lunes, 6 de abril de 2009

Domingo de Pascua

Este 12 de abril, Domingo de Pascua, leemos Juan 20, 1-9.
El texto relata el momento en que María Magdalena va al sepulcro y al ver la losa corrida, acude a Pedro y al discípulo al que Jesús amaba, echan una carrera hasta el sepulcro, y a pesar de llegar primero el otro discípulo, el primero en entrar es Pedro, luego entró el discípulo amado.
De nuevo el texto de Juan. Ya sabemos que este evangelista no da puntada sin hilo. Esta vez aprovecha la ocasión para revelarnos tres estadios diferentes en el proceso de fe, representados por cada uno de los tres protagonistas.
El primero, el de María, que llega y busca una explicación racional a lo ocurrido: “han robado el cuerpo del Señor”. El segundo, encarnado en Pedro, que se queda estupefacto, observando la escena, en un primer momento no nos dice que creyera en la resurrección, ni que comprendiera las Escrituras. Y el tercero, el discípulo al que Jesús amaba, que entró, vio y creyó.
Cualquiera de nosotros podemos estar en uno de esos estadios, y evidentemente, en cada momento de nuestra vida podemos sentirnos en uno de ellos diferente, no tiene porqué tratarse de un proceso lineal y necesariamente avocado a la última fase.
Los tres acaban recibiendo el regalo último: descubrir a Jesús resucitado en sus vidas, quien al salir del sepulcro brilla sereno para el linaje humano. Hoy es un día para agradecer al Señor este regalo que nos hace, esa presencia divina que nos acompaña en nuestras vidas y que podemos descubrir a poco que nos esforcemos en ello, ante la cual sólo podemos exclamar: “aleluya”.
¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!
Feliz Pascua de Resurrección a todos.