ni de nuestra hoja de servicios. Será un don de Dios. En el ejercicio de su misericordia, se apiadará de todos nosotros y nos concederá la salvación, porque para los hombres es imposible conseguirla o merecerla. Nosotros debemos vivir cumpliendo la voluntad de Dios; lo demás será regalo suyo. Todavía hay gente en el siglo XXI que quiere “hacer méritos para el cielo”. ¡Qué barbaridad! Para nosotros es imposible; pero a nosotros nos bastará con buscar el reino de Dios y su justicia, porque lo demás se nos dará por añadidura.

lunes, 27 de agosto de 2012

21º Domingo del Tiempo Ordinario


 Este domingo 26 de agosto, es el XXI del Tiempo ordinario y leemos Juan 6, 60-69.

Me gustaría pararme y reflexionar sobre esta frase: “Su enseñanza es muy difícil de aceptar”, es decir, sus palabras no son difíciles de entender, sino de aceptar.
Jesús les dice a sus discípulos: el que crea en mí, que me siga y el que no, se puede marchar. ¡Vaya disyuntiva! A los discípulos les resulta dura su forma de hablar, quizá ven excesiva la adhesión que reclama de ellos, Jesús quiere la entrega total.
Muchos seguidores de Jesús se marcharon, porque se dieron cuenta que aceptar lo que Jesús propone significaba un cambio radical en sus vidas, en su vivencia diaria. Pero los discípulos no, y Pedro contesta con rotundidad, claramente y sin dudas: “Tus palabras son palabras de vida eterna”. Así es, Pedro reconoció a través de su fe, que Cristo es la imagen del Padre, reconoció su bondad, dejó que se convirtiera en el eje de su vida, sintió su abrazo y adhesión a Él.

Jesús que ha sido perseguido, humillado y que ha demostrado su incredulidad no sólo con palabras, sino con pruebas, milagros… y aún así la gente no le creía. Siente que sus palabras no tienen la suficiente fuerza y sus discípulos carecen de fe y les hace una pregunta desgarradora ¿también vosotros queréis marcharos? Esta pregunta que sale del alma, desgarra el corazón, llena del sentimiento más profundo, parece como si por un momento Jesús temiera quedarse sólo, nadie como Él sabe llegar a lo más hondo del corazón.

Hoy día mucha gente, se aleja de la Iglesia, la pregunta de Jesús se dirige igualmente a los cristianos de hoy. Necesitamos de la comunidad, para llegar a la plenitud espiritual. Decir sí a Jesús, es decir sí a la Iglesia y a la Comunión Eucarística.
Ser cristianos no significa aceptar unas ideas sin más, sino que esas ideas tienen que cobrar vida, transformar nuestra vida, ¡eso es lo difícil!
Seguir a Jesús es algo más que una decisión nuestra, es el Padre quién nos conduce a seguirle y el Espíritu Santo es el que nos ayuda a entender sus palabras.
Hay gestos y palabras de Jesús tan actuales, que están presentes en nuestros problemas y preocupaciones de nuestra vida diaria, son gestos que se resisten al paso de los tiempos. Los siglos transcurridos no han hecho perder la fuerza de sus palabras y la vida que transmiten, a poco que estemos atentos y abramos nuestro corazón.
¡Qué maravilloso ser discípulo de Jesús! Conocer y encontrarse con la frescura llena de vida de Aquél que perdonaba a las prostitutas, abrazaba a los niños, contagiaba esperanza y compasión e invitaba a los hombres a vivir con la libertad y el amor de los Hijos de Dios. 

miércoles, 25 de julio de 2012

17º Domingo del Tiempo Ordinario


Evangelio: Jn 6, 1‑15 
En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: «¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?» Lo decía para tentarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo». Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero ¿qué es eso para tantos?» Jesús dijo: «Decid a la gente que se siente en el suelo». Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie». Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: «Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo». Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.

Comentario:
El próximo 27 de julio, domingo 17 ordinario, leemos Jn 6,1-15, donde nos encontramos el relato de la multiplicación de panes y peces, gracias a la colaboración de un muchacho que comparte sus cinco panes y dos peces.
Los discípulos querían que la gente se marchara a las aldeas antes que anocheciera y pudieran comprarse de comer, pero Jesús les interpela directamente a ellos; querían escurrir el bulto, pero la orden de Jesús es: “dadles vosotros de comer”. El detalle del muchacho revela que el verdadero milagro que se obró allí no fue exactamente que comieran cinco mil hombres con cinco panes y dos peces, sino que ese muchacho fuera capaz de compartir lo que a todas luces parecía imposible que pudiera servir de algo.
Si la guerra es un fracaso de toda la humanidad, no lo es menos el hecho de que ya iniciado el siglo XXI, sigan muriendo de hambre y desnutrición miles de personas todos los días. Manos Unidas nos recuerda cada año en sus campañas esta situación. Cierto que a través de sus proyectos se ha ayudado a muchas personas, familias y pueblos a salir adelante, pero ¿qué supone una gota de agua en la inmensidad del océano? Se llevan más de treinta campañas anuales contra el hambre, y el problema está lejos de ser resuelto: es un problema estructural. Juan Pablo II, a propósito del jubileo del 2000, pidió la condonación de la deuda externa de los países ricos hacia los pobres; esto podía haber sido un primer paso, pero ni siquiera ese paso se dio. A cualquier persona con un mínimo de sensibilidad se le cae la cara de vergüenza al contemplar el escaso o nulo interés de los países más poderosos cuando se organizan “Cumbres de la Tierra” para solucionar el problema del hambre. Es posible que esa solución requiera de un milagro, pero ese milagro no vendrá desde el cielo; arrancará necesariamente de la actitud de quienes comparten lo que poseen. La globalización tendría que ser de la solidaridad, de los recursos al servicio de todos, de la justicia y de la paz, de una relación fraterna entre todos los pueblos. Entender que el mundo pertenece a todos y que sus recursos están al servicio de todos y que, además, todos merecemos por igual la oportunidad de vivir en él es fundamental para la solución a la bochornosa situación actual.
El hambre se ha utilizado para someter y subyugar a pueblos enteros. Se ha utilizado como arma de guerra y de tortura. Se ha utilizado como medio de presión política y económica... y se sigue utilizando hoy como herramienta de desprecio y de muerte hacia miles de seres humanos. Y esta situación de ojos cerrados o de mirada desviada hacia otra parte, sigue clamando a Dios tanto como la sangre de Abel o la opresión de su pueblo en Egipto.
Con la que nos está cayendo solo una opción radical por la solidaridad nos puede ayudar a sobrevivir a esta crisis. Cambiar nuestra mentalidad de obtener beneficio por la de qué es mejor para el otro, para el más desfavorecido. Las soluciones que nos ofrecen no piensan en los que más necesitan, sino en el propio interés. El ejemplo nos lo dieron hace pocos días cuando al imponernos el copago sanitario, especialmente en las pensiones más bajas, nos dijeron que 8€ son cuatro cafés, y es cierto, pero para muchas personas eso puede suponer la diferencia entre comer o no durante varios días. 

