sábado, 20 de noviembre de 2010

Jesucristo Rey

Texto: Lc 23,35-43

En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a si mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro lo increpaba: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le respondió: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso».

Comentario

Este 21 de noviembre celebramos la solemnidad de Cristo Rey del Universo y leemos Lc 23, 35-43. El texto nos relata el episodio de Jesús con los dos ladrones en la cruz y la redacción del letrero que le pusieron con el motivo de la muerte.

De nuevo nos encontramos con la irracionalidad del mensaje cristiano, con la paradoja. El Rey crucificado, el poder en la humildad, la vida en la muerte, la salvación en el dolor… y, todo ello, por un amor eterno. El Gólgota es el cúlmen de la expresión del amor de Jesús a todos los que en el Evangelio de Lucas han aparecido como marginados. En el buen ladron se concentran todos los que a lo largo de su vida se han ido cruzando con él y han ido siendo salvados. En él alcanzan la salvación. “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”. Y en ese malechor en el que se concentran todos los marginados se redime el primer pecado. Porque lo que motivó la expulsión de ese paríso fue precisamente, no recococer nuestra condición de pecadores, si revisamos el relato del Génesis veremos cómo cuando Dios pregunta por qué han comido del árbol prohibido la contestación es echar la culpa al otro, el hombre a la mujer y la mujer a la serpiente.

Es lo mismo que les ocurre a mis alumnos, cuando uno aprueba, dice que ha aprobado; y cuando suspende, dice que yo le he suspendido. La cuestión es no asumir la responsabildiad de nuestros actos, de nuestros pecados. Si nos presentamos ante Dios como pecadores él nos perdonará y salvará. Si, de forma soberbia, nos intentamos liberar de la culpa (“Sálvate a ti mismo y a nosotros”, dice el otro ladrón), pretendemos que nuestros actos no tengan consecuencias; entonces, nos condenamos.

¿Te inhibes de la responsabilidad o la reconoces? ¿te sabes pecador ante Dios o pretendes que te salve porque tienes dercho a ello?