lunes, 4 de enero de 2010

Bautismo del Señor

El próximo 10 de enero celebramos el Bautismo del Señor y leemos Lc 3, 15-16.21-22.
El texto ya lo conocemos. Lo leímos, al menos en sus primeros versículos, el 3 er. Domingo de Adviento. Recoge el momento del bautismo de Jesús, cómo Juan dice que tras él llegará Otro sobre quien él no tiene ningún derecho y que bautizará con Espíritu y fuego. En estas llega Jesús reza y se bautiza, el cielo se abre y la voz del Padre manifiesta la identidad del Hijo. Pero, la grandeza de la Palabra de Dios hace que hoy el Evangelio nos hable de cosas distintas a las de entonces.
Esta semana ya son dos las manifestaciones de la identidad de Jesús. La primera, en la Epifanía; y esta segunda, situada cronológicamente treinta años después, en el Bautismo.
Y, tal vez, este sea el aspecto más destacable del texto de hoy, la manifestación. El hecho de que el Padre corrobore que Jesús es su Hijo. Que el Mesías no es Juan como creía la gente, sino Jesús. Pero un Mesías distinto del que el pueblo esperaba, no un libertador como tantas veces hemos cantado, sino un hombre cuyo mensaje no deja de desconcertar a todos, incluso a nosotros hoy.
Sin duda el texto de hoy significa la unión entre el cielo y la tierra, entre las naturalezas humana y divina de Jesús. Y es, también, el punto de partida de la vida pública de Jesús.
Pero lo más chocante de este Evangelio es que el Hijo sea el amado, el predilecto. De nuevo, el amor. Los que tenemos hijos podemos imaginarnos qué significa eso, cómo es el amor de los padres hacia los hijos, tal vez no podamos acercarnos a lo que significa en Dios, pero podemos hacernos una idea. La incondicionalidad, la gratuidad, que no podemos encontrar en otros amores, la tenemos presente en el amor filial. Y este es el paradigma del amor que nos propone el Evangelio.
¿Eres capaz de amar así a quienes te rodean?