lunes, 5 de enero de 2009

Bautismo del Señor

Este domingo, 11 de enero, celebramos el Bautismo de Jesús y leemos Marcos 1, 7-11. El texto recoge el momento en el que el evangelista narra el hecho que origina esta fiesta, y consta de dos partes, la primera: una declaración de Juan en la que pretende dejar claro que él no es el Mesías que está esperando el pueblo de Israel, sino sólo su precursor inmediato; y la segunda, el momento del bautismo de Jesús, fijándose en los hechos que rodean ese bautismo: el cielo se rasga, se oye una voz que dice que Jesús es el Hijo de Dios amado, el Mesías esperado, y que tenemos que escucharle.
Aún estamos digiriendo los turrones y nos encontramos con que Jesús no se para, el Evangelio es muestra de ello; no se ha borrado de nuestra cabeza la imagen de la manifestación del niño y la visita de los magos cuando se nos devuelve a la dura realidad, nos encontramos a Jesús en el inicio de su vida pública, un nuevo comienzo. Un principio marcado por el Espíritu que guiará toda su vida y su muerte, el mismo que estuvo presente en su concepción. Jesús nos acerca a él. La voz que se oye hoy es la de ese mismo Espíritu, el que nos viene señalando a Jesús como el Mesías que nos tiene que liberar.
Y de nuevo, como siempre de fondo el tema del amor. El amor aparece como la garantía de la presencia de Dios en medio de nosotros, esta vez hecha carne, hecha hombre perfecto.
Tal vez esta sea la medida que debamos emplear nosotros para saber si nuestras acciones provienen de Dios o no: el amor que haya en ellas. Claro que habrá quienes no vean claro esto porque identifiquen el amor con un sentimiento, pero creo que en el amor hay algo más, también hay voluntad. Querer amar es la clave. En tus relaciones ¿se deja ver esa voluntad?