El Evangelio de Juan 2, 13-25, nos presenta a Jesús distinto del que estamos acostumbrados, está enfadado y airado con aquellos que habían convertido en un negocio, el Templo de Dios. Jesús expulsa a vendedores y cambistas, pero ¿Por qué actuó así? ¿Cómo interpretamos este arrebato de Jesús?
Sus discípulos recordaron las palabras del Salmo “el celo de tu casa me devora” y es que el amor por su Padre es tan fuerte e intenso, que le consume en su interior, es como un fuego incontenible, un fuego que le lleva a purificar la casa de su Padre de todo aquello que lo profana.
El Templo es casa de oración y es el lugar donde nos comunicamos con Dios, allí uno puede abrir su corazón, para dejarse llenar por Él, es el lugar íntimo, dónde dejamos que Dios nos acoja en sus brazos, y en esa intimidad, nos sentimos Hijos suyos.
Nosotros como cristianos, tenemos que respetar a Dios, por encima de todo y reconocerlo como el único Señor, tenemos que rechazar todos los cultos falsos que se basan en la búsqueda del dinero y el poder, en vez de basarse en la justicia, la paz y el amor. Esta es la explicación del enfado de Jesús.
Los judíos le piden un signo, y Jesús les dice “Destruid este Templo (que es su Cuerpo) y yo en tres días lo levantaré (con su resurrección). Su muerte y resurrección, será el signo definitivo, para dar autenticidad a su obra y misión.
Jesús es el nuevo Templo, el lugar de encuentro del hombre con Dios y todos los que se unen a Jesús por la fe y el Bautismo, forman en Él un mismo Templo.
Dos preguntas me invitan a la reflexión ¿Has percibido alguna vez en tu corazón el deseo de buscar a Dios? Y si así ha sido ¿Dónde lo has buscado?
Los cristianos lo buscamos en Jesús, y en la comunidad, que se reúne en su nombre.
Muchos lo buscan en los Templos, otros en acontecimientos de la vida y por supuesto, en las propias personas.
Recorre el camino de la fe, busca a Dios a través de la oración, acógelo, y colócalo en el centro de tu corazón, y déjale hablar y actuar libremente en tu vida.
Hay muchos ejemplos de gente sencilla, que experimenta la presencia de Dios, y su vida es una constante manifestación del amor y la misericordia de Dios y están dispuestos a entregar su vida por los demás, Teresa de Calcuta es un bello y claro ejemplo de ello, ella sí que fue un verdadero y claro Templo de Dios.