viernes, 6 de julio de 2012

14* Domingo del Tiempo Ordinario

El domingo 8 de julio es el XIV domingo del Tiempo Ordinario y  leemos Mc 6, 1-6.   Jesús vuelve con sus discípulos a Nazaret y enseña en la sinagoga. La reacción de los que le conocen es de incredulidad y de rechazo al oírle hablar de la Buena Noticia del Reino de Dios, no se creen que una persona conocida por todos, trabajadora y sencilla pueda hablar de Dios como sólo Él lo hace, que pueda transmitir amor y compasión hacia los más necesitados, que pueda hacer milagros y curar enfermos. No entienden que el Mesías, sea una persona distinta a lo que ellos creen, su incredulidad les lleva a no escuchar lo que dice, se fijan sólo en su persona, en quién les habla, no en lo que habla. Hoy en día estamos acostumbrados, a que cada uno habla según quién es, su formación, su situación laboral, su status social… ¿por qué nadie puede ser diferente de como lo ven? ¿por qué nadie puede ser distinto de cómo han decidido que deba ser?   Hay un dicho popular que dice: “Nadie es profeta en su tierra”, ¡cuántas veces sufrimos porque nuestra fe no es reconocida! ¡cuántas personas piden explicaciones sobre nuestra fe…! Y a pesar de ello, no comprenden la profundidad de nuestro mensaje, siempre habrá un pero y una queja, los humanos somos así, no hay mayor ciego, que el no quiere ver.   A veces estamos al lado de amigos y conocidos, y no vemos lo bueno del otro, no queremos reconocerlo, porque sentimos en nuestro interior la herida de la envidia y los celos.   Jesús fue rechazado en muchos momentos de su vida, pero en la actualidad son muchos los que  le admiramos, le invocamos, le rezamos y está en boca de muchos hombres y mujeres cuya tarea es evangelizar.   Tenemos que enseñar a los demás, que Cristo es alguien por quien vale la pena vivir y merece la pena luchar. Nuestro amor y pasión por Jesús, tiene que transmitir alegría y gozo y hacer que nuestra vida sea una lucha continua, para que otras personas puedan descubrir el tesoro más precioso: sentir a Dios vivo en sus corazones.

sábado, 30 de junio de 2012

13 er. Domingo del Tiempo Ordinario

(Realizado por Susi)
El próximo domingo 1 de julio es el XIII del tiempo ordinario y leemos Marcos 5, 21-43. En el Evangelio de hoy aparecen dos milagros, la inminente muerte de una niña, la hija de Jairo, un jefe de la sinagoga y la enfermedad de una mujer adulta, que sufría hemorragias desde hacía doce años. En ambos casos,  la necesidad y la desesperación hacen que las personas busquen a Jesús.
La clave de los dos milagros se encuentra en la fe: “Hija, tu fe te ha curado” y “no temas, basta que tengas fe”.
La hemorroísa se acerca a tocar el manto del Señor con fe, con la certeza de que puede curarla y la esperanza de que Él lo hará.
Este Evangelio capta el momento en el que, entre una gran muchedumbre, Jesús tiene la capacidad de percibir lo invisible y siente el deseo, la emoción, la necesidad de alguien que necesita de su contacto y de su salvación.
En nuestra vida diaria vivimos acelerados, vamos corriendo de un lado a otro, siempre hay razones para no pararnos, para no mirarnos, para no sentir, no observar….. El egoísmo nos ciega y no nos deja descubrir quién intenta tocarnos, quién intenta hablarnos, quién nos mira, quién nos solicita, quién nos llama, quién nos necesita.
También nosotros podemos compartir el lugar de Jesús, (desde nuestra pequeñez y aún bastante lejos de parecernos a Él)  y asumir que somos instrumentos de Dios, para tocar, ayudar y sanar un poquito el dolor de otros que nos necesitan.
Jesús le dice a la hija de Jairo “Talitha qumi” que significa “contigo hablo niña, levántate”, Jesús nos invita a todos a levantarnos, que nuestro corazón no muera en la tristeza, el pesimismo, la angustia, el desaliento, quiere resucitar nuestros corazones del miedo, la indiferencia, el egoísmo y humanizarnos.
El que ama y se sabe amado, no tiene miedo a pedir y no se reserva nada cuando se trata de dar.

sábado, 9 de junio de 2012

Corpus


10 de Junio, festividad del Corpus, Evangelio de Mc, c.24, vv, 12-16 y 22-26.

