martes, 28 de diciembre de 2010

2º Domingo de Navidad

Texto: Jn 1, 1-18

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venia como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: “el que viene detrás de mi pasa delante de mí, porque existía antes que yo”». Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Comentario:

Este 2 de enero celebramos el 2º Domingo de Navidad y leemos, de nuevo, Juan 1, 1-18. La liturgia nos ofrece una segunda oportunidad de reflexionar sobre el prólogo del Evangelio de Juan, ya nos lo ofreció en la misa de Navidad.

Una vez tuve un profesor que al explicar los cuatro evangelios y la relación que había entre ellos, decía: “el Evangelio de Marcos es un relato de la pasión con un prólogo muy largo, cuenta la historia de Jesús el Hijo de Dios; los Evangelios de Lucas y Mateo se preguntan quién ese hombre; y el Evangelio de Juan se pregunta quién es este Dios”. Pues bien, este prólogo nos da la clave interpretativa de todo el Evangelio. Nos habla de un Jesucristo preexistente, que coexiste con el Padre desde el Principio. Cuando trato de explicar esto siempre me encuentro con el mismo problema, “desde el Principio”, desde siempre… y me preguntan ¿desde la creación del mundo? No… desde antes, desde siempre. El siempre no tiene principio ni fin.

A nivel práctico tal vez debamos fijarnos en los versículos finales. Mientras que Moisés nos dio la Ley, Cristo nos ha traído la gracia y la verdad que proceden de Dios. Porque a Dios nadie lo ha visto, solo el Hijo que es quien nos lo ha dado a conocer. Y lo que nos enseña el Hijo es que Dios está en los que nos rodean, especialmente en los que más nos necesitan. Y cuando no hacemos caso de este mensaje estamos en la tiniebla, rechazando a Jesucristo. Los que podamos llamarnos hijos en el Hijo, lo somos no por el amor humano (aunque sea el único paradigma que entendamos), sino por el amor divino, que es capaz de entregar a su único Hijo por nosotros.

Las más de las veces, nuestra cabeza nos impide amar. No intentemos comprender, sólo amar.

sábado, 25 de diciembre de 2010

Sagrada Familia

Texto: Mt 2, 13-15

Cuando se marcharon los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». José se levantó, cogió al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por el Profeta: «Llamé a mi hijo, para que saliera de Egipto». Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, coge al niño y a su madre y vuélvete a Israel; ya han muerto los que atentaban contra la vida del niño». Se levantó, cogió al niño y a su madre y volvió a Israel. Pero, al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allá. Y, avisado en sueños, se retiró a Galilea y se estableció en un pueblo llamado Nazaret. Así se cumplió lo que dijeron los profetas, que se llamaría Nazareno.

Comentario:

Este 26 de diciembre celebramos la Sagrada Familia y leemos Mt 2, 13-15. El texto recoge el pasaje en el que el ángel le dice a José que coja a su familia y se la lleve a Egipto y la posterior vuelta una vez muerto Herodes, pero como aún quedaba Arquelao en Judea el ángel les manda quedarse en Galilea.

Al margen del paralelismo con el Antiguo Testamento, de la simetría con la historia de Israel y, concretamente, de Moisés.

El Evangelio de hoy se conforma con una simple enseñanza. Cuando uno obedece a Dios, las cosas resultan bien. El cumplimiento de la voluntad de Dios es la fuente de nuestra felicidad.

Al margen de las apreciaciones interpretativas de la Escritura, el texto de hoy podría fácilmente reflejar la historia de todas esas familias que aún hoy vienen a nosotros en busca de una vida mejor, de unas posibilidades que no encuentran en su tierra y, a las que muchas veces nosotros cerramos las puertas, no sólo de nuestras ayudas sino también de nuestros corazones.

Una vez os comenté que lo difícil era descubrir cuál era la voluntad de Dios que insistentemente pedimos en la oración que Cristo nos enseñó. Pues bien, la Navidad nos deja claro que la voluntad de Dios pasa por la aceptación de los demás, especialmente de los más sencillos, de los más humildes, de los más pobres. Este es el mensaje que continuamente nos da el Evangelio. La única cuestión que se nos plantea es si estamos dispuestos a cumplirla. Si nuestro elemento volitivo nos permite hacerlo. Si no estamos demasiado acomodados con nuestras pantagruélicas comilonas, con la vorágine consumista… cada uno en su medida. Una vez alguien me preguntó que cómo podía ser egoísta si no tenía nada. La cuestión no es lo que se tiene si no lo apegado que estamos a lo que tenemos.

Felices y humildes navidades.

sábado, 18 de diciembre de 2010

4º Domingo de Adviento

Texto: Mt 1, 18-24

El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa: “Dios‑con‑nosotros”». Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.

Comentario:

Este 22 de diciembre celebramos el cuarto domingo de Adviento y la liturgia nos ofrece el relato del sueño de José ante la duda de si acoger o no a María tras quedarse embarazada en Mt 1, 18-24.

De nuevo, el Evangelio nos ofrece un ejemplo de confianza. José toma una decisión y en sueños Dios le transmite que no se ha equivocado, después el evangelista nos cita al profeta para corroborar la visión. E incluso le dice el nombre que le pondrá, con lo que ello supone para los israelitas, el hecho de poner el nombre es un derecho de la paternidad

Se nos presenta la figura de José, lo poco que se nos dice de él en los evangelios. Por el contrario de lo que podría parecer, José no tiene miedo a acoger a María porque se haya quedado embarazada estando casado con ella, sino porque es consciente de la presencia de Dios en ella, porque el evagelista ya nos había informado que José había aceptado que Jesús era hijo de Dios. El miedo de José es por entrar en relación con Dios, por no saber qué nombre poner a Jesús puesto que él no era el verdadero padre.

No deja de sorprender que una vez tomada la decisión, Dios quiera confirmarla, José tiene que tomar su decisión, como vulgarmente se dice “a pelo”, sin ayuda. Pero Dios quiere que José no se sienta solo. Lo mismo hace con nosotros, puede que nos equivoquemos, nos deja libertad, pero cuando tomamos las decisiones adecuadas, Dios acaba confirmándonoslas, con felicidad. Dios quiere que seamos felices y libres, sería más fácil obligarnos a hacer lo adecuado. Pero nos quiere libres. En esencia el texto nos habla de confianza en Dios y de libertad.

