lunes, 4 de mayo de 2009

5º Domingo de Pascua

El 5º domingo de Pascua que celebramos este 10 de mayo nos propone el texto de Juan 15, 1-8. La alegoría sobre la vid y los sarmientos, sobre la unión entre Jesús y los discípulos y cómo el Padre, que es el labrador, cuida de esa vid y depura esos sarmientos.
Este evangelio, se desarrolla en el contexto de la cena de despedida de Jesús antes de ir al Padre.
Aunque la mayoría de los comentarios van a hacer referencia a permanecer en Cristo para poder dar fruto, creo que pocos nos van a explicar en qué consiste ése permanecer unidos a Jesús. Esa adhesión no puede limitarse a una institucionalización que, como recordamos, el propio Jesús criticaba la semana pasada. Se trata de una adhesión personal que necesariamente pasa por la purificación por medio de sus palabras de que nos habla el texto. Oír la Palabra de Jesús, conocerla y hacerla propia es lo que nos une a la vid y nos convierte en sarmientos fructíferos de los que el Padre se puede sentir orgulloso. La Palabra es la savia de la vid.
Pero, las más de las veces, nuestros oídos y nuestro corazón no se sitúan en este contexto, se van por derroteros de odio, de guerra, de indiferencia, de insolidaridad, de injusticia… del tal forma que el labrador tiene que purificarnos. La única forma de volver a dar fruto, es volver a chupar de esa savia que nos da la vida.
En este tiempo pascual, Cristo no nos ha abandonado, sigue vivo en nosotros si permanecemos en su Palabra, si mantenemos esa unión mediante la savia, si ella es para nosotros el verdadero alimento de vida que nos configura con la vid.
Nuestras preocupaciones diarias, como las inclemencias del tiempo, pueden hacer que nos olvidemos de las palabras de Jesús. Escuchemos su Palabra, vivamos de ella y el labrador estará orgulloso de nosotros.