miércoles, 24 de agosto de 2011

22º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Mt 16, 21‑27

En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte». Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios». Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta».

Comentario:

Este 28 de agosto celebramos el 22º Domingo del Tiempo ordinario y leemos Mt 16, 21-27. Seguro que el texto nos suena a todos, es continuación del de la semana pasada. De un Pedro bendecido por Dios a uno al que Jesús llama Satanás. Jesús comienza el anuncio de su Pasión y esto no lo entiende ni Pedro, ni nosotros. Nos enfrentamos a la paradoja del cristianismo, a la paradoja de la cruz. Y, a menudo, la malinterpretamos al entender lo de cargar con la cruz con la “resignación cristiana”. Pero, tenemos una tarea importante distinguir esa “resignación cristiana” de la “voluntad de Dios”. Dios quiere que carguemos con nuestras cruces, que nos neguemos a nosotros mismos. El negarnos a nosotros mismos no es más que renunciar a nuestro egoísmo natural, a ser el centro de todo; es, simplemente, el darnos a los demás, el pensar en las necesidades del otro, en valorar si son más primordiales que las mías. El olvidarnos de esta parte sería resignación, mientras que al tenernos en cuenta valoramos la voluntad de Dios. Dios nos ama y no desea nuestro sufrimiento.

Y, entonces, ¿el ejemplo de los mártires? Son testigos que valorando todo renuncian a sí mismos en favor de los demás y se convierten en ejemplos a imitar por la entrega heroica, que nadie nos puede exigir, de ahí su mérito; en que nadie pueda exigirlo, en que nadie pueda pedirlo y, sin embargo, decida hacerlo.

Pero pocos son los que tienen vocación de mártires. Nosotros, como cristianos, estamos llamados a ser santos, y la santidad se adquiere poniendo por delante al prójimo, asumiendo nuestras cruces, no pavoneándonos de ellas, no resignándonos de ellas, no dejándolas a los demás, no sin la ayuda de la comunidad. Si nos negamos no morimos, vivimos en plenitud. Negarnos es poner por delante a Jesucristo, a los hermanos. Negarnos es descubrir la voluntad de Dios y esforzarnos por llevarla a la práctica.

¿Cuáles son mis cruces? ¿Cómo las llevo?