lunes, 20 de septiembre de 2010

26º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Lc 16, 19-31

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritó: “Padre Abrahán, ten piedad de mi y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”. Pero Abrahán le contestó: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros”. El rico insistió: “Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento”. Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen”. El rico contestó: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán”. Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto”».

Comentario:

El próximo 26 de septiembre celebraremos el 26º Domingo del Tiempo Ordinario y leemos Lc 16, 19-31.

El texto es de sobras conocido, la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro. A modo de curiosidad, si os fijáis, en ningún sitio dice el nombre del rico. El relato de esta semana no comienza exactamente donde lo dejamos la semana pasada, la liturgia nos ha omitido seis versículos, en los que se encierra la verdadera clave de esta perícopa. Si hacemos caso a las interpretaciones más tradicionales, este evangelio ha servido, como decía Marx de adormidera del pueblo: si ahora sufres, no te preocupes, que serás recompensado en el cielo, y los que ahora te lo hacen pasar mal, entonces serán castigados. Si contemplamos el texto desde el v. 13, en el que dejábamos el texto la semana pasada, la cosa cambia. Precisamente la lectura es la contraria: que lo que exaltan los hombres, lo aborrece Dios y que lo importante es lo que hay en el corazón, tal como recoge el v. 15. Los fariseos consideraban que el que tenía riquezas era porque había sido bendecido por Dios. Lo que Jesus viene a denunciar es que la pobreza es una cuestión de origen social, humano que repugna a Dios.

Con la interpretación clásica, en nuestro entorno sociocultural, estaríamos todos condenados.

Jesus nos obliga a replantearnos nuestra escala de valores. Nos obliga a ponernos en marcha para cambiar esta situación social. Pero, aquí, hoy y ahora, porque esto no es lo que Dios quiere para el hombre, el orden que él ideó para nosotros en el principio no es este. Este lo hemos construido nosotros en contra de Dios. No tenemos más bienes porque nos haya bendecido Dios, sino porque nos hemos aprovechado de otros. Como dijo la semana pasada un cura en su homilía, mientras haya pobres la justicia de Dios nos seguirá clamando. ¿Qué exaltas?¿qué te dice Dios de eso?