jueves, 7 de abril de 2011

5º Domingo de Cuaresma

Texto: Jn 11,3‑7.17.20‑27.33b‑45

En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, tu amigo está enfermo». Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea». Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día». Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo». Jesús sollozó y, muy conmovido, preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?» Le contestaron: «Señor, ven a verlo». Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!» Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?» Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús: «Quitad la losa». Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días». Jesús le dice: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?» Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera». El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar». Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

Comentario:

Este 10 de abril celebramos el 5º Domingo de Cuaresma y leemos, en la versión larga del texto Jn 11,3-45, la Resurrección de Lázaro. Es el séptimo signo que escribe Juan en su Evangelio, esto es el signo culminante. Pero a pesar de que la liturgia y la tradición nos hablen de resurrección, es más propio hablar de resucitación. Como siempre, especialmente en Juan, los signos están en función de revelar la identidad de Cristo-Jesús. Un Jesús que, en este texto, revela sus dos naturalezas: la humana, llorando y la divina, resucitando a Lázaro.

La experiencia de la muerte es crucial para todos nosotros, lo que ocurre después es un misterio, lo que cada uno de nosotros esperamos de la fe en la resurrección es distinto y las experiencias y sentimientos que genera en nosotros nos configuran la vida. Según afrontemos esta fe nuestra vida se vivirá en la plenitud que nos permite disfrutar el saber que lo esencial no acaba aquí, sino que continúa aunque no sepamos cómo. O, puede hacer que nuestra vida se vaya amargando conforme vamos contemplando la decrepitud de nuestro cuerpo. Sea como sea, el texto de hoy nos invita permanentemente a eso, a creer que nuestra realidad no se acaba en este cuerpo que con el paso de los años se va estropeando, va enfermando y acaba como Lázaro en el sepulcro. Si algo nos enseña nuestra fe es eso… que nuestra vida no acaba en el sepulcro que continúa más allá si creemos en Jesús como el enviado de Dios.

Esa es la Resurrección en la que creo, ese final maravilloso del que hablaba un amigo mío, ese encuentro personal con Dios, esa vida en él, en la Vida, con mayúscula.

¿Qué concepción de la resurrección tengo? ¿Cómo preparo mi corazón para vivir esta Semana Santa, para revivir la Resurrección con mayúsculas que experimentó Cristo?

4º Domingo de Cuaresma

Texto: Jn 9, 1-41
En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?» Jesús contestó: «Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo». Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)». Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ése el que se sentaba a pedir?» Unos decían: «El mismo». Otros decían: «No es él, pero se le parece». Él respondía: «Soy yo». Y le preguntaban: «¿Y cómo se te han abierto los ojos?» Él contestó: «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver». Le preguntaron: «¿Dónde está él?» Contestó: «No sé». Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo». Algunos de los fariseos comentaban: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado». Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?» Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?» Él contestó: «Que es un profeta». Pero los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: «¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?» Sus padres contestaron: «Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse». Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos; porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: «Ya es mayor, preguntádselo a él». Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: «Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador». Contestó él: «Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo». Le preguntan de nuevo: ¿«Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?» Les contestó: «Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso; ¿para qué queréis oírlo otra vez?; ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?» Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron: «Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde viene». Replicó él: «Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder». Le replicaron: «Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?» Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?» Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?» Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es». Él dijo: «Creo, Señor». Y se postró ante él. Jesús añadió: «Para un juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven vean, y los que ven queden ciegos». Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron: «¿También nosotros estamos ciegos?» Jesús les contestó: «Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís que veis, vuestro pecado persiste».

Comentario:
Este 3 de abril celebramos el 4º Domingo de Cuaresma y leemos Juan 9, versículos del 1 al 41.
De nuevo nos encontramos con un texto amplio. En esta ocasión nos encontramos con un signo de las obras de Dios, la curación de un ciego de nacimiento al que envía a lavarse a la piscina de Siloé, que quiere decir “el Enviado”. Lo hace en sábado, y esto lleva a una controversia con los fariseos que le cuesta al ciego la expulsión de la comunidad judía.
El pasaje le sirve al evangelista para jugar con una paradoja: el ciego ve y los que no están ciegos ven.
Nos encontramos con diferentes actitudes ante la figura de Jesús, unos lo ven como maestro, otros como pecador, pero sólo el ciego lo ve como el enviado. Sólo los que tienen la humildad de reconocerse vinculados al Señor son capaces de descubrir la verdadera identidad de Jesús como señor de todas las cosas.
Lo cierto es que la enseñanza para nosotros hoy en esta cuaresma es que tenemos que despojarnos, que tenemos que abandonar nuestras seguridades, nuestros conocimientos, reconocer nuestra ceguera para poder ver, porque son, o somos quienes nos creemos en posesión de la verdad, quienes de verdad están ciegos, quienes como los fariseos no se enteran de qué va la fiesta.
La pregunta, en estos días de cuaresma, es sencilla ¿en qué grupo te sitúas? ¿estás dispuesto a perder tus seguridades? ¿te reconoces ciego o estás ciego?