martes, 25 de enero de 2011

4º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Mt 5, 1-12a

En aquel tiempo, al ver Jesús al gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles: «Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».

Comentario:

Este 30 de enero celebramos el 4º Domingo del Tiempo Ordinario y se nos ofrece el Evangelio de Mateo 5, 1-12a. La cita sola debería resultarnos suficiente, el texto es el de las Bienaventuranzas. El comienzo del conocido como Sermón de la Montaña, donde Jesús nos presenta su texto fundamental, su constitución, su programa, las líneas estratégicas de su Reino. Si la semana pasada anuncaba la conversión, esta semana parece querer enseñarnos en qué consiste esa conversión.

Siendo adolescente tuve un profesor de Religión, que luego fue amigo, que me hizo aprender de memoria las bienaventuranzas, lo hizo con un acrónimo (un juego de palabras para recordar lo que nos proponía), “posullohammilimpape”. Creo que la cosa resultó, jamás se me olvidaron, pero me faltaba la consecuencia de cada una de esas bienaventuranzas. Y, en ocasiones, la echo de menos, lo mismo que echo de menos la última, en la que se refiere a nosotros. Y, ¿qué alaba Jesús en ellas? Que no nos apeguemos al dinero, que seamos humildes, que lloremos cuando no se valora a Dios, que busquemos la voluntad de Dios, que seamos misericordiosos, que seamos honestos y que busquemos la paz. En definitiva, que seamos felices. Pero esto conlleva un riesgo, esto no le gusta a la gente, envidian cuando alguién es feliz, por eso la última bienaventuranza: dichosos vosotros cuando os pesigan y os calumnien por mi causa, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Y nada de esto tiene que ver con la resignación cristiana que se empeñan en vendernos. Y sólo desde el odio, la envidia, la mezquindad o la falta de instrucción se puenden tergiversar así las palabras de Jesús. Normalmente, a quienes sufren o son perseguidos por hacer lo que Jesús nos dice no son beatificados con la resignación cristiana, sino condenados con el “él se lo ha buscado”.

¿Qué dicen de nosotros? ¿somos sumisos o reveldes como nos enseña Jesús?