Todos sabemos bien lo agusto que nos sentimo cuando estamos con las personas a las que queremos. Cuando nos reunimos con familiares y amigos con motivo de una boda, por ejemplo, querriamos que nunca llegase el momento de la separacion. “Quedate un poco mas”, decimos al que nos anuncia que ya se tiene que marchar. Y es que, quizas por que estamos hachos a imagen y semejanza de un Dios que es comunitario, tambien nosotros estamos llamados a vivir, no en soledad y aislamiento, sino en comunidad, relacionados con los demas. Y como, hoy por hoy, vivimos en esta forma corporea, fisica, necesitaremos que nuestras relaciones pasen tambien por ese medio fisico. Por eso necesitamos una cercania fisica, tambien, de Jesus; a quien confesamos como nuestro Señor y Salvador, como nuestro Hermano y Amigo.

La Eucaristía es el mismo Jesus, físicamente cerca como a nosotros, que nos alimenta y nos ayuda a identificarnos con aquel que se partió y repartio en el servicio a los demas, para que tambien nosotros seamos capaces de hacer lo mismo que El hizo.

Comulgar no es un ato de piedad, sino un compromiso con el Reino y con la lucha por hacerlo presente en nuestro mundo.

sábado, 2 de junio de 2012

Santísima Trinidad

Este domingo celebramos la Solemnidad de la Santísima Trinidad y leemos Mt 28, 16-20. Dios es uno y trino, es Padre, Hijo y Espíritu Santo, un solo Dios en tres Personas. Es el misterio más profundo de fe, imposible de entender por la razón pero fácil de vivir y de sentir. Estos versículos son los últimos del Evangelio de Mateo y Jesús les encomienda una misión: “Id y haced discípulos de todos los pueblos”, les anima a ponerse en marcha, salir al encuentro de los hermanos y anunciar su Palabra, en ella es dónde nos damos cuenta del Amor de Dios a los hombres, en la Palabra es dónde aprendemos a vivir como Jesús, aprendemos de su Amor, de su vida compartida, de su entrega, de su misericordia. No se trata de obligar, ni de convencer a nadie, sino de contagiar y motivar, con nuestra ilusión y pasión por Jesús, al resto de los hermanos, pero Jesús quiere algo más: “Enseñadles a guardar todo lo que os he mandado” ¿qué hay que guardar? La Palabra en nuestros corazones, Ella es alimento para nuestra alma, no basta con leerla, no basta con llevarla a nuestra mente, hay que entender lo que Jesús nos enseña a través de ellas y llevarla al corazón, sólo así dará su fruto para hacer lo que nos ha mandado y ¿qué nos ha mandado? El principal Mandamiento es el Amor, el Amor fraternal, a los hermanos, a los amigos…. Esto sólo es posible si abrimos nuestro corazón a los demás, compartimos lo que tenemos, lo que sabemos, y ayudamos a los que lo necesitan, es un amor sin egoísmo, sin esperar nada a cambio, no es exclusivo.  Conseguir este don es algo asombroso, es convivir con Dios, es conocer a Dios. El Bautismo, por obra del Espíritu Santo, nos da una vida nueva, nos hace Hijos de Dios y entramos a formar parte de la familia de Dios: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Jesús está con nosotros, camina a nuestro lado, es nuestro compañero de viaje, es el que nos ayuda a escalar esa montaña y una vez que llegamos a la cima, tenemos la satisfacción de ver algo maravilloso, es el que cuándo tomamos un camino difícil nos ayuda con su Palabra, a superar los baches, es el que hace posible renunciar a nosotros mismos para darnos a los demás. Él está ahí siempre, llevándonos de la mano y está presente en todos los acontecimientos de nuestra vida. ¿Es posible que todavía no nos hayamos dado cuenta?

sábado, 26 de mayo de 2012

Pentecostés

Texto: Jn 20, 19-23

Al anochecer de aquél día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».



Comentario: (Realizado por Susi)

Este domingo celebramos la fiesta de Pentecostés, y leemos Juan 20, 19-23.
Es la fiesta en la que todos los cristianos, tenemos que ser conscientes de lo que supone ser movidos por el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo.
Este texto nos recalca una vez más que Jesús crucificado en la Cruz, es el mismo que resucita y se muestra ante sus discípulos, con un saludo “paz a vosotros”, esta paz se refiere a una paz interior y espiritual que designa confianza, serenidad…
Jesús les dice: “Recibid el Espíritu Santo” y ¿qué hizo el Espíritu en los discípulos? Les dio valentía, fuerza y valor para predicar, ya no le temían a nada, ni a la cárcel, ni a la tortura, ni al martirio, porque la fuerza del Espíritu estaba en ellos. Esa misma fuerza, es la que nos empuja a nosotros a cumplir nuestra misión.
El Espíritu Santo, es el alma de mi alma, la vida de mi vida, el ser de mi ser, el santificador, el huésped de mi interior más profundo, para llegar  a madurar en mi fe, es necesario que mi relación con Él sea cada vez más personal, necesitamos abrir las puertas de nuestro interior de par en par, para que Dios habite en nosotros. Él Espíritu, que es Dios, es el que hace “ARDER” nuestro corazón, en AMOR y nos mueve a hacer las obras de Dios.
Señor ¡Quiero disfrutar mi fe! ¡Quiero disfrutar el placer de amar con tu amor! ¡Quiero recibir el perdón y la paz! ¡Quiero los frutos de tu resurrección!
Hoy hay varias preguntas que nos invitan a reflexionar sobre nosotros mismos:
¿Cómo está mi vida espiritual? ¿Verdaderamente he recibido a Cristo en mi corazón? ¿Cómo estoy ejerciendo el don o los dones que el Espíritu Santo me ha otorgado? ¿Cuáles son los frutos de dichos dones?  

viernes, 11 de mayo de 2012

6º Domingo de Pascua

Texto: Jn 15, 9-17
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros».