¿Cómo ejercemos esa libertad, queriendo fiándonos de Dios o de nosotros mismos?

martes, 7 de diciembre de 2010

3er. Domingo de Adviento

Texto: Mt 11, 2-11

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» Jesús les respondió: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí! Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti”. Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él».

Comentario:

Este 12 de diciembre celebramos el tercer domingo de Adviento y leemos Mt 11, 2-11. El texto en que los discípulos de Juan, que está en la carcel, van a preguntarle a Jesús si es al que hay que esperar o a otro, y la contestación de Jesús que les remite a los hechos. Entonces Jesús revela lo que Juan realmente es.

Al parecer a Juan no le entraba en la cabeza lo que estaba viendo, el mesianismo de Jesús, seguramente no era el que esperaba. De ahí que mande a preguntar si a Él era al que debían esperar, y Jesús sale airoso, sólo les dice que observen lo que hace y que sean ellos quienes disciernan si es eso lo que están esperando, refiriendo lo que había dicho el profeta Isaías. El mesianismo político que Juan esperaba se ve truncado por el mesianismo profético que Jesús tiene en su cabeza.

Después aprovecha que se han ido los discípulos de Juan para elogiar su figura, qué es lo que supone para él, para nosotros, para los de su tiempo…

En el evangelio de hoy se comienza a hacer presente el Reino entre nosotros, Jesús se empieza a revelar como lo que es. Un Dios hecho hombre como nosotros, que se rebaja hasta someterse a nuestra condición. El Reino se inaugura, el nacimiento del niño, en su debilidad, nos anuncia y preconiza la grandeza de un Dios que se nos encarna. Se rebaja hasta hacerse un niño con el que comienza todo y todo es nuevo. Cristo se hace hombre y con él el Reinado de Dios comienza entre nosotros. Nuestra misión es, con su ayuda, completar esa instauración del Reino de Dios. ¿Cómo lo hacemos? ¿Cómo ayudamos a Cristo en ese mesianismo que quiere instaurar? ¿anunciamos el reino a los pobres, hacemos hablar a los mudos, andar a los cojos… o nos conformamos con lo que tenemos?

jueves, 2 de diciembre de 2010

2º Domingo de Adviento

Texto: Mt 3, 1-12

Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea predicando: «Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos». Este es el que anunció el profeta Isaías diciendo: «Una voz grita en el desierto: “preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”». Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán. Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: «¡Camada de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones pensando “Abrahán es nuestro padre”, pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego. Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego. El tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga».

Comentario:

El próximo 5 de diciembre celebramos el 2º Domingo de Adviento y leemos Mateo 3, 1-12. El texto recoge el momento en el que Juan está predicando en el desierto y anuncia la llegada de quien, detrás de él bautizará con Espíritu Santo y fuego. El evangelista nos plantea la necesidad que todos tenemos de convertirnos.

Muchos podríamos preguntarnos, qué necesidad tenemos de estar permanentemente en conversión, cuaresma tras adviento y año tras año. La conversión es un proceso que tenemos que revivir. Igual que desde que nacemos hasta que morimos, evolucionamos. De la misma forma, conforme avanzamos en nuestra fe, como cuando avanzamos en una relación vamos conociendo a la otra persona, vamos cambiando nuestra comprensión del otro, le conocemos mejor, nos relacionamos mejor, sabemos lo que piensa. Del mismo modo la conversión supone esa profundización en la relación. La conversión no es un cambio radical es un proceso largo, los cambios milagrosos no son frecuentes. Lo más habitual es que cada uno de nosotros, vayamos cambiando poco a poco, día a día.

Luego está el tema del auténtico cambio, lo que Juan, critica en los que se creen con derecho a salvarse, es precisamente eso… que se crean con derecho. Nadie tenemos derecho a recibir regalos, quienes nos los dan nos los dan liberrimamente. La salvación es un regalo, no tenemos derecho a ella y siempre que nos creemos con derecho a ella, estamos perdiendo ese regalo. Dios se abre camino, no necesita que nos creamos con derechos sino que nuestros corazones se transformen, se vuelvan hacia Él. Los hechos pueden ser los mismos, pero nuestra actitud no. A mis chicos les digo, que uno se puede acercar a otro a darle un beso porque le quiere o porque quiere pisarle el cayo. Lo que cuenta es la intención de nuestro corazón.

¿Te crees conderecho a la salvación? ¿Qué hay en tu corazón?

martes, 23 de noviembre de 2010

1er. Domingo de Adviento

Texto: Mt 24, 37-44

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del Hombre pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del Hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de la casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre».

Comentario:

El próximo 28 de noviembre celebramos el 1er Domingo de Adviento, cambiamos de ciclo y el evangelista que nos va a acompañar en este año litúrgico es Mateo, en esta ocasión capítulo 24, vv. 37-44.

El texto recoge ese momento en que Jesús, utiliza una comparación con el A. T. para explicar la segunda llegada de Jesús. Para explicar que su llegada será cuando menos nos pensemos y que no hará distingos de personas. En estos días me toca contarles a mis alumnos el tema de la dignidad de la persona y creo que este texto les iluminaría que, en esa situación, todos seremos iguales.

El texto comienza a introducirnos en la dinámica de preparación, de purificación en la que debemos entrar para recibir, “como Dios manda”, a Cristo. Cada año nos encontramos con esta venida, con el revivir la primera venida de Jesús esperando la segunda. Me viene a la mente esa aclamación a la consagración que rara vez repetimos: Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este vino, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas. Como para la primera, la segunda venida será inesperada y ante ella todos seremos iguales. Un amigo compara este texto con el del Juicio del cap. 25 de Mateo, en él se nos dice cómo será ese Juicio, cómo debemos prepararnos para la venida. Y, curiosamente no habla de oraciones ni de ir a misa, sino de hacer el bien a los que tenemos alrededor. Ya sabéis… “venid, benditos de mi Padre… porque tuve hambre y me disteis de comer…”

¿Cómo me preparo para la venida de Jesús a mi vida? ¿Realmente quiero que venga a mi vida? ¿Es un don que pido o me creo tan autosuficiente que ya lo tengo?

sábado, 20 de noviembre de 2010

Jesucristo Rey

Texto: Lc 23,35-43

En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a si mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro lo increpaba: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le respondió: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso».

