lunes, 2 de marzo de 2009

2º Domingo de Cuaresma

Este 8 de marzo celebramos el 2º Domingo de Cuaresma y la liturgia nos propone el texto de Marcos 9, 2-10.
Nos reencontramos con un Evangelio clásico de este tiempo de cuaresma, el episodio de la transfiguración, ya sabes, ese que Jesús se aparece con Elías y Moisés, representando la Ley y los Profetas; en el que Pedro dice qué bien se está aquí, hagamos tres tiendas; en el que se produce esa teofanía en la que Dios dice que Jesús su Hijo amado, que tenemos que escucharle; la prohibición de decir nada de lo ocurrido hasta que no resucite de entre los muertos…
Si nos ponemos a desmenuzar el texto, cada versículo nos daría para ver muchísimas cosas en él. Pero en este tiempo de cuaresma, tal vez el hincapié haya que centrarlo en un par de aspectos.
El primero, el riesgo de quedarnos mirando al cielo. En cuaresma se nos invita a una conversión sincera, de opciones fundamentales. Nuestra fe nos exige un compromiso con los hermanos, no podemos quedarnos estupefactos ante Dios, limitándonos a contemplarlo. El verdadero significado de la cuaresma, de su sentido penitencial, está en el amor a los demás.
Y, el segundo, es más bien una pregunta, dónde está nuestra fe, la pregunta que se hacían los discípulos es la misma que nos vamos repitiendo una y otra vez en nuestra historia personal, qué significa la resurrección. Ahora, en esta cuaresma, tenemos la ocasión de responder a esa pregunta de la única forma posible. Desde la fe. Desde la confianza total y absoluta. Esa que sólo demuestran los niños pequeños, que son capaces de tirarse al vacío si se lo piden sus padres. La pregunta sigue en nuestros corazones. Y la respuesta sólo puede que Dios sabe lo que tiene que hacer con nosotros.