Comentario: 

Este 6º Domingo de pascua, nos enfrentamos a Jn 15,9-17. Y digo nos enfrentamos, porque este conocido evangelio supone uno de los mayores retos para los cristianos. El texto es continuación del de la vid verdadera que meditamos el domingo pasado, y las implicaciones que contiene son, prácticamente, las mismas (permanencia, compromiso…), pero ahora vamos mucho más allá. Hasta ahora, la cosa ha sido, más o menos fácil, ahora debemos aplicar esas implicaciones que vimos la semana pasada referidas a Dios, a los demás, a los hermanos.
El evangelio nos habla del mandamiento nuevo, ese que a la mayoría de nosotros nos da más problemas a la hora de hacer un examen de conciencia. No puedo dejar de recordar a un amigo mío que siempre me ha dicho que el mayor pecado que cometemos, que comento… forma parte de nuestra propia naturaleza humana: el sentirnos incapaces de amar como sentimos que Jesús nos ama, esa incapacidad para una correspondencia en el mismo nivel.
Pero el compromiso cristiano no se puede quedar en un nivel intimista, individualista, tiene que ir más allá. Tiene que llevarnos a los hermanos. Como no se cansa de repetirnos Juan, en su Evangelio y en sus Cartas, la máxima es el Amor, y si alguien dice que ama a Dios a quien no ve y no ama al hermano a quien sí que ve, es un mentiroso.

viernes, 27 de abril de 2012

Texto: Juan 10, 11-18
En aquel tiempo, dijo Jesús: «Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por eso me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre». 

Comentario:
El próximo 29 de abril, domingo 4º de pascua, leemos Jn 10, 11-18, donde Jesús nos dice que él es el Buen Pastor.

La liturgia del cuarto domingo de Pascua nos presenta todos los años a Jesús como Pastor de una grey. La figura del pastor procede de la literatura del antiguo testamento y se aplica a los que ejercen la autoridad en el pueblo de Dios. Los profetas del Antiguo Testamento denunciaron en repetidas ocasiones la corrupción de los dirigentes religiosos y anunciaron un Mesías que pastoreará en persona al pueblo santo con actitud de servicio, de justicia, de ejemplo y constituyéndose en modelo del rebaño. En la reflexión de la Iglesia, los sacerdotes, los obispos, el Papa, son llamados los pastores de la Iglesia. Su misión es reunir al pueblo santo de Dios y conducirlo hacia el Padre. Su presencia, se dice, es signo de la presencia de Cristo, el único y auténtico Buen Pastor. No es buen pastor el que se aprovecha de su posición en beneficio propio; tampoco lo es el que entiende su autoridad como un puesto de mayor relevancia sobre los demás; tampoco lo es el que trata de someter y subyugar a sus “inferiores” como déspota, tiranizando y despreciando la dignidad de sus ovejas; tampoco es buen pastor quien impone sistemáticamente su opinión apelando a su autoridad “sobre” los otros; ni lo es quien se aprovecha del puesto que ocupa para obtener ciertos privilegios. En efecto, el pastor cristiano tiene como referencia a Jesús-Buen-Pastor. El pastoreo de Jesús se fundamenta en el amor por el rebaño. Arranca del conocimiento personal de cada una de sus ovejas. Pero, sobre todo, está dispuesto a dar la vida por ellas. Es decir: servicio, servicio y servicio. El pastor al estilo de Jesús no está para ser servido por su rebaño sino para servirle. Ese servicio afecta a la vida entera y requiere la ausencia de cualquier reserva. Esto indica que, inexorablemente, el pastoreo del pueblo de Dios pasa por el sufrimiento y por la cruz, a ejemplo del Maestro. El buen pastor eclesial valora la vida de sus ovejas por encima de la propia y no pierde nunca de vista que el objeto de su pastoreo no es afirmar su personalidad ni asumir un protagonismo autocomplaciente y narcisista, sino conducir el rebaño de Dios hasta el Padre. Él es la meta de nuestro caminar, el punto de llegada de nuestra vida. El Jesús de la Pascua, el Resucitado, nos manifiesta nuestro destino: la vida eterna y resucitada junto a Dios. Como Buen Pastor, Jesús ha precedido al rebaño para que, siguiendo sus huellas y su voz, cada discípulo suyo, con la ayuda de los pastores de la Iglesia, podamos llegar felizmente con Él.

miércoles, 18 de abril de 2012

3er. Domingo de Pascua

Texto: Lc 24, 35-48
En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros». Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo». Dicho esto, les mostró las manos y pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo que comer?» Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: «Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse». Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto».

Comentario: (realizado por Susi)

El próximo 22 de abril, es el III domingo de Pascua y leemos Lc24, 35-48.

El milagro de la resurrección es el más importante que obró Jesús, la prueba más clara de su divinidad y el principal fundamento de nuestra fe.

Jesús explicó a sus discípulos que al tercer día resucitaría, y así fue, y así se mostró ante ellos. La reacción de ellos fue totalmente humana, quizás alegría, miedo, duda, pero Jesús, gran modelo de paciencia, les hace ver poco a poco, que vive, que es Él en persona, les muestra sus heridas, su cuerpo, hace sentir su voz, come con ellos, e incluso algo más importante, les dice que su vida ha sido un cumplimiento de las Escrituras: que el sufrimiento, estaba en el programa de Dios, pero el final no era su muerte, sino la VIDA y que a partir de ahora los discípulos tenían que salir al mundo para asumir la misión de Jesús y transmitir sus enseñanzas. Fue como una batalla entre el Jesús resucitado y todo lo humano que en los discípulos se resistía a dejarles dar ese salto de fe.

Jesús dijo a sus discípulos: “Vosotros sois testigos de estas cosas”, los testigos dan testimonio, no pueden ocultarlo, los discípulos de Emaús fueron corriendo a explicar a los otros discípulos lo que les había sucedido, su corazón ardió al estar con Jesús.

Jesús sigue estando presente con nosotros en su Palabra, nos invita a reflexionar sobre ellas, venir a Él, tocarlo, creer en Él, confiar y nosotros podemos verlo, no con los ojos oculares, sino a través de otros ojos: los de la FE.

Señor, amplia nuestra visión para poder ver más allá de lo que nuestros ojos pueden ver, queremos ver tu propósito en nuestra vida y caminar con fe tomados de tu mano.