Comentario

Este 21 de noviembre celebramos la solemnidad de Cristo Rey del Universo y leemos Lc 23, 35-43. El texto nos relata el episodio de Jesús con los dos ladrones en la cruz y la redacción del letrero que le pusieron con el motivo de la muerte.

De nuevo nos encontramos con la irracionalidad del mensaje cristiano, con la paradoja. El Rey crucificado, el poder en la humildad, la vida en la muerte, la salvación en el dolor… y, todo ello, por un amor eterno. El Gólgota es el cúlmen de la expresión del amor de Jesús a todos los que en el Evangelio de Lucas han aparecido como marginados. En el buen ladron se concentran todos los que a lo largo de su vida se han ido cruzando con él y han ido siendo salvados. En él alcanzan la salvación. “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”. Y en ese malechor en el que se concentran todos los marginados se redime el primer pecado. Porque lo que motivó la expulsión de ese paríso fue precisamente, no recococer nuestra condición de pecadores, si revisamos el relato del Génesis veremos cómo cuando Dios pregunta por qué han comido del árbol prohibido la contestación es echar la culpa al otro, el hombre a la mujer y la mujer a la serpiente.

Es lo mismo que les ocurre a mis alumnos, cuando uno aprueba, dice que ha aprobado; y cuando suspende, dice que yo le he suspendido. La cuestión es no asumir la responsabildiad de nuestros actos, de nuestros pecados. Si nos presentamos ante Dios como pecadores él nos perdonará y salvará. Si, de forma soberbia, nos intentamos liberar de la culpa (“Sálvate a ti mismo y a nosotros”, dice el otro ladrón), pretendemos que nuestros actos no tengan consecuencias; entonces, nos condenamos.

¿Te inhibes de la responsabilidad o la reconoces? ¿te sabes pecador ante Dios o pretendes que te salve porque tienes dercho a ello?

jueves, 11 de noviembre de 2010

33er Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Lc 21, 5-19

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: «Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido». Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?» Él contestó: «Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien: “El momento está cerca”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida». Luego les dijo: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».

Comentario:

Este 14 de noviembre celebramos el 33er Domingo del Tiempo Ordinario y leemos Lc 21, 5-19.

El texto sigue en la línea escatológica de la semana pasada, recoge el momento en el que Jesús anuncia la destrucción del Templo de Jerusalén y habla del fin de los tiempos. Cuando los falsos profetas anuncien que está cerca, no os preocupéis. Cuando veamos los signos que menciona el texto, entonces aún nos queda tiempo, pero no debemos preocuparnos por defendernos, Él nos inspirará la palabra oportuna, todos nos traicionarán y odiarán por Él. Pero hay una esperanza, ni un pelo de nuestra cabeza caerá, si nos mantenemos fieles nos salvaremos.

El evangelio pretende darnos fuerzas, Jesús nos consuela, a pesar de todo, Dios está a nuestro lado. Aunque parezca que las cosas nos van cada día de mal en peor, Él nos salvará. La fe, la confianza en Jesucristo lo puede todo. Lucas escribe para una comunidad que necesita esa fortaleza, pero también para nosotros hoy. Jesús nos habla no del final, sino del tiempo intermedio, de nuestro hoy, todas esas persecuciones, traiciones, odio… se nos presentarán antes del final, tal vez para probar nuestra fe, para probar que de verdad somos merecedores de la salvación, no podremos quedarnos quietos, como recuerda Pablo a los Tesalonicenses.

Si hay algo que realmente nos aporta el hecho de ser cristianos es el profundo sentimiento de libertad que nos acompaña. Digo libertad, porque cuando realmente te crees el mensaje de Cristo te das cuenta que lo que realmente importa es la relación de amor que mantienes con Él, eso te permite poder decir las cosas sin ataduras, como lo hizo Jesús. Ese sentimiento es el que nos ayuda a mantenernos firmes para alcanzar la vida con mayúsculas. Por otro lado, debemos tener claro que la fidelidad al mensaje de Cristo nos costará granjearnos alguna enemistad, porque en quienes no lo entienden, escuece.

Tu y yo, ¿seremos capaces de superar las pruebas?

jueves, 4 de noviembre de 2010

32º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Lc 20, 27-38

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella». Jesús les contestó: «En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos».

Comentario:

El próximo 7 de noviembre celebramos el 32º Domingo del Tiempo Ordinario, empezamos a acercarnos al final de año litúrgico y eso se nota en los textos que nos ofrece la liturgia, son textos que se refieren a nuestro final, como este de Lc 20, 27-38.

El evangelio recoge el pasaje en el que los saduceos quieren “pillar” a Jesús en el tema de la resurrección y le plantean una cuestión relacionada con la ley del levirato instituida por Moisés, esta ley obliga al cuñado a dar descendencia a la viuda de su hermano. Ellos se plantean que si una mujer se casa con varios hermanos, cuando resucite de quién será mujer. Y Jesús, sabiendo que lo único que les valía a los saduceos eran las palabras de la ley mosaica, recurre a esa ley, recordando que el propio Moisés dice que Dios es el Dios de Abraham, Isaac y Jabob, y que Dios es un Dios de vivos y no de muertos, con lo que rebate los argumentos de los saduceos.

El planteamiento que nos hace el texto de hoy nos obliga a cuestionarnos nuestra fe en la resurrección.

El otro día preparando estos textos con gente de la parroquia la gente se cuestionaba cómo funcionaba eso de la resurrección, cómo iba a ser. Y otra persona del grupo le respondió: dejemos a Dios ser Dios. Hagamos lo que consideramos que tenemos que hacer y olvidémonos de escatologías, dejémonos de preocuparnos de las cosas de las que no sabemos., tenemos una serie de artículos en nuestro credo que nos deben resultar suficientes: sabemos que resucitaremos y que tendremos una vida futura, no como esta (gracias a Dios) sino vida en Dios. Porque nuestro Dios es un Dios de vivos.

¿Vives convencido de estas verdades o sólo son ideología? ¿Y, en qué lo notan los demás o sólo es algo que se queda en mi cabeza?

miércoles, 27 de octubre de 2010

31º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Lc 19, 1- 10

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: «Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa». Él bajó en seguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador». Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor: «Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más». Jesús le contestó: «Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».

