sábado, 18 de diciembre de 2010

4º Domingo de Adviento

Texto: Mt 1, 18-24

El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa: “Dios‑con‑nosotros”». Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.

Comentario:

Este 22 de diciembre celebramos el cuarto domingo de Adviento y la liturgia nos ofrece el relato del sueño de José ante la duda de si acoger o no a María tras quedarse embarazada en Mt 1, 18-24.

De nuevo, el Evangelio nos ofrece un ejemplo de confianza. José toma una decisión y en sueños Dios le transmite que no se ha equivocado, después el evangelista nos cita al profeta para corroborar la visión. E incluso le dice el nombre que le pondrá, con lo que ello supone para los israelitas, el hecho de poner el nombre es un derecho de la paternidad

Se nos presenta la figura de José, lo poco que se nos dice de él en los evangelios. Por el contrario de lo que podría parecer, José no tiene miedo a acoger a María porque se haya quedado embarazada estando casado con ella, sino porque es consciente de la presencia de Dios en ella, porque el evagelista ya nos había informado que José había aceptado que Jesús era hijo de Dios. El miedo de José es por entrar en relación con Dios, por no saber qué nombre poner a Jesús puesto que él no era el verdadero padre.

No deja de sorprender que una vez tomada la decisión, Dios quiera confirmarla, José tiene que tomar su decisión, como vulgarmente se dice “a pelo”, sin ayuda. Pero Dios quiere que José no se sienta solo. Lo mismo hace con nosotros, puede que nos equivoquemos, nos deja libertad, pero cuando tomamos las decisiones adecuadas, Dios acaba confirmándonoslas, con felicidad. Dios quiere que seamos felices y libres, sería más fácil obligarnos a hacer lo adecuado. Pero nos quiere libres. En esencia el texto nos habla de confianza en Dios y de libertad.

¿Cómo ejercemos esa libertad, queriendo fiándonos de Dios o de nosotros mismos?