Gracias Señor, por el don de la vida eterna, porque la muerte no es el final, sino el paso para entrar en ti. ¡Gracias porque no tememos al último día! ¡Gracias porque esa vida eterna comienza en mi corazón!

sábado, 31 de marzo de 2012

Domingo de Ramos

Texto: Mc 14, 1-15,47 Pasión de Marcos

C. Faltaban dos días para la Pascua y los Azimos. Los sumos sacerdotes y los escribas pretendían prender a Jesús a traición y darle muerte. Pero decían:

S. «No durante las fiestas; podría amotinarse el pueblo.»

C. Estando Jesús en Betania, en casa de Simón, el leproso, sentado a la mesa, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco y lo derramó en la cabeza de Jesús. Algunos comentaban indignados:

S. «¿A qué viene este derroche de perfume? Se podía haber vendido por más de trescientos denarios para dárselo a los pobres.»

C. Y regañaban a la mujer. Pero Jesús replicó:

† «Dejadla, ¿por qué la molestáis? Lo que ha hecho conmigo está bien. Porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis socorrerlos cuando queráis; pero a mí no me tenéis siempre. Ella ha hecho lo que podía: se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Os aseguro que, en cualquier parte del mundo donde se proclame el Evangelio, se recordará también lo que ha hecho ésta.»

C. Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, se alegraron y le prometieron dinero. Él andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. El primer día de los Azimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:

S. «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?»

C. Él envió a dos discípulos, diciéndoles:

† «Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?” Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.»

C. Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Al atardecer fue él con los Doce. Estando a la mesa comiendo, dijo Jesús:

† «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo.»

C. Ellos, consternados, empezaron a preguntarle uno tras otro:

S. «¿Seré yo?»

C. Respondió:

† «Uno de los Doce, el que está mojando en la misma fuente que yo. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; ¡más le valdría no haber nacido!»

C. Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:

† «Tomad, esto es mi cuerpo.»

C. Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo:

† «Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.»

C. Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos. Jesús les dijo:

† «Todos vais a caer, como está escrito: “Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas”. Pero, cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea.»

C. Pedro replicó:

S. «Aunque todos caigan, yo no.»

C. Jesús le contestó:

† «Te aseguro que tú hoy, esta noche, antes que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres.»

C. Pero él insistía:

S. «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.»

C. Y los demás decían lo mismo. Fueron a un huerto, que llaman Getsemaní, y dijo a sus discípulos:

† «Sentaos aquí mientras voy a orar.»

C. Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir terror y angustia, y les dijo:

† «Me muero de tristeza; quedaos aquí velando.»

C. Y, adelantándose un poco, se postró en tierra pidiendo que, si era posible, se alejase de él aquella hora; y dijo:

† «!Abba! (Padre), tú lo puedes todo; aparta de mí este cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.»

C. Volvió y, al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro:

† «Simón, ¿duermes?; ¿no has podido velar ni una hora? Velad y orad, para no caer en la tentación; el espíritu es decidido, pero la carne es débil.»

C. De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras. Volvió, y los encontró otra vez dormidos, porque tenían los ojos cargados. Y no sabían qué contestarle. Volvió por tercera vez y les dijo:

† «Ya podéis dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora; mirad que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.»

C. Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, y con él gente con espadas y palos, mandada por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había dado una contraseña, diciéndoles:

S. «Al que yo bese, ése es; prendedlo y conducidlo bien sujeto.»

C. Y en cuanto llegó, se acercó y le dijo:

S. «¡Maestro!»

C. Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo prendieron. Pero uno de los presentes, desenvainando la espada, de un golpe le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo:

† «¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a un bandido? A diario os estaba enseñando en el templo, y no me detuvisteis. Pero, que se cumplan las Escrituras.»

C. Y todos lo abandonaron y huyeron. Lo iba siguiendo un muchacho, envuelto sólo en una sabana, y le echaron mano; pero él, soltando la sábana, se les escapó desnudo. Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote, y se reunieron todos los sumos sacerdotes y los ancianos y los escribas. Pedro lo fue siguiendo de lejos, hasta el interior del palacio del sumo sacerdote; y se sentó con los criados a la lumbre para calentarse. Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban un testimonio contra Jesús, para condenarlo a muerte; y no lo encontraban. Pues, aunque muchos daban falso testimonio contra él, los testimonios no concordaban. Y algunos, poniéndose en pie, daban testimonio contra él, diciendo:

S. «Nosotros le hemos oído decir: “Yo destruiré este templo, edificado por hombres, y en tres días construiré otro no edificado por hombres.”»

C. Pero ni en esto concordaban los testimonios. El sumo sacerdote se puso en pie en medio e interrogó a Jesús:

S. «¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?»

C. Pero él callaba, sin dar respuesta. El sumo sacerdote lo interrogó de nuevo, preguntándole:

S. -«¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito? ... »

C. Jesús contestó:

† «Sí, lo soy. Y veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo.»

C. El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras, diciendo:

S. «¿Qué falta hacen más testigos? Habéis oído la blasfema. ¿Qué decís?»

C. Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirle y, tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían:

S. «Haz de profeta.»

C. Y los criados le daban bofetadas. Mientras Pedro estaba abajo en el patio, llegó una criada del sumo sacerdote y, al ver a Pedro calentándose, lo miró y dijo:

S. «También tú andabas con Jesús, el Nazareno.»

C. Él lo negó, diciendo:

S. «Ni sé ni entiendo lo que quieres decir.»

C. Salió fuera al zaguán, y un gallo cantó. La criada, al verlo, volvió a decir a los presentes:

S. «Éste es uno de ellos.»

C. Y él volvió a negar. Al poco rato, también los presentes dijeron a Pedro:

S. «Seguro que eres uno de ellos, pues eres galileo.»

C. Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar:

S. «No conozco a ese hombre que decís.»

C. Y en seguida, por segunda vez, cantó un gallo. Pedro se acordó de las palabras que le había dicho Jesús: «Antes de que cante el gallo dos veces, me habrás negado tres», y rompió a llorar. Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes, con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, se reunieron, y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó:

S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»

C. Él respondió:

† «Tú lo dices.»

C. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo:

S. «¿No contestas nada? Mira cuántos cargos presentan contra ti.»

C. Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado. Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les contestó:

S. «¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?»

C. Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:

S. «¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?»

C. Ellos gritaron de nuevo:

S. «¡Crucifícalo!»

C. Pilato les dijo:

S. «Pues ¿qué mal ha hecho?»

C. Ellos gritaron más fuerte:

S. «¡Crucifícalo!»

C. Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio -al pretorio- y reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:

S. «¡Salve, rey de los judíos!»

C. Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminada la burla,, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz. Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: «El rey de los judíos.» Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:

S. «¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz.»

C. Los sumos sacerdotes con los escribas se burlaban también de él, diciendo:

S. «A otros ha salvado, y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.»

C. También los que estaban crucificados con él lo insultaban.

C. Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y, a la media tarde, Jesús clamó con voz potente:

† «Eloí, Eloí,, lamá sabaktaní.»

C. Que significa:

† «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»

C. Algunos de los presentes, al oírlo, decían:

S. «Mira, está llamando a Elías.»

C. Y uno echó a correr, y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo:

S. «Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.»

C. Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:

S. «Realmente este hombre era Hijo de Dios.»

C. Había también unas mujeres que miraban desde lejos; entre ellas, María Magdalena, María, la madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé, que, cuando él estaba en Galilea, lo seguían para atenderlo; y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén. Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea, noble senador, que también aguardaba el reino de Dios; armándose de valor, se presentó ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se extrañó de que hubiera muerto ya; y, llamando al centurión, le preguntó si hacía mucho tiempo que había muerto. Informado por el centurión, concedió el cadáver a José. Éste compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro, excavado en una roca, y rodó una piedra a la entrada del sepulcro. María Magdalena y María la de José observaban dónde lo ponían.

Comentario:

El próximo 1 de abril, domingo de Ramos, leemos la pasión del Señor según san Marcos.

Para nosotros, el triunfo y el éxito tienen que ser clamorosos y espectaculares; pero Dios ve las cosas de otra manera. Detenido como está, Jesús deja totalmente claro que él es el Mesías, aunque su mesianismo nada tiene que ver con el triunfo político y militar que esperaban los judíos. Más aún, Jesús deja totalmente claro que en su mesianismo entra como componente incluso el silencio de Dios. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? No es un grito de desesperación, de desilusión o de frustración; es el grito filial de aceptación de la no intervención divina. No lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.

Y justo entonces se obra el milagro. Un pagano, el centurión, descubre la armonía existente entre Jesús y Dios. Realmente este hombre era Hijo de Dios. Nosotros, como lectores, sabemos que Jesús se les va a escapar a todos: el muchacho envuelto en una sábana, que al ser detenido se escapa soltando la sábana, es la prefiguración de Jesús resucitado. Con este sentimiento de esperanza, vamos a comenzar esta Semana Santa.



martes, 20 de marzo de 2012

5º Domingo de Cuaresma

Texto: Jn 12, 20-33
En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: «Señor, quisiéramos ver a Jesús». Felipe fue a decírselo a Andrés, y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí estará también mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre». Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo». La gente que había estado allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo: «Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia Mí». Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

Comentario:
El próximo 26 de marzo, 5º domingo de cuaresma, leemos Jn 12, 20-33, donde unos griegos dicen que quieren ver a Jesús, quien anuncia que ha llegado la hora de ser glorificado.
El texto es un comentario a esa petición de ver a Jesús, y tiene tres afirmaciones fundamentales. 1) Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre. 2) Ahora mi alma está agitada. 3) Ahora va a ser condenado este mundo y va a ser echado fuera el Príncipe de este mundo.
Las tres afirmaciones resaltan enfáticamente el momento presente: Ha llegado la hora, ahora.¿Y cuál es esa hora que ha llegado? Ha llegado la hora de la muerte de Jesús. Si el grano de trigo no muere, queda infecundo. La gloria es la gloria de la muerte: para Jesús y para quien quiera ser servidor suyo.
Hora trágica de gloria, pues la gloria está en la muerte. Dilema angustioso para Jesús, que busca respuestas en el Padre, quien afirma que “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”. Y Jesús acepta esa gloria que está en la cruz.
Viniendo a ver a Jesús, los griegos están prefiriendo la luz a la tiniebla. Gracias a Jesús, y a su glorificación en la cruz, el mundo deja de estar dominado por el mal. Emerge, imponente, Jesús en la cruz, salvando al mundo, liberándolo de la tiniebla. El triunfo de Jesús, su grandeza, su gloria: silenciosos como semilla en tierra. ¿Es este el Jesús en el que creemos y confiamos, a pesar de que su gloria esté en la muerte? ¿O preferimos los triunfos fáciles y, por eso mismo, falsos?

domingo, 11 de marzo de 2012

4º Domingo de Cuaresma

Texto: Jn 3, 14-21
En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios»

