En aquel tiempo, se presentó un maestro de
El próximo 11 de julio celebramos el 15 Domingo del Tiempo Ordinario y leemos 10, 25-37.
Todos conocemos el relato del Buen Samaritano. La parábola viene precedida por una perícopa en la que un Maestro de la Ley le pregunta a Jesús sobre qué debía hacer para obtener la vida eterna. Jesús le devuelve la pregunta y él le dice que la Ley se reduce a amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Pero el maestro de la ley va un paso más allá, quiere justificar su inoperancia, y entonces Jesús introduce la parábola del Buen Samaritano, poniendo rostro al prójimo, y no se trata tanto de quién es el prójimo, sino de quién se comporta como el prójimo.
Hubo un amigo que me dijo que el prójimo era el próximo, el que estaba a tu lado en este momento, y es cierto, pero creo que la cosa va más allá. La implantación del Reino de Dios supone dar gratis el amor que hemos recibido de Dios gratuitamente. Y el refranero popular continúa dándonos pistas para el silogismo. Si para obtener la vida eterna tengo que amar al Dios y al prójimo, y tengo que darlo gratuitamente a aquellos que se aproximan a mí, tendré que demostrarlo, y aquí entra el refranero: “obras son amores y no buenas intenciones”. Nuestro amor debe demostrarse como el del Samaritano, sin miedo en el acercamiento a la persona, sin prejuicios, con amor. El texto, al principio y al final, usa el verbo “hacer”. El amor se demuestra con hechos. Esta es la esencia de todo el Evangelio, de toda la Buena Noticia.
La pregunta de fondo no es tanto quién es mi prójimo, no se trata de algo que se quede en la cabeza; sino que debe ser con quién me comporto como prójimo, debemos pasar de lo conceptual a lo relacional. Apunto una idea más: el amor a Dios y al prójimo están en un mismo nivel de importancia, uno no se da sin el otro, como nos recordará la 1ª carta de Juan.
¿Te quedas preguntándote quién es tu prójimo o te comportas con quienes te rodeas como tu prójimo?