martes, 15 de noviembre de 2011

Jesucristo Rey

Texto: Mt 25, 31-46

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las ca­bras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestirnos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?” Y el rey les dirá: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. Y entonces dirá a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestis­teis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis”. Entonces también éstos contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?” Y él replicará: “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo”. Y éstos irán al cas­tigo eterno, y los justos a la vida eterna».

Comentario:

El próximo día 20, fiesta de Cristo Rey, leemos en 25, 31-46, la 3ª y última de las parábolas de Mateo que hablan de la vuelta de Jesús al final de los tiempos.

Los protagonistas de la parábola son: el Hijo del Hombre y todas las naciones. Naciones, según el original griego, se refiere a todos aquellos que no formaban parte del pueblo de Dios, los gentiles, los paganos; en definitiva: la humanidad entera, salvo los judíos.

El contenido de la parábola es sencillo y claro: tuve hambre y me diste/no me diste de comer; tuve sed y me diste/no me diste de beber, etc. En definitiva: se presentan dos cuadros paralelos: uno de aprobación y otro de reprobación. Como motivo para ambas sentencias se cita un catálogo de lo que nosotros conocemos como “obras de misericordia”, es decir, gestos de amor hacia el hermano necesitado, gestos humanos que, por tanto, se pueden exigir a cualquier persona. Por supuesto, los gestos enumerados no son todos los gestos o acciones posibles, son sólo algunos ejemplos; como siempre, las circunstancias concretas nos irán diciendo qué tenemos que hacer.

Es importante descubrir que la sentencia no viene dada sólo por hacer u omitir esas acciones; es, también, porque detrás del prójimo visible al que se le hacen o no se le hacen, había un prójimo invisible: el propio Jesús. Amando o no amando al prójimo estamos amando o no amando al Señor del universo y de la historia. Pero esta lección parece que aún no la tenemos aprendida, y seguimos empeñados en decir que queremos mucho a Dios, a la vez que nos importa poco que sufran los que tenemos al lado.

Si al comienzo de su Evangelio Mateo nos señalaba la universalidad de la Buena Noticia por medio de la escena de los Magos (en quienes el Señor es presentado a todos los pueblos), ahora, cercano ya el final de su Evangelio, vuelve a recordarnos esa universalidad de la Buena Noticia. Por encima de razas y credos, de condiciones sociales y económicas, desde dentro de la Iglesia y desde fuera de ella, todos estamos llamados al Reino preparado por Dios para todos desde la creación del mundo, y cada uno tiene que seguir su camino para llegar a ese Reino.