lunes, 26 de enero de 2009

4º Domingo del Tiempo Ordinario

Este 1 de febrero celebramos el 4º domingo del Tiempo Ordinario y leemos Marcos 1, 21-28.
El texto narra una visita de Jesús con sus discípulos a la sinagoga de Cafarnaún y la expulsión de un demonio con el que mantiene una pequeña conversación.
Si acaso, sorprende que nos digan que Jesús se pone a enseñar, pero no nos dicen qué enseña, el evangelista tampoco nos dice mucho de esa forma nueva de enseñar que tanto atrae y que tan bien nos vendría a los educadores. Sabemos que enseña con autoridad, pero una autoridad que no mana del autoritarismo, ni de la imposición, sino del amor. Tal vez sea esto lo que nos falte.
Nos esforzamos por transmitir la buena noticia de la llegada del Reino pero, las más de las veces, es a nosotros mismos a quienes nos anunciamos, y nuestra autoridad no mana de amor sino de la soberbia de creernos en posesión de una verdad inmutable, a la cual hemos accedido, sin saber bien ni cómo ni porqué, sin aceptar esa verdad como un don que no puedo imponer a los demás, que sólo puedo proponer, enseñarles con la única autoridad que me es posible: la de mi vida, que así soy feliz; y decir como el Señor: “venid y veréis”.
Para mí, para nosotros, esta es la auténtica autoridad: el amor. Pero hay quienes todavía se esfuerzan en demostrar otros tipos de autoridad.
¿Cómo pretendes anunciar a los que tienes a tu alrededor la llegada del Reino de Dios? ¿Con la autoridad de la fuerza o con la del amor?