lunes, 20 de abril de 2009

3er Domingo de Pascua

Este 26 de abril celebramos el tercer domingo de Pascua y leemos Lc 24, 35-48.
El texto recoge el momento posterior al episodio de los discípulos de Emaús, cuando éstos están refiriendo lo acontecido, de nuevo, se les aparece Jesús. Como en la semana pasada hay miedo, pero es distinto, es más el susto. Y como en la semana pasada, el saludo de Jesús es la paz. Él se quedó a comer con ellos, y les mostró su corporeidad. Mientras comían volvió a explicarles cómo las Escrituras estaban hablando de Él cuando decían que el Mesías tenía que padecer y resucitar. El texto termina con dos referencias a la conversión y el perdón que Lucas se encarga de generalizar a todos los pueblos comenzando por Jerusalén y constituye a esas personas como testigos de ese cumplimiento de la Palabra de Dios en su Hijo.
Tal vez sea por una necesidad personal, pero creo que este año los textos que se nos proponen para esta Pascua hacen especial referencia a la paz. Esa paz que nos llena de tranquilidad, de un equilibrio interno más allá de lo psicológico, de serenidad. Esta paz es un don del Resucitado y que nos permite hacer cosas más allá de nuestras capacidades personales y así nos constituye en testigos personales de este hecho que constituye la esencia misma de nuestra fe, porque “si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe”. Por otro lado el texto nos confronta con la realidad de la presencia del crucificado, mucha gente pregunta por cómo será nuestro cuerpo resucitado. La respuesta es sencilla: Ni lo sé, ni me importa.
La esencia de nuestra fe está en la confianza, si la confianza la sustituimos por certeza, la esperanza no tiene cabida para nosotros.
¿Has experimentado la paz que Jesús resucitado nos trae? ¿esa paz te da la fuerza para ser su testigo ante los hombres de todo el mundo?