lunes, 31 de agosto de 2009

23º Domingo del Tiempo Ordinario

Este 6 de septiembre celebramos el 23º domingo del tiempo ordinario y la liturgia nos propone el texto de Marcos 7, 31-37.
El Evangelio narra la curación de un sordomudo en tierras ajenas a Israel, en la Decápolis. Jesús para curarlo se lo lleva a parte, le mete los dedos en los oídos y le toca con su saliva la lengua. Luego le prohíbe que diga nada de lo que ha sucedido, pero él desobedece y va contando lo sucedido.
Dos posibles interpretaciones se me presentan ante este texto. Por un lado, en consonancia con la lectura profética podríamos decir que Jesús es el que viene a dar cumplimiento a la profecía del Isaías, es el enviado a devolver el oído y el habla, el que viene a quitarnos los miedos que nos impiden darnos cuenta de las cosas y decir lo que deberíamos.
Pero, por otro lado, nos encontramos de nuevo con el eterno problema