jueves, 8 de septiembre de 2011

24º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Mt 18, 21‑35

En aquel tiempo, se adelantó y preguntó Pedro a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo”. El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: “Págame lo que me debes”. El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré”. Pero, él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?” Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».

Comentario:

Este 11 de septiembre celebramos el 24º Domingo del Tiempo Ordinario y la liturgia nos propone el texto de Mt 18, 21-35. La parábola del siervo deudor, ese que debía a su señor que le perdona, pero luego él no sabe perdonar, y la introducción inicial con la pregunta de Pedro sobre cuántas veces hay que perdonar. El bueno de Pedro en este caso me ha recordado a los chavales de primaria, o incluso de infantil, con la preguntita de marras. Ellos, cuando les preguntas si han hecho algo y te dicen que se les ha olvidado, siempre te contesta: “jo, es que es la primera vez…”, o si les recriminas por pegarse o por hacer algo inapropiado: “es que sólo ha sido un poco…” No entro a valorar el juego numérico, que ya he comentado en otras ocasiones. La cuestión es que siempre que se nos ponen límites tendemos a pasarlos, a definirlos, a ver si son verdad. Nuestra cabeza nos lo pide. La idea de Jesús está clara, debemos perdonar hasta que nos cansemos, y luego un poco más y, además, de corazón, sinceramente. Tal vez nos choque esta misericordia, más cuando va seguida de lo tajante de la semana pasada, cuando al que se reprendía y no hacía caso, al final, había que expulsarlo de la comunidad. Pero el Evangelio de hoy es continuación del ese otro, por lo tanto hay que entender que lo matiza. Si queremos instaurar el Reino de Dios, si queremos cumplir la verdadera voluntad de Dios, tenemos que saber perdonar.

La ilustración con la parábola, más define nuestra naturaleza humana, que otra cosa. Del Reino de Dios, nos dice cómo se va a comportar Él, nos dice que nuestro juicio, va a depender de cómo hayamos tratado a los demás. Volvemos a la regla de oro. Al “ama y haz lo que quieras” de la carta de Pablo de la semana pasada. Nos habla del amor que debe regir nuestras vidas y que, rara vez, lo hace. Y con ese mismo criterio solemos vivir, y cuando no, en lugar de vivirlo como una gracia, como un regalo, nos pavoneamos de ello.

¿Cómo me siento cuando perdono? ¿Cómo cuando me perdonan?