jueves, 17 de febrero de 2011

7º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Mt 5, 38-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas. Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».

Comentario:

El próximo 20 de febrero celebramos el séptimo domingo del tiempo ordinario y continuamos leyendo el sermón de la montaña en el capítulo 5 del evangelio de mateo, vv. 38-48.

Seguimos en el mismo contexto de estas semanas atrás, continúan las enseñanzas en el mismo tono de la semana pasada: habéis oído que se dijo… yo, en cambio, os digo…, yo añado…

Pero en esta ocasión me gustaría centrarme en algo que la semana pasada di por sentado. Las enumeraciones que hace Jesús son a modo de ejemplo, que nadie se crea que es suficiente con presentar la otra mejilla, que hay que dar la capa, que hay que caminar dos millas… la máxima, como les digo a mis alumnos es amar al enemigo, amar al que no me cae bien, al que me odia, ni basta con rezar por los que nos persiguen. La ley exigía amar a los que pertenecían al clan y con los demás, la tradición, fue añadiendo el odio a los enemigos, cuando en realidad no dice nada de eso como podemos comprobar en la primera lectura del Levítico (cfr. Lv 19). La máxima es imitar a Dios en la perfección, en la preocupación por los demás, sean o no de nuestro clan.

Amar a los que nos aman es fácil, no tiene mérito. Como os decía la semana pasada, Jesús nos pide que superemos la ley, que vayamos a la intención de la misma, que vayamos a las intenciones de nuestro corazón, que cambiemos nuestro ser, nuestro corazón de piedra por uno de carne.

Jesús nos pide que imitemos a Dios y que como Él seamos capaces de tratar a todos por igual. Si Él nos dota de libertad, nos la respeta y trata a todos por igual, debemos hacer lo mismo, por qué vamos nosotros a imponer nada.

Y, efectivamente, son máximas, situaciones a las que tender, sé que es difícil, que no siempre nos sale del corazón, pero como todo en esta vida lo podemos ir trabajando y, sobretodo, pidiendo, porque no deja de ser un regalo que Dios nos puede hacer.

¿Cuántas veces le hemos pedido a Dios que nos ayude a cambiar los sentimientos hacia quienes no son de mi grupo?