Comentario:

El próximo 31 de octubre celebramos el trigésimo primer Domingo del Tiempo Ordinario y la liturgia nos ofrece el pasaje del encuentro de Zaqueo con Jesús en Lc 19, 1-10.

Un Zaqueo pequeño, que siente curiosidad por ver a Jesús, y que se sube a la higuera para verle; un encuentro que es más bien un encontronazo; y un cambio radical, de colaboracionista con los romanos, recaudador de impuestos a repartidor de lo que tiene con los necesitados y restituidor de lo defraudado a sus compatriotas.

En alguna ocasión ya hemos visto las experiencias de cambio que supone el encontrarse con Jesús, en este texto son evidentes; pero quiero fijarme en la dinámica de la relación, en cómo se produce ese encuentro.

El encuentro con Jesús siempre es de la misma forma, debemos tener cierta disposición, estar atentos, que la búsqueda de Jesús nos suponga cierta inquietud. Jesús está ahí para nosotros, está a nuestra disposición. Una vez que se produce este primer encuentro, la dinámica funciona por sí sola si se mantiene esa actitud de búsqueda. Y, a partir, de ahí se produce el cambio. Un cambio que transforma a toda la persona. Una transformación liberadora, que nos permite liberarnos de aquello que nos sobra para acabar siendo felices. Esa es nuestra vocación, Jesús nos llama para ser felices, libres, que nuestro seguimiento nos lleve a ser felices y libres, importándole poco al propio Jesús que murmuren de él por ir a comer con pecadores.

La perícopa de hoy nos enseña los efectos de ese encuentro: la felicidad de Zaqueo, el cambio de vida, la restitución de lo obtenido por su oficio oprimiendo a sus hermanos y colaborando con el Imperio Romano, y el compartir con los necesitados aquello de lo que se dispone. ¿Qué supone para ti el encuentro con Jesús? ¿Cómo ha sido tu encuentro con él?

domingo, 17 de octubre de 2010

30º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Lc 18, 9-14

En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de si mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

Comentario:

Este 24 de octubre celebramos el 30º Domingo del Tiempo Ordinario y la liturgia nos ofrece Lc 18, 9-14. El texto nos propone otra parábola de Jesús la del fariseo y el publicano que van a rezar, el uno se queda atrás y se reconoce pecador ante Dios y el otro que, en pie, daba gracias por no ser como los demás. Y su enseñanza final: “el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.

Lo primero, aclarar un par de términos… no es lo mismo humildad que humillación y en ocasiones lo confundimos, de hecho en muchas ocasiones, en la Iglesia han sido confundidos. No sé quién me dijo que la verdadera humildad no olvida la autoestima, y santa Teresa nos enseñó que “humildad es verdad”, no humillación. El fariseo no reza, utiliza palabrería vacía para ponerse por encima de los demás, por encima, incluso, de Dios, no le habla a Dios de sí y de su relación con Él, le habla de lo mejor que se cree respecto de los demás. Es como cuando en las empresas uno asciende por méritos propios y otro lo hace pisando a los demás. La lectura del Eclesiástico de esta semana omite un versículo (Eclo 35, 14) que hace de nexo con el Evangelio: “Culto sin justicia es algo inútil”. Eso es lo que le ocurre al fariseo, pretende dar culto a Dios pasando por encima del Él y de sus semejantes. Con estos textos siempre me viene a la cabeza la Carta de San Juan: “Nadie puede amar a Dios a quien no ve, sin amar al hermano a quien ve”

¿Cómo es tu oración: verborrea o reconocimiento de tu condición ante Dios? Nuestra naturaleza humana nos hace pecadores ante Dios ¿tienes conciencia de esta condición?

jueves, 14 de octubre de 2010

29º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Lc 18, 1-8

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”. Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara”». Y el Señor añadió: ‑ «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?»

Comentario:

El próximo 17 de octubre celebramos el 29º Domingo del Tiempo Ordinario y leemos Lucas 18, 1-8.

El texto recoge el momento en que Jesús cuenta esa parábola sobre la necesidad de orar, del juez y la viuda, y la posterior explicación de Jesús.

Como en otras ocasiones Jesús nos invita a orar siempre en todo momento, el pedid y se os dará, aunque nada más sea por pesados. De nuevo el tema central es la fe, el descubrir la complejidad de la fe, cuando la cosa parece mucho más sencilla, una fe que no nos permite hablar de derechos, sino de obligaciones. Hoy les contaba a mis alumnos qué significa eso de la libertad y cómo cuando parece que la ejercemos estamos siendo esclavos de otras cosas… bueno pues eso mismo pero con la fe es lo que hacía Jesús, pero hoy vemos como lo que pedimos puede que no sea lo mejor para nosotros y, a pesar de ello, Él nos va a dar siempre lo que necesitamos, lo que realmente necesitamos. Y mucho menos nos lo va a conceder cuando queramos, sólo cuando Él lo considere oportuno. Un amigo mío me decía que ya andaba con mucho cuidado con lo que le pedía a Dios, porque había descubierto que siempre se lo concedía, no cuando lo pedía, pero lo concedía. La sencillez de la sencillez de las pasadas semanas no está reñida de que Dios nos escuchará que saldrá en nuestra defensa cuando lo necesitemos. Eso es fe.

¿Nuestro grado de confianza, de fe, llega hasta tener cuidado de lo que le pedimos? Como me recuerda un amigo mío, somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras. En la relación con Dios, ¿también somos conscientes de esta verdad o pedimos por pedir?

lunes, 4 de octubre de 2010

28º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Lc 17,11-19

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». Al verlos, les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes». Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?» Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado».

Comentario:

Este domingo 10 de octubre celebramos el 28º Domingo del Tiempo Ordinario y leemos Lc 17, 11-19. El Evangelio nos narra cómo yendo Jesús de camino a Jerusalén se le acercaron unos leprosos a los que mandó a los sacerdotes y mientras iban de camino, quedaron curados, pero sólo uno de ellos vuelve a darle las gracias a Jesús.

De nuevo, Lucas nos plantea el tema de la fe, de la verdadera fe. La fe no consiste sólo en obedecer a Jesús como hacen los diez leprosos. Todos ellos obedecen y van a los sacerdotes para que certifiquen que han quedado limpios del estigma social, religioso y personal de la lepra. Pero, sólo uno vuelve para dar las gracias. Esa es la auténtica fe, la que sirve a Dios; la que acude a Dios desde la propia indigencia; la que es sencilla; la que no esgrime derechos sino que gusta hablar de obligaciones.

