jueves, 1 de marzo de 2012

2º Domingo de Cuaresma

Texto: Mc 9, 2-10

En aquel tiempo, Jesús invitó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos, secretamente, a un cerro muy alto. Y allí cambió de aspecto delante de ellos. Sus ropas se volvieron esplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo sería capaz de blanquearlas de ese modo. Se le aparecieron Elías y Moisés,* los cuales conversaban con Jesús. Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Levantemos tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. En realidad no sabía lo que decía, porque estaban aterrados. Y se formó una nube que los cubrió con su sombra, y desde la nube llegaron estas palabras: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo”. Y de pronto, miraron a su alrededor: no vieron ya a nadie; sólo Jesús estaba con ellos. Cuando bajaban del cerro les ordenó que no dijeran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del Hombre resucitara de entre los muertos. Ellos guardaron el secreto, aunque se preguntaban unos a otros qué sería eso de resucitar de entre los muertos.

Comentario: (Realizado por Pepe)

¿Te imaginas ser invitado por Jesús? La sola idea de ello ya me atrapa en el inicio de este texto. Desde el comienzo notamos un aire de intimidad (ellos solos) y de misterio (secretamente), por lo que ya se adivina que algo importante va a suceder.

El lugar elegido un cerro, pero un cerro muy alto, quizas para querer representar la cercanía a Dios. Y de pronto sucede lo inesperado, las ropas de Jesús se transforman, se vuelven de un blanco resplandeciente, qué esta sucediendo, no son las ropas las que están produciendo este fenómeno, es el mismo Jesús el que se ha transformado, es la luz que sale de Él la que transforma sus vestimentas.

Pedro está confuso, tanto que le lleva a decir palabras sin sentido, lo mismo que nos pasa a nosotros ante la presencia de Jesús transfigurado.

Jesús se me presenta con Moisés y Elías, en Él recapitula la ley y los profetas. Jesús nos muestra el camino a la Resurrección, que pasa idefectiblemente por la Cruz. Una Cruz que no es un signo de sufrimiento, sino de Amor. En ella, Dios nos ha mostrado el mayor amor de que es capaz. Llega incluso a renunciar a su Hijo, cuando ni a Abrahám le consintió pasar por ese suplicio, por el suplicio que para un padre perder a un hijo.

La tentación de Pedro es la misma que tenemos cualquiera: llegar a la gloria sin pasar por la cruz, la de llegar a la luz sin pasar por el gastarme y desgastarme por los demás. La contemplación que no nos devuelve a la vida no es auténtica contemplación, y viceversa, el desgaste de mi vida que no hago porque en el que tengo al lado veo a Dios y lo contemplo así, no es auténtica vida.

El texto nos lleva más alla, y la presencia de Dios en forma de nube y palabra nos dice que es el mismo Dios el que está realizando la transfiguración de su Hijo. Dios nos habla a través de Jesús.

Me pregunto, si me pego tanto a Jesús como sus túnicas, ¿también a mí me pasará lo mismo que a ellas?, ¿me iluminaré?, ¿podre ser un ser con luz? y la respuesta es sí, pero para ello una premisa: Dios me dice: escúchame y hazlo a través de mi Hijo.