Comentario: (Realizado por José Luis)
No es fácil ni muy comprensible el inicio del texto de Juan, que nos propone la lectura del Evangelio en este cuarto domingo de Cuaresma. Dar poder de sanación a una serpiente, puesta en lo alto de un mástil, para precisamente mediante su mordedura sanar a los que previamente eran mordidos mortalmente por una serpiente de la tierra, resulta un poco incomprensible. Pero Jesús, dirigiéndose a Nicodemo, miembro del Sanedrín, le da la explicación que nosotros debemos recoger, asimilar y meditar: Los israelitas se quejaron de las penurias a que estaban siendo sometidos, de hambre y sed, y hartos del maná. Y Dios les impuso una prueba: todo el que sufriera una mordedura de serpiente moriría a no ser que el mordido elevara su vista a la serpiente en lo alto del mástil y quedaría curado. Una prueba de Dios, nada más para ser salvos. Una condición tan solo les puso Dios para salvarse de la muerte. No un castigo. Porque, a renglón seguido, Dios le da, nos da, la explicación en toda su profundidad: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que crean (creamos) en Él, sino que tengan (tengamos) vida eterna”. Pero Dios, profundo tanto por Dios como por Padre, no se quedó ahí, y nos demuestra por medio de Nicodemo, una justificación mayor para su forma de actuar, pues declara abiertamente, amorosamente, que, no es nuestro amor por Él lo que más desea y ansía, sino todo lo contrario: demostrarnos permanentemente, su amor por nosotros. Y solamente por este “pequeño” detalle no solo no seremos juzgados, sino que por Él seremos salvados. Y bien es cierto que no es excesivo el esfuerzo que se nos pide. Solo nos pide que actuemos como Él quiere, como Él espera de nosotros, como Él nos anima, como Él nos ofrece hasta llegar a su propio sacrificio: “El que obra con verdad, está próximo a la luz, y demostrará que todo lo que haga, todos sus actos, todas sus palabras, están hechas, dirigidas, nacidas, según Dios”



lunes, 5 de marzo de 2012

3er. Domingo de Cuaresma

Texto: Jn 2, 13-25
Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre». Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora». Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?» Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré». Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?» Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús. Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.

Comentario: Realizado por Susi

El Evangelio de Juan 2, 13-25, nos presenta a Jesús distinto del que estamos acostumbrados, está enfadado y airado con aquellos que habían convertido en un negocio, el Templo de Dios. Jesús expulsa a vendedores y cambistas, pero ¿Por qué actuó así? ¿Cómo interpretamos este arrebato de Jesús?

Sus discípulos recordaron las palabras del Salmo “el celo de tu casa me devora” y es que el amor por su Padre es tan fuerte e intenso, que le consume en su interior, es como un fuego incontenible, un fuego que le lleva a purificar la casa de su Padre de todo aquello que lo profana.

El Templo es casa de oración y es el lugar donde nos comunicamos con Dios, allí uno puede abrir su corazón, para dejarse llenar por Él, es el lugar íntimo, dónde dejamos que Dios nos acoja en sus brazos, y en esa intimidad, nos sentimos Hijos suyos.

Nosotros como cristianos, tenemos que respetar a Dios, por encima de todo y reconocerlo como el único Señor, tenemos que rechazar todos los cultos falsos que se basan en la búsqueda del dinero y el poder, en vez de basarse en la justicia, la paz y el amor. Esta es la explicación del enfado de Jesús.

Los judíos le piden un signo, y Jesús les dice “Destruid este Templo (que es su Cuerpo) y yo en tres días lo levantaré (con su resurrección). Su muerte y resurrección, será el signo definitivo, para dar autenticidad a su obra y misión.

Jesús es el nuevo Templo, el lugar de encuentro del hombre con Dios y todos los que se unen a Jesús por la fe y el Bautismo, forman en Él un mismo Templo.

Dos preguntas me invitan a la reflexión ¿Has percibido alguna vez en tu corazón el deseo de buscar a Dios? Y si así ha sido ¿Dónde lo has buscado?

Los cristianos lo buscamos en Jesús, y en la comunidad, que se reúne en su nombre.

Muchos lo buscan en los Templos, otros en acontecimientos de la vida y por supuesto, en las propias personas.

Recorre el camino de la fe, busca a Dios a través de la oración, acógelo, y colócalo en el centro de tu corazón, y déjale hablar y actuar libremente en tu vida.

Hay muchos ejemplos de gente sencilla, que experimenta la presencia de Dios, y su vida es una constante manifestación del amor y la misericordia de Dios y están dispuestos a entregar su vida por los demás, Teresa de Calcuta es un bello y claro ejemplo de ello, ella sí que fue un verdadero y claro Templo de Dios.

jueves, 1 de marzo de 2012

2º Domingo de Cuaresma

Texto: Mc 9, 2-10

En aquel tiempo, Jesús invitó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos, secretamente, a un cerro muy alto. Y allí cambió de aspecto delante de ellos. Sus ropas se volvieron esplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo sería capaz de blanquearlas de ese modo. Se le aparecieron Elías y Moisés,* los cuales conversaban con Jesús. Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Levantemos tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. En realidad no sabía lo que decía, porque estaban aterrados. Y se formó una nube que los cubrió con su sombra, y desde la nube llegaron estas palabras: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo”. Y de pronto, miraron a su alrededor: no vieron ya a nadie; sólo Jesús estaba con ellos. Cuando bajaban del cerro les ordenó que no dijeran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del Hombre resucitara de entre los muertos. Ellos guardaron el secreto, aunque se preguntaban unos a otros qué sería eso de resucitar de entre los muertos.

Comentario: (Realizado por Pepe)

¿Te imaginas ser invitado por Jesús? La sola idea de ello ya me atrapa en el inicio de este texto. Desde el comienzo notamos un aire de intimidad (ellos solos) y de misterio (secretamente), por lo que ya se adivina que algo importante va a suceder.

El lugar elegido un cerro, pero un cerro muy alto, quizas para querer representar la cercanía a Dios. Y de pronto sucede lo inesperado, las ropas de Jesús se transforman, se vuelven de un blanco resplandeciente, qué esta sucediendo, no son las ropas las que están produciendo este fenómeno, es el mismo Jesús el que se ha transformado, es la luz que sale de Él la que transforma sus vestimentas.

Pedro está confuso, tanto que le lleva a decir palabras sin sentido, lo mismo que nos pasa a nosotros ante la presencia de Jesús transfigurado.

Jesús se me presenta con Moisés y Elías, en Él recapitula la ley y los profetas. Jesús nos muestra el camino a la Resurrección, que pasa idefectiblemente por la Cruz. Una Cruz que no es un signo de sufrimiento, sino de Amor. En ella, Dios nos ha mostrado el mayor amor de que es capaz. Llega incluso a renunciar a su Hijo, cuando ni a Abrahám le consintió pasar por ese suplicio, por el suplicio que para un padre perder a un hijo.