Como Jesús, nosotros sabemos que nuestras vidas tienen un sentido, ese sentido es Cristo y con él nuestros hermamos. Los milagros de Jesús siempre están al servicio de la persona, ningún milagro de Jesús es por lucimiento personal, todos son para los demás. Incluso cuando a él le tentaban con que se aprovechase de sus milagros no lo hizo. Los milagros están al servicio de la construcción del Reino, son para beneficio de los demás y de la gloria de Dios.

Dos aspectos esenciales en nuestra vida de cristianos se vislumbran en este texto. La auténtica fe pasa por la experiencia de gratuidad, como me dijo un profesor amigo mío, hay una experiencia más profunda de gratuidad en sentirse amado que en amar. Y, ese amor, esa gratuidad se manifiesta en los hermanos.

¿Nuestra fe es auténtica y agradecida com la del leproso que volvió o es como la de los otros nueve?

jueves, 30 de septiembre de 2010

27º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Lc 17, 5-17
En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor: «Auméntanos la fe». El Señor contestó: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”. Y os obedecería. Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: “En seguida, ven y ponte a la mesa?” ¿No le diréis: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú?” ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”».

Comentario:
Este 3 de octubre celebramos el 27º Domingo del Tiempo Ordinario y leemos Lc 17, 5-17.
Los discípulos piden a Jesús que les aumente la fe, como si la fe fuese una cuestión de cantidad. Jesús se lo deja claro, no se trata de cantidad, sino simplemente de tener o no tener. Tengo o no tengo fe. Luego les advierte de los riesgos de creerse superiores por tener fe, por gozar de ese don. Cuando la tenemos no podemos creernos superiores a los demás, no podemos alardear de ello, cuando con ella ayudamos a los demás, no hacemos más que lo que nos corresponde. La fe no es algo que nos podamos reservar, es para compartirla con los demás. Y cuando lo hacemos lo que debemos, ¿qué mérito tenemos? Por ello no debemos creernos más que nadie, simplemente hemos hecho lo que se espera de nosotros.
La fe no es más que la confianza en Dios. Y con esa confianza somos capaces de hacer cualquier cosa, incluso lo que parece imposible, que una higuera crezca en el mar. Hoy, en un grupo, me comentaban que eso es imposible. Pero nuestra fe se basa en algo igual o más ilógico: El muerto está vivo. Si no nos creemos que una higuera pueda dar frutos en medio del mar, ¿cómo nos podemos creer que el muerto vive? Y si nos creemos que Dios es capaz de esto, cualquier cosa es posible.
Hay una segunda enseñanza en este texto, la sencillez con la que debemos vivir esta confianza, este don que se nos da. Ella nos confiere un poder especial, pero un poder que tenemos que vivir como servicio, como ministerio. Para dedicarlo a los demás, siendo conscientes de que al hacerlo no hacemos más que lo que debíamos.
¿Realmente te crees lo que confiesas en el credo? Y, si lo crees, ¿te ves superior a los demás por ello o pones este don al servicio de los demás?

lunes, 20 de septiembre de 2010

26º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Lc 16, 19-31

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritó: “Padre Abrahán, ten piedad de mi y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”. Pero Abrahán le contestó: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros”. El rico insistió: “Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento”. Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen”. El rico contestó: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán”. Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto”».

Comentario:

El próximo 26 de septiembre celebraremos el 26º Domingo del Tiempo Ordinario y leemos Lc 16, 19-31.

El texto es de sobras conocido, la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro. A modo de curiosidad, si os fijáis, en ningún sitio dice el nombre del rico. El relato de esta semana no comienza exactamente donde lo dejamos la semana pasada, la liturgia nos ha omitido seis versículos, en los que se encierra la verdadera clave de esta perícopa. Si hacemos caso a las interpretaciones más tradicionales, este evangelio ha servido, como decía Marx de adormidera del pueblo: si ahora sufres, no te preocupes, que serás recompensado en el cielo, y los que ahora te lo hacen pasar mal, entonces serán castigados. Si contemplamos el texto desde el v. 13, en el que dejábamos el texto la semana pasada, la cosa cambia. Precisamente la lectura es la contraria: que lo que exaltan los hombres, lo aborrece Dios y que lo importante es lo que hay en el corazón, tal como recoge el v. 15. Los fariseos consideraban que el que tenía riquezas era porque había sido bendecido por Dios. Lo que Jesus viene a denunciar es que la pobreza es una cuestión de origen social, humano que repugna a Dios.

Con la interpretación clásica, en nuestro entorno sociocultural, estaríamos todos condenados.

Jesus nos obliga a replantearnos nuestra escala de valores. Nos obliga a ponernos en marcha para cambiar esta situación social. Pero, aquí, hoy y ahora, porque esto no es lo que Dios quiere para el hombre, el orden que él ideó para nosotros en el principio no es este. Este lo hemos construido nosotros en contra de Dios. No tenemos más bienes porque nos haya bendecido Dios, sino porque nos hemos aprovechado de otros. Como dijo la semana pasada un cura en su homilía, mientras haya pobres la justicia de Dios nos seguirá clamando. ¿Qué exaltas?¿qué te dice Dios de eso?

martes, 14 de septiembre de 2010

25º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Lc 16, 1-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador, y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido”. El administrador se puso a echar sus cálculos: “¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”. Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: “¿Cuánto debes a mi amo?” Éste respondió: “Cien barriles de aceite”. Él le dijo: “Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta”. Luego dijo a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?” Él contestó: “Cien fanegas de trigo”. Le dijo: “Aquí está tu recibo, escribe ochenta”. Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz. Y yo os digo: Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el injusto dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».

Comentario:

Este 19 de septiembre celebramos el 25º Domingo del Tiempo Ordinario y leemos Lucas 16, 1-13.

Todo el texto se resume en la frase final “No podéis servir a Dios y al dinero” y está en consonancia con todo el Evangelio. El resto del relato es la parábola del Administrador infiel y su explicación. La parábola hoy requiere cierta explicación, en tiempos de Jesús los administradores cobraban su salario al llevarse una comisión de los negocios de su señor, por eso cuando rebaja el precio, no hace más que renunciar a su comisión para ganarse unos amigos que le salven cuando le vengan mal dadas.

