lunes, 15 de junio de 2009

12º Domingo del Tiempo Ordinario

Después de todas estas fiestas que dan cierta continuidad a la Pascua, este 21 de junio retomamos el 12 Domingo del Tiempo Ordinario y leemos Marcos 4, 35-40. Seguro que conocéis el texto, es el de la tempestad calmada. Jesús les pide a sus discípulos que lo lleven a la otra orilla, en el trayecto Jesús se echa una siesta y mientras duerme sobreviene una tempestad que asusta a los discípulos que lo despiertan, y criticando su cobardía y su falta fe hace que la tormenta se calme. Los discípulos atónitos se preguntan quién es Jesús que hasta el viento le obedece.
Aunque el tema no aparezca explícitamente a ninguno se nos escapa que lo que les pasa a los discípulos es que tienen miedo. Creo que en alguna ocasión ya os he hablado de que este es el verdadero enemigo de la fe, de la confianza, el miedo. Un miedo que todos experimentamos y que es un sentimiento que nos agarra desde lo más profundo de nuestro ser y que muy poco podemos hacer para superar, salvo, eso… confiar. El otro día, en una Eucaristía un cura nos confesaba sus miedos. A todos nos falta fe, a todos nos falta creernos que Jesús lo puede todo. Me viene a la cabeza la canción del la Hna. Glenda, ¿por qué tengo miedo si nada es imposible para Ti? Este es uno de los puntos esenciales de nuestra fe: confesamos un Dios omnipotente, pero no nos lo terminamos de creer. No sé porqué pero, si nos lo creyésemos, no nos preocuparíamos tanto de lo que va a pasar o de las repercusiones de lo que hacen o dicen quienes no nos aprecian o de las de nuestro propios actos y meteduras de pata. Nuestra respuesta se acercaría más a la de Job: “el Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor” o la de san Pablo: “En la vida y en la muerte somos del Señor”. En definitiva, dejaríamos que fuese Dios quien actuase por medio de nosotros y no nos proclamaríamos tanto a nosotros mismos. ¿De verdad crees que nuestro Dios es omnipotente?