domingo, 11 de marzo de 2012

4º Domingo de Cuaresma

Texto: Jn 3, 14-21
En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios»

Comentario: (Realizado por José Luis)
No es fácil ni muy comprensible el inicio del texto de Juan, que nos propone la lectura del Evangelio en este cuarto domingo de Cuaresma. Dar poder de sanación a una serpiente, puesta en lo alto de un mástil, para precisamente mediante su mordedura sanar a los que previamente eran mordidos mortalmente por una serpiente de la tierra, resulta un poco incomprensible. Pero Jesús, dirigiéndose a Nicodemo, miembro del Sanedrín, le da la explicación que nosotros debemos recoger, asimilar y meditar: Los israelitas se quejaron de las penurias a que estaban siendo sometidos, de hambre y sed, y hartos del maná. Y Dios les impuso una prueba: todo el que sufriera una mordedura de serpiente moriría a no ser que el mordido elevara su vista a la serpiente en lo alto del mástil y quedaría curado. Una prueba de Dios, nada más para ser salvos. Una condición tan solo les puso Dios para salvarse de la muerte. No un castigo. Porque, a renglón seguido, Dios le da, nos da, la explicación en toda su profundidad: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que crean (creamos) en Él, sino que tengan (tengamos) vida eterna”. Pero Dios, profundo tanto por Dios como por Padre, no se quedó ahí, y nos demuestra por medio de Nicodemo, una justificación mayor para su forma de actuar, pues declara abiertamente, amorosamente, que, no es nuestro amor por Él lo que más desea y ansía, sino todo lo contrario: demostrarnos permanentemente, su amor por nosotros. Y solamente por este “pequeño” detalle no solo no seremos juzgados, sino que por Él seremos salvados. Y bien es cierto que no es excesivo el esfuerzo que se nos pide. Solo nos pide que actuemos como Él quiere, como Él espera de nosotros, como Él nos anima, como Él nos ofrece hasta llegar a su propio sacrificio: “El que obra con verdad, está próximo a la luz, y demostrará que todo lo que haga, todos sus actos, todas sus palabras, están hechas, dirigidas, nacidas, según Dios”