lunes, 8 de junio de 2009

Corpus Christi

Este domingo, 14 de junio celebramos la solemnidad del Corpus. Nuestros pueblos y ciudades se engalanarán para recordar el misterio por el cual Jesús se quedó entre nosotros hasta el fin de los tiempos como nos prometió la semana pasada. El texto está tomado de Marcos 14, 12-16.22-26 y recoge el momento en que Jesús manda a dos discípulos para que preparen la mesa de la cena en la que instituyó la Eucaristía y el momento de la institución misma, la escena termina con el Maestro encaminándose junto a los discípulos hacia el monte de los Olivos.
Jesús se somete a la norma vigente en el pueblo judío (como el título de la obra de Meier: Jesús, un judío marginal) y lo hace como sometimiento a la voluntad del Padre. Es esa obediencia la que le faculta para hablar con la autoridad con la que habla a sus discípulos para que preparen la fiesta. Es la misma obediencia que le llevará a la cruz. Es la obediencia que le concede el que a pesar de la muerte, permanezca entre nosotros, vivo, real. Una presencia que todos necesitamos, que nos alienta y ayuda en nuestro camino diario. La fuerza que nos empuja, el sustento de nuestras vidas, el que se mantiene inmutable aunque nosotros cambiemos. El que es necesario frente a nuestra contingencia.
Esa obediencia no se basa en la autoridad sino en el amor, el amor que marca la celebración del Jueves Santo, el amor que nos da fuerzas para hacer cosas que de otra forma nos resultan imposibles.
La comunidad en la que celebramos la Eucaristía debe constituirse en la mayor manifestación de ese amor. Como dijo Jesús: “si amamos a quienes nos aman, ¿qué mérito tenemos?”, si amamos sólo a nuestras familias y amigos, ¿qué merito tenemos? En la comunidad nos encontramos con personas que nos aman y con otras que no, pero nosotros debemos caracterizarnos por ese amor a todos, es lo que hizo Jesús. ¿Y tú a quién amas?