jueves, 19 de agosto de 2010

21º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Lc 13, 22-30.

En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando. Uno le preguntó: «Señor, ¿serán pocos los que se salven?» Jesús les dijo: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”; y él os replicará: “No sé quiénes sois.” Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”. Pero él os replicará: “No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados”. Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos».

Comentario:

Este 22 de agosto celebramos el 21º Domingo del Tiempo Ordinario y leemos Lucas 13, 22-30.

El texto recoge un momento en el que a Jesús le preguntan sobre cuántos se salvarán, Jesús, como siempre, responde con un ejemplo y frente a la creencia del pueblo de Israel sobre que todos los judíos se salvarán, les dice que les precederán de otros pueblos y creencias. El ejemplo, en esta ocasión, es el de la puerta estrecha, esa que, cuando las puertas importantes de la ciudad cerraban, se quedaban abiertas, pero por ella no se podía pasar cargado, escasamente cabe una persona y obliga a dejarlo todo fuera, obliga a la renuncia, a esforzarse. En conclusión, por la puerta estrecha se puede pasar, pero dejándolo todo, esforzándose.

De nuevo nos encontramos con el tema del derecho a la salvación. Los judíos pensaban que por cumplir con los preceptos de la Ley se salvarían, pero Jesús nos viene a decir que esto no es así. El cumplimiento no garantiza nada. Y el creerse con derechos por cumplir, menos todavía. La salvación no es algo que se gane, es un regalo, un don. La misma actitud de los judíos podemos tenerla hoy en nuestra Iglesia, hay quienes por pertenecer a tal o cual grupo se cree mejor que los otros, con derecho a… y eso es lo que viene a desmontarnos Jesús. La salvación es una tarea ardua, nadie tiene derecho a ella, hay que estar permanentemente esforzándose por conseguirla.

El texto nos invita a desprendernos de las actitudes autosuficientes. A dirigirnos a Dios sin exigirle, pidiéndole que se haga su voluntad y no la nuestra, como lo hizo Jesús en Getsemaní. ¿Le pido a Dios porque soy digno de ello o le pido que me haga que me haga digno de Él?