miércoles, 21 de abril de 2010

4º Domingo de Pascua

Texto: Jn 10, 27-30
En aquel tiempo, dijo Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arre­batará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arreba­tarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno».

Comentario:
Este 25 de abril celebramos el cuarto domingo de pascua.
La verdad es que esta semana me ha costado sentarme a pensar qué tenía que deciros de este evangelio que está tomado de Juan, cap. 10, vs. 27-30. El texto hay que leerlo en el marco de una controversia con los dirigentes judíos que no quieren entender a Jesús, quien les pone el ejemplo de las ovejas que son quienes le entienden, quienes le siguen, aquellas a las que Él conoce.
La imagen recogida es la del Buen Pastor. Esta imagen es propia del ambiente rural en el que Jesús desarrolla su ministerio, pero me gustaría que os fijaseis en el primer versículo: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna”. Si os fijáis no se trata de una relación causa efecto, sino de una concatenación de ideas, de tal forma que el nexo de unión viene marcado por el amor. Así podremos prescindir de la norma, de la ley, esa Ley que traía de cabeza a los judíos. La cuestión central es ¿en dónde basamos la relación con Dios, en el amor como nos propone Jesús o en el cumplimiento de normas, en el temor? ¿escuchamos la voz del pastor porque confiamos en Él o porque le tememos?
La Iglesia muchas veces nos ha enseñado a escuchar esa voz más por temor que por amor, gracias a Dios esos tiempos pasaron y hoy se nos propone más el amor, la confianza que es el tema de este texto, la confianza del Padre en el Hijo. Hoy, al menos para mí, la Iglesia es esa madre que me ha transmitido el mensaje de Jesús, por eso la quiero, porque, como una madre, me ha enseñado a vivir la vida.
No puedo dejar pasar por alto otros matices que tiene esta Palabra de Dios, en el contexto litúrgico de la Pascua nos está recordando la misión de Jesús y de la comunidad. Y por último esa afirmación rotunda, que resuena con fuerza: “Yo y el Padre somos uno”, que nos garantiza que el mensaje, la vida y las obras de Jesús no son meras elucubraciones, sino que tienen sello de garantía, certificado de calidad diríamos hoy, que vienen de Dios y a Él nos llevan.