Este 4 de julio celebramos el 14º Domingo del Tiempo Ordinario y leemos Lc 10, 1-12.17-20. El texto recoge el momento en el que Jesús envía a setenta y dos discípulos, de dos en dos, llevando la paz a los pueblos y que, según la reacción, de las personas se queden allí, curando y anunciando el Reino o se vayan sacudiéndose el polvo de las sandalias, pero avisando de la llegada del Reino. Al final, aparecen las reacciones de los discípulos y de Jesús, a la vuelta de aquellos.
En esta ocasión el Evangelio es claro… nos revela cuál es nuestra misión en este mundo. Todos los seguidores de Jesús participamos de esta misión. Nuestro deber como cristianos es anunciar lo mismo que estos setenta y dos, que el Reino de Dios se aproxima. No estamos para ser buenos, estamos para anunciar el Reino. La misión no es fácil, se nos envía como ovejas en medio de lobos. El peligro hoy es evidente. En nuestra sociedad, corremos el riesgo de creernos que nuestra función es ser buenos. Sinceramente, creo que la misión de transmitir la llegada del Reino sólo se puede hacer de una forma: haciendo ver que ese Reino está presente en nosotros, que nosotros ya vivimos en él. Tal vez me preguntéis ¿cómo? Sólo cabe una respuesta: AMANDO. Volvemos al refranero popular: “Obras son amores y no buenas intenciones”. Las más de las veces podemos creernos que basta con ser buenos, pero no podemos engañarnos, sólo amando a los demás con nuestras obras podremos hacerles ver que el Reino está entre nosotros.
Un par de preguntillas: ¿Demuestras la presencia del Reino amando o vas por la vida con cara de amargado? ¿Dónde repartes amor, felicidad, justicia, paz y bondad?