El mensaje de Jesús es radical, puede parecer que haya un dinero justo y otro injusto, pero no es así. La conclusión final es clara, o Dios o el dinero.

Como en semanas anteriores, se trata de una escala de valores, en quién ponemos nuestro corazón, en quién confiamos. ¿De qué nos sirve pregonar con nuestros labios que confiamos en Dios, si nuestro corazón se aferra al dinero?

Me vienen a la cabeza los billetes de dólar en los que pone: “en Dios confiamos”, y me parece que supone la máxima incomprensión o, incluso, perversión del Evangelio. Pero esto mismo es lo que muchas veces pretendemos hacer, intentar conjugar lo que en la dinámica que nos propone Jesús es incompatible.

Si somos capaces de aceptar la escala de valores del Evangelio entenderemos eso de que Dios nos ama, que no tenemos porqué preocuparnos por el dinero, que no nos dejará de su mano, que si da alimento a los pájaros, a nosotros no nos abandonará. Y os aseguro que hay muchas personas que tenemos experiencia de esto. Debemos ser astutos y saber utilizar el dinero para lo que es. Como dice el refrán: hay que comer para vivir y no vivir para comer. Pues con el dinero lo mismo. ¿Nos preocupamos de ganar dinero para vivir o vivimos para ganar dinero?

martes, 7 de septiembre de 2010

24º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Lc 15, 1-31

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo esta parábola: «Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: “¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido”. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: “¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido”. Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta». También les dijo: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. Se puso en camino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”. Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”. Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mi nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”. El padre le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”».

Comentario:

El próximo 12 de septiembre celebramos el 24º Domingo del Tiempo Ordinario y la liturgia nos propone el texto de Lucas 15, 1-31.

En el contexto de una comida con unos fariseos, pecadores, publicanos y escribas, el evangelio recoge una serie de tres parábolas, la de la mujer que pierde una moneda, la de las cien ovejas y la del padre bondadoso, ésta mucho más larga, pero con la misma enseñanza de fondo.

La sociedad actual nos plantea una serie de principios que evidentemente no coinciden con los del Evangelio. Hoy se nos invita a medir todo a valorar los pros y los contras, hoy nadie deja noventa y nueve ovejas por una, cuantitativamente es una barbaridad. Pero el Evangelio nos propone que nuestro criterio sea cualitativo. Una oveja vale tanto como las noventa y nueve, una moneda merece la pena tanto como las nueve restantes. Un hijo por mal que se haya portado, por mucho que haya dilapidado, es un hijo y el amor hacia él es tanto como por el que hace lo que se supone que hay que hacer. Estas parábolas identifican a los protagonistas, la mujer, el pastor y el padre con Dios, demostrándonos que a Dios le importamos todos y cada uno de sus hijos, tal y como somos, respetando nuestra libertad y nuestras decisiones, una libertad que, en las más de las ocasiones, ninguno de nosotros somos capaces de respetar. Tal vez ahí radique nuestra diferencia con Dios, nuestra incapacidad para entenderlo. Dios sabe respetar sin juzgar, nos permite equivocarnos y nos valora a todos y cada uno de nosotros, independientemente de lo que hayamos hecho. Nos ama incondicionalmente. Una vez me dijeron que amar así es imposible, es una cualidad divina, pero ¿no debemos intentarlo, no podemos disfrutar de ese don? Dios nos lo puede dar.

¿Cuándo vamos nosotros a aprender a amar así? ¿Cuándo dejaremos de juzgar? ¿Cuándo respetaremos la libertad de nuestros hermanos?

jueves, 2 de septiembre de 2010

23er Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Lc 14, 25-33

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mi no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar”. ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».

Comentario:

Este 5 de septiembre celebramos el 23er Domingo del Tiempo Ordinario y el texto que se nos ofrece está tomado de Lc 14, 25-33. Uno de los pasajes más inquietantes, más duros del Evangelio: “si alguno viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos…, incluso a sí mismo, no es digno de ser discípulo mío”. Lo que Jesús nos propone no es una renuncia baldía, no significa dejar cosas, sino que todo queda relegado a un segundo plano, porque hemos descubierto qué es lo importante para nosotros. Cuando nos dice que hay que cargar con nuestras cruces y seguirle para ser discípulos, podemos entender que hay que sacrificarse, aceptar las penurias que nos llegan, pero la cruz no tiene sentido si no es siguiéndole, y Él cargó con las cruces de los que le rodeaban para aliviarles. De la misma forma, si nuestros sacrificios no son para ayudar a los demás, carecen de sentido, no son sino demostración de nuestro autocontrol; esas oblaciones serán útiles a los ojos de Dios si las vivimos para los demás.

Luego pone un par de ejemplos sobre sentarse a pensar antes de afrontar decisiones importantes, invitándonos a medir nuestras fuerzas porque aunque no haya que hacer esos sacrificios inútiles, sí que hay que hacerlos por y para los que nos rodean; aunque no haya que abandonar por nada, hay que descubrir qué es lo importante y seguirlo abandonando lo que no está en función de esa finalidad. En resumidas cuentas, como estos domingos atrás se nos propone un cambio no tanto de actitudes sino de motivaciones. Los ejemplos están claros: hay quienes cuando se abstienen de comer carne ponen en su mesa marisco, sin darse cuenta que el objetivo no es mortificarse, sino sentirse más libre para darnos a los demás.

¿Estamos dispuestos a las renuncias que nos pide Jesús? Y lo que es más importante ¿estamos dispuestos a hacerlo por los motivos que él quiere?

lunes, 23 de agosto de 2010

22º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Lc 14, 1.7-14

Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola: «Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: “Cédele el puesto a éste”. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido». Y dijo al que lo había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos».

Comentario:

El próximo 29 de agosto celebramos el 22º Domingo del Tiempo Ordinario y la liturgia nos propone el texto de Lc 14, 1.7-14. El Evangelio nos presenta a Jesús asistiendo a una comida con los fariseos y aprovecha la ocasión para darles un par de enseñanzas: por un lado, las bondades de la humidad; y por otro, la inutilidad del dar esperando recibir a cambio, porque al recibir quedas pagado.

Ambas enseñanzas no son originales de Jesús, el libro de los Proverbios, incluso en la 1ª lectura de hoy, nos lo repite en varias ocasiones. Jesús nos destaca las enseñanzas del Antiguo Testamento que nos pueden valer, otras las criticará, pero está la confirma.