La tentación de Pedro es la misma que tenemos cualquiera: llegar a la gloria sin pasar por la cruz, la de llegar a la luz sin pasar por el gastarme y desgastarme por los demás. La contemplación que no nos devuelve a la vida no es auténtica contemplación, y viceversa, el desgaste de mi vida que no hago porque en el que tengo al lado veo a Dios y lo contemplo así, no es auténtica vida.

El texto nos lleva más alla, y la presencia de Dios en forma de nube y palabra nos dice que es el mismo Dios el que está realizando la transfiguración de su Hijo. Dios nos habla a través de Jesús.

Me pregunto, si me pego tanto a Jesús como sus túnicas, ¿también a mí me pasará lo mismo que a ellas?, ¿me iluminaré?, ¿podre ser un ser con luz? y la respuesta es sí, pero para ello una premisa: Dios me dice: escúchame y hazlo a través de mi Hijo.

martes, 21 de febrero de 2012

1er. Domingo de Cuaresma

Texto: Mc 1, 12-15

En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: Convertíos y creed en el Evangelio».

Comentario: (Realizado por José Luis)

No creo yo que haya de interpretarse la letra textualmente: “el Espíritu empujó a Jesús al desierto…”. ¿Cómo iba a empujar el Dios-Espíritu a lugar tan inhóspito al Dios-Hombre? Parece más suave si decimos que influyó en El, con la propia fuerza del Espíritu hacia algo que, bien mirado, tenía poco de agradable. Al desierto… lugar inhabitable, vacío de algo positivo, seco, árido… Si al menos hubiera sido a un oasis…

Alimañas con las que convivía era lo único que habitaba aquel lugar. Dice Marcos que los ángeles le servían, eran su único apoyo, su único consuelo, su única compañía.

¿No sentimos a veces, nosotros mismos, encontrarnos en un paraje semejante? La soledad nos invade, el sufrimiento nos aniquila, el miedo nos corroe… Pero nos cuesta ser capaces de elevar los ojos al cielo y esperar la bajada del ángel que nos proteja, que nos dé aliento, ánimo, fuerza…

Y Jesús, una vez transcurrido el plazo, se marchó a proclamar el Evangelio, lleno de fuerza, de vida, de argumentos, que había encontrado en el desierto, una vez recibido el Bautismo de Juan. Y nos grita: “Convertíos, y creed en el Evangelio”.

Este ángel, que nos dé un valor semejante al que dio a Jesús, es al que debemos esperar y encontrar, para que nos haga capaces, primero de sentir nuestra propia conversión y creer a pies juntillas en el Evangelio. Y después nos preste ayuda y apoyo para pedirlo, exigirlo a los demás, a todos aquellos que deseen verse, encontrarse con Dios, acercándonos a El, yendo con El de la mano.

Dos temas distintos se enfrentan en este pasaje evangélico tan corto: pasar primero por el sufrimiento, y ya una vez asimilado, proclamarlo con vigor por todo el mundo, a todas las personas, ser decididos en su evangelización. ¿Somos capaces de sufrir primero y de proclamar después? Este, y no otro, es el camino.

sábado, 18 de febrero de 2012

7º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Mc 2, 1-12

Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaúm, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Él les proponía la Palabra. Llegaron cuatro llevando un paralítico y, como no podían meterlo, por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico: «Hijo, tus pecados quedan perdonados». Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros: «¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, fuera de Dios?» Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo: «¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico “tus pecados quedan perdonados” o decirle “levántate, coge la camilla y echa a andar”? Pues, para que veáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados...» Entonces le dijo al paralítico: «Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa». Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo: «Nunca henos visto una cosa igual».

Comentario:

Este 19 de febrero celebramos el 7º Domingo del Tiempo Ordinario y seguimos la lectura continua del evangelio de Marcos 2, 1-12. De nuevo, como en los domingos anteriores nos encontramos con un hecho milagroso, la curación de un paralítico delante de un montón de gente. En cuanto al texto resaltar que la fe que observa Jesús y que le mueve a curar al paralítico no es la del mismo paralítico (que ni hace ni dice nada, hasta el momento de coger la camilla e irse) sino la de las cuatros personas que le llevaban. De nuevo, no hay hechos prodigiosos, ni gestos exagerados en los milagros de Jesús, la sola Palabra es suficiente, ante el asombro de la gente. Por otro lado, está la controversia con los escribas que pensaban que Jesús no podía perdonar los pecados, en su corazón le acusan de atribuirse reservadas a Dios. El milagro no es más que la prueba para demostrar que Jesús es Dios, que la curación física es consecuencia de la curación interior que obra el perdón de los pecados (no en vano la Iglesia considera la reconciliación un sacramento de sanación) y, por último, de su restitución a la sociedad, a la comunidad. Y el asombro de todos, Jesús no hace los milagros porque sí, ni para que se vea el poder que tiene, ni para que le demostrar que es Dios, sino para que seamos conscientes que el Reino de Dios está entre nosotros, que ha comenzado ya, y movernos a actuar, a continuar esa construcción de ese Reino de Dios en nuestra sociedad.

Para nosotros el mensaje debería ser que no tenemos por qué estar necesitados para que Dios actúe a través nuestro, que nuestra fe puede ayudar a los demás. Y eso, es también construcción del Reino. Que podemos provocar en los demás la conversión, que podemos llevarlos a Dios, que nuestros actos no sólo nos valen a nosotros sino también a los demás. En cuanto a los escribas, ¿cuánta gente vemos a nuestro rededor que critica y pretende que nuestra fe no es respuesta a la Revelación divina? ¿Cuántas veces nos erigimos en los únicos portadores de la verdad, sin ser conscientes del daño que podemos causar o del bien que evitamos por hacerlo? ¿Cuántas veces somos escribas? Dejemos a Dios ser Dios y actuar en nuestras vidas.