viernes, 27 de abril de 2012

Texto: Juan 10, 11-18
En aquel tiempo, dijo Jesús: «Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por eso me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre». 

Comentario:
El próximo 29 de abril, domingo 4º de pascua, leemos Jn 10, 11-18, donde Jesús nos dice que él es el Buen Pastor.

La liturgia del cuarto domingo de Pascua nos presenta todos los años a Jesús como Pastor de una grey. La figura del pastor procede de la literatura del antiguo testamento y se aplica a los que ejercen la autoridad en el pueblo de Dios. Los profetas del Antiguo Testamento denunciaron en repetidas ocasiones la corrupción de los dirigentes religiosos y anunciaron un Mesías que pastoreará en persona al pueblo santo con actitud de servicio, de justicia, de ejemplo y constituyéndose en modelo del rebaño. En la reflexión de la Iglesia, los sacerdotes, los obispos, el Papa, son llamados los pastores de la Iglesia. Su misión es reunir al pueblo santo de Dios y conducirlo hacia el Padre. Su presencia, se dice, es signo de la presencia de Cristo, el único y auténtico Buen Pastor. No es buen pastor el que se aprovecha de su posición en beneficio propio; tampoco lo es el que entiende su autoridad como un puesto de mayor relevancia sobre los demás; tampoco lo es el que trata de someter y subyugar a sus “inferiores” como déspota, tiranizando y despreciando la dignidad de sus ovejas; tampoco es buen pastor quien impone sistemáticamente su opinión apelando a su autoridad “sobre” los otros; ni lo es quien se aprovecha del puesto que ocupa para obtener ciertos privilegios. En efecto, el pastor cristiano tiene como referencia a Jesús-Buen-Pastor. El pastoreo de Jesús se fundamenta en el amor por el rebaño. Arranca del conocimiento personal de cada una de sus ovejas. Pero, sobre todo, está dispuesto a dar la vida por ellas. Es decir: servicio, servicio y servicio. El pastor al estilo de Jesús no está para ser servido por su rebaño sino para servirle. Ese servicio afecta a la vida entera y requiere la ausencia de cualquier reserva. Esto indica que, inexorablemente, el pastoreo del pueblo de Dios pasa por el sufrimiento y por la cruz, a ejemplo del Maestro. El buen pastor eclesial valora la vida de sus ovejas por encima de la propia y no pierde nunca de vista que el objeto de su pastoreo no es afirmar su personalidad ni asumir un protagonismo autocomplaciente y narcisista, sino conducir el rebaño de Dios hasta el Padre. Él es la meta de nuestro caminar, el punto de llegada de nuestra vida. El Jesús de la Pascua, el Resucitado, nos manifiesta nuestro destino: la vida eterna y resucitada junto a Dios. Como Buen Pastor, Jesús ha precedido al rebaño para que, siguiendo sus huellas y su voz, cada discípulo suyo, con la ayuda de los pastores de la Iglesia, podamos llegar felizmente con Él.