viernes, 15 de julio de 2011

16º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Mt 13,24‑43

En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente: «El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Enton­ces fueron los criados a decirle al amo: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sa­le la cizaña?” Él les dijo: “Un enemigo lo ha hecho”. Los criados le preguntaron: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?” Pero él les respondió: “No, que, al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a los segadores: 'Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero'”». Les propuso esta otra parábola: «El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas». Les dijo otra parábola: «El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente». Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: «Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo». Luego dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: «Acláranos la parábola de la cizaña en el campo». Él les contestó: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga».

Comentario:

Este 17 de julio celebramos el 16º Domingo del Tiempo Ordinario y leemos Mateo 13, 24-43, la parábola de la cizaña, su explicación, la del grano de mostaza y la levadura. Ya sabes el que ha sembrado y otra persona le siembra también cizaña y tiene que esperar para que se distinga y luego quemarla; la de la mostaza que a pesar de tener una semilla muy pequeña, luego crece un gran árbol; y la de la levadura que no se nota pero hace su trabajo. Y todo esto, lo compara con el Reino de los Cielos.

Parece paradójico que la Iglesia nos ofrezca este texto y el de la semana pasada (la parábola del sembrador) al final del curso, cuando casi todos los solemos utilizar a principio de curso para motivar el trabajo de la gente. Pero, claro… la Iglesia nos los ofrece cuando llega el tiempo del trabajo en el campo, cuando llega el tiempo de recoger el fruto del trabajo. Y lo que nos está diciendo es esto, que por poco que parezca que hemos hecho en la consecución del Reino, los resultados no se suelen percibir inmediatamente. Que, a lo mejor, un poquito de esfuerzo puede obtener un resultado enorme. Pero que vamos a tener que convivir con personas que no desean implantar el Reino, con gente que trabaje para lo contrario que nosotros, sean o no conscientes de ello, y esto a nosotros que nos podemos considerar buena semilla no tiene porqué preocuparnos, nuestro trabajo, nuestro esfuerzo tiene que ser el mismo independientemente de lo que suceda a nuestro rededor, independientemente de que lo que crezca a nuestro lado sea o no cizaña, porque aún no somos capaces de identificarla y porque no nos corresponde a nosotros el juzgar eso. Nuestro trabajo se notará cuando se note, igual que no debemos compararnos, no debemos esperar resultados. Alguna vez se nos concederá verlo, o no, pero esto es un regalo que no podemos esperar, sólo pedir. El cristiano no debe esperar resultados, no puede compararse con otros. Esas cosas dependen de Dios. ¿No estaré pretendiendo controlarlas yo?