lunes, 14 de junio de 2010

12º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Lc 9, 18-24

Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos contestaron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas». Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro tomó la palabra y dijo: «El Mesías de Dios». Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día». Y, dirigiéndose a todos, dijo: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará».

Comentario:

Este 20 de junio celebramos el 12º Domingo del Tiempo Ordinario y leemos el Evangelio de Lucas 9, 18-24.

El texto recoge un momento de oración de Jesús con sus discípulos que interrumpe para preguntarles quién piensa la gente que es y quién piensan ellos que es. Pedro le contesta que es el Mesías. Jesús toma la palara para desvelar el tipo de mesianismo que ha elegido. El mesianismo del siervo doliente, el mesianismo que nos transmite Lucas, el Mesías de los pobres, de los marginados, de los que sufren. El mesianismo de la cruz.

La semana pasada veíamos como la clave del Evangelio pasa por el amor. Pero es un Amor con mayúscula, un amor que invita incluso a la negación de uno mismo. Estoy seguro que los padres y madres me entendéis. Es ese Amor que hace que, por nuestros hijos, seamos capaces de hacer cualquier cosa, que nos olvidemos de nosotros mismos por ellos, que podamos dar la vida por ellos, porque eso es lo que supone la cruz. Pues eso mismo es lo que nos pide Jesús respecto de los que sufren.

Este evangelio se sitúa en el comienzo de la suida de Jesús a Jerusalén, en el comienzo de su particular calvario psicológico. Un camino que termina en la Resurrección, y este es el final que nos espera si somos capaces de olvidarnos de nosotros, si somos capaces de dar y darnos por los demás.

Las preguntas del texto de hoy son más que evidentes: ¿Quién es Jesús para mí? Y, según la respuesta que de a esta pregunta, la siguiente surge sola: ¿Realmente estoy dando mi vida por amor a los demás?