Santa Teresa decía, con acierto, que humildad es verdad. Seguro que todos conocemos personas que viven una humildad que no se corresponde con la realidad, que se infravaloran o que restan importancia a sus cualidades o habilidades. Pero la humildad a la que nos invita Jesús no es esa, es algo radicalmente distinto y que nos ayuda en nuestro crecimiento personal, es una invitación a asumir las propias limitaciones, a reconocernos limitados frente al “Ilimitado”, frente a Dios, pero ello no quita que no reconozcamos la realidad. Acordaos de la parábola de los talentos, si yo no soy consciente de mis capacidades, si no las reconozco, ¿cómo podré trabajarlas?

La otra enseñanza es la de que hay que dar sin esperar nada a cambio. Una vez, una psicóloga, amiga mía, me dijo que eso es algo imposible, que todos esperamos recibir cuando hacemos algo. Que esa gratuidad es un don divino, pero que poca gente lo posee. Pero yo sigo creyendo que es posible, que podemos dar sin esperar recibir. Si recibimos, pues bueno. En una cosa tiene razón, que esperamos recibir, en un momento o en otro, esperamos el pago en esta vida o en la otra, y que, de vez en cuando, necesitamos sentir que nuestro esfuerzo no es en balde para poder seguir haciéndolo. Jesús no invita a no desesperar.

¿Vives la humildad y esperanza como Jesús nos enseña o te dejas llevar por falsas humildades y esperanzas?

jueves, 19 de agosto de 2010

21º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Lc 13, 22-30.

En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando. Uno le preguntó: «Señor, ¿serán pocos los que se salven?» Jesús les dijo: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”; y él os replicará: “No sé quiénes sois.” Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”. Pero él os replicará: “No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados”. Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos».

Comentario:

Este 22 de agosto celebramos el 21º Domingo del Tiempo Ordinario y leemos Lucas 13, 22-30.

El texto recoge un momento en el que a Jesús le preguntan sobre cuántos se salvarán, Jesús, como siempre, responde con un ejemplo y frente a la creencia del pueblo de Israel sobre que todos los judíos se salvarán, les dice que les precederán de otros pueblos y creencias. El ejemplo, en esta ocasión, es el de la puerta estrecha, esa que, cuando las puertas importantes de la ciudad cerraban, se quedaban abiertas, pero por ella no se podía pasar cargado, escasamente cabe una persona y obliga a dejarlo todo fuera, obliga a la renuncia, a esforzarse. En conclusión, por la puerta estrecha se puede pasar, pero dejándolo todo, esforzándose.

De nuevo nos encontramos con el tema del derecho a la salvación. Los judíos pensaban que por cumplir con los preceptos de la Ley se salvarían, pero Jesús nos viene a decir que esto no es así. El cumplimiento no garantiza nada. Y el creerse con derechos por cumplir, menos todavía. La salvación no es algo que se gane, es un regalo, un don. La misma actitud de los judíos podemos tenerla hoy en nuestra Iglesia, hay quienes por pertenecer a tal o cual grupo se cree mejor que los otros, con derecho a… y eso es lo que viene a desmontarnos Jesús. La salvación es una tarea ardua, nadie tiene derecho a ella, hay que estar permanentemente esforzándose por conseguirla.

El texto nos invita a desprendernos de las actitudes autosuficientes. A dirigirnos a Dios sin exigirle, pidiéndole que se haga su voluntad y no la nuestra, como lo hizo Jesús en Getsemaní. ¿Le pido a Dios porque soy digno de ello o le pido que me haga que me haga digno de Él?

jueves, 12 de agosto de 2010

Asunción de Ntra. Sra.

Texto: Lc 1, 39-56

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres-, en favor de Abrahán y su descendencia por siempre». María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.


Comentario:

El próximo 15 de agosto celebramos la Asunción de la Virgen y leemos un texto eminentemente mariano, Lucas 1, 39-56, la visitación de María a su prima Isabel y el Magníficat. María se entera del embarazo de su prima Isabel y, va a toda prisa para acompañarla y echarle una mano. Del diálogo entre las primas el evangelista destaca la contestación de Isabel al saludo de María, en ella me sobrecoge la pregunta: ¿quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Nunca me he caracterizado por una especial devoción mariana, tal vez porque haya visto en mi entorno más adoración que devoción. Eso no quita que reconozca en María un modelo de creyente. Y en este caso, María, la mujer que ha sido capaz de fiarse de Dios, de estar disponible para Él, también lo está para los hombres, para sus semejantes, representados en su prima. De nuevo, el Evangelio nos presenta la doble disponibilidad, a Dios y a los hombres, y la una lleva a la otra indefectiblemente.

Tal vez por ello, el ¿quién soy yo? Sea una pregunta para todos, que para ti y para mí implica el reconocimiento de Dios como el totalmente otro.

Por otro lado, el cántico del Magnificat hace que la confianza en Dios no sea injustificada, Dios ha cumplido lo que ha prometido a su pueblo. Lucas, con su predilección por los pobres, hace que el texto nos choque: “dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”. En estas proezas hechas con su brazo se recoge la esencia del Evangelio. Ese Evangelio que nosotros tenemos que construir día a día.

La pregunta de hoy creo que no puede ser otra que la misma que Isabel a María: ¿Quién soy yo para que vengas a mí?El próximo 15 de agosto celebramos la Asunción de la Virgen y leemos un texto eminentemente mariano, Lucas 1, 39-56, la visitación de María a su prima Isabel y el Magníficat. María se entera del embarazo de su prima Isabel y, va a toda prisa para acompañarla y echarle una mano. Del diálogo entre las primas el evangelista destaca la contestación de Isabel al saludo de María, en ella me sobrecoge la pregunta: ¿quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Nunca me he caracterizado por una especial devoción mariana, tal vez porque haya visto en mi entorno más adoración que devoción. Eso no quita que reconozca en María un modelo de creyente. Y en este caso, María, la mujer que ha sido capaz de fiarse de Dios, de estar disponible para Él, también lo está para los hombres, para sus semejantes, representados en su prima. De nuevo, el Evangelio nos presenta la doble disponibilidad, a Dios y a los hombres, y la una lleva a la otra indefectiblemente.

Tal vez por ello, el ¿quién soy yo? Sea una pregunta para todos, que para ti y para mí implica el reconocimiento de Dios como el totalmente otro.

Por otro lado, el cántico del Magnificat hace que la confianza en Dios no sea injustificada, Dios ha cumplido lo que ha prometido a su pueblo. Lucas, con su predilección por los pobres, hace que el texto nos choque: “dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”. En estas proezas hechas con su brazo se recoge la esencia del Evangelio. Ese Evangelio que nosotros tenemos que construir día a día.

La pregunta de hoy creo que no puede ser otra que la misma que Isabel a María: ¿Quién soy yo para que vengas a mí?

lunes, 2 de agosto de 2010

19º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Lc 12, 32-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón. Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre». Pedro le preguntó: «Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?» El Señor le respondió: «¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el empleado piensa: "Mi amo tarda en llegar", y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles. El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le con­fió, más se le exigirá.».

Comentario:

Este 8 de agosto celebramos el 19º Domingo del Tiempo Ordinario y leemos Lc 12, 32-48.

El texto tiene dos partes diferenciadas, por un lado la invitación a ser valientes y a hacer de Dios el motor de nuestras vidas, y por otro recoge varias enseñanzas escatológicas de Jesús, a permanecer vigilantes porque en cualquier momento, como decía la semana pasada nos pueden pedir cuentas.

Tal vez dos frases destaquen por su fuerza. Una de ellas que os repito de una u otra forma casi todos los domingos: "Donde está tu corazón allí está tu tesoro", y lo que sale del corazón son las intenciones, los afectos... Y la segunda: "Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá", y os tengo que confesar que ésta es una frase que personalmente me persigue. Tal vez porque siento que se me ha dado mucho, que he recibido de Dios millones de regalos a lo largo de mi vida: formación, familia, amor, amistad, personas que se han cruzado en mi vida... y, por ello, sé que se me exigirá más que a muchos otros y esto lo vivo como una responsabilidad. El mismo Evangelio me dice cómo hacerlo: "Dad gratis lo que habéis recibido gratis". Por eso, cada regalo que siento que recibo de Dios, tengo que tratar de compartirlo con los demás. Y creo que aquí está la clave del Evangelio, lo que nos llevará a la implantación del Reino de Dios. Cuando hay campañas en el colegio, les digo a los chavales que tienen que aportar algo por justicia, no por caridad. Porque ellos tienen un concepto de caridad distinto al nuestro. Pero la idea es que acaben haciéndolo por Caridad, entendida como lo hace san Pablo en 1Cor, por Amor, porque el amor va más allá que la justicia. Por justicia, nadie es capaz de dar la vida por los demás, pero por amor sí.

¿Qué anida en tu corazón, amor o justicia? ¿Qué sientes que se te ha dado?

18º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Lc 12, 13-21

En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: «Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia». Él le contestó: «Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?» Y dijo a la gente: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes». Y les propuso una parábola: «Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: “¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha”. Y se dijo: “Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mi mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida”. Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?” Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios».

Comentario:

Este 1 de agosto celebramos el 18º Domingo del Tiempo Ordinario y leemos Lc 12, 13-21.

El texto recoge una enseñanza de Jesús propia de Lucas, una enseñanza sobre el corazón del hombre, sobre lo que aloja ese corazón. No es que sea malo tener bienes, no es que sea malo disfrutarlos. Lo que Jesús critica es la actitud, la avaricia. El evangelista nos enseña mediante una parábola que la avaricia corrompe el corazón del hombre, lo separa de Dios. La vida, lo importante de la vida no lo dan los bienes. Sabéis que me gusta el refranero: "el dinero no da la felicidad". Y ello, con la imagen plástica de la parábola, el cuento ejemplificante de un agricultor. Para enseñar a un hombre que le pide que dirima en un asunto de herencias.

No sólo importan los bienes, hay cosas mucho más importantes, cosas relacionadas con la trascendencia, con lo que nos supera: la amistad, el amor, las relaciones con los demás y con Dios.

La cuestión central vuelve a ser la misma de otras tantas veces, dónde ponemos el corazón, nuestra confianza, en el dinero o en Dios. A Dios no le podemos pedir que nos ayude en estos temas pero sí que le podemos pedir que nos ilumine para tomar las decisiones adecuadas.

¿Para qué nos acordamos de Dios, para que nos solucione los problemas o para que nos ilumine ante ellos?

lunes, 19 de julio de 2010

Santiago Apóstol

Texto: Mt 20, 20-28

En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: «¿Qué deseas?» Ella contestó: «Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda». Pero Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?» Contestaron: «Lo somos». Él les dijo: «Mi cáliz lo beberéis, pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre». Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús, reuniéndolos, les dijo: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos».


Comentario:

Este 25 de julio celebramos la solemnidad de Santiago Apóstol y la liturgia nos ofrece la lectura de Mateo 20, 20-28.

El texto es aquel en que la madre de los Zebedeos le pide a Jesús que se sienten en su Reino, uno a su derecha y otro a su izquierda. Los diez discípulos restantes murmuran, pero Jesús les recrimina y les da una lección que va en consonancia con el Evangelio de la semana pasada. “El que quiera ser el primero sea esclavo, el que quiera ser grande sea vuestro servidor”. Jesús justifica la acción de los Zebedeos, y la de los diez, que no está lejos de la de estos, en la concepción cultural del entorno.

De nuevo nos encontramos con la paradoja del Evangelio. Para ser grande hay que hacerse servidor, para ser el primero hay que ser el último, muriendo damos vida, dando recibimos, perdiéndonos nos encontramos… puede chocarnos en la cabeza, pero el corazón nos dice que es así. Jesús supo llevar esto hasta sus últimas consecuencias. Para salvar nuestras vidas, entregó la suya.

En el contexto de la fiesta de hoy, Mateo nos quiere enseñar el sentido de la cruz, el sentido del testimonio dado con la propia vida, como al final lo hizo Santiago. Que el mensaje de Jesús merece la pena ser vivido. Que viviendo para los demás somos más persona.

El mundo nos ofrece otros caminos, para ser el primero hay que pisar a los demás, para ser grande hay que tener más que los demás. ¿Quién es más digno de tu confianza, Jesús o el mundo? ¿Cuál es para ti el mejor camino para ser el primero? ¿Eres capaz de ser testigo de que esta forma de vivir merece la pena?