martes, 15 de septiembre de 2009

25º Domingo del Tiempo Ordinario

El próximo 20 de septiembre celebramos el 25º Domingo del Tiempo Ordinario y leemos Marcos 9, 30-37.
El texto recoge uno de esos pasajes que pueden cambiar la vida de una persona, se trata del un momento de intimidad de Jesús con sus discípulos para enseñarles. Comienza con un nuevo anuncio de la pasión, un paseo en el que los discípulos discuten sobre quién es más importante y que Jesús aprovecha para enseñarles una lección vital, una lección que por su importancia Juan la utiliza para sustituir la última cena. “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos” y completa su magisterio poniendo en medio de ellos a un niño, a lo más indefenso de su sociedad, abrazándolo y diciéndoles que el que le acoge a ese niño, acoge también a Jesús y al Padre que lo ha enviado.
Como veis el tono del Evangelio ha cambiado, ahora es más intimista. A Jesús ya no le preocupan las multitudes, los milagros populosos, tan sólo le preocupa enseñar a los que tiene más cerca, a los que, aunque no terminen de entender el anuncio del Reino, quieren seguirle, pero Jesús insiste en que esa buena voluntad no es suficiente, requiere una implicación personal más allá de el voluntarismo, abarca a toda la persona.
La discusión de los discípulos parece legítima, ¿a quién de nosotros no nos gustaría ser el primero en algo?, ¿a quién no le gusta que le regalen el oído? Pero Jesús nos dice que de nada le vale eso si no lo ponemos al servicio de los demás, al servicio de la comunidad, si no nos volcamos en los más pequeños, en los más indefensos. Hay veces que ni siquiera rezar vale. Ser primero en algo es un don, un regalo, no algo a lo que tengamos derecho ni siquiera aunque oremos por ello. Las respuestas a nuestra oración no son ninguna compensación por nada. El amor de Dios es gratuito no tiene un por qué. Y tú, ¿buscas razones en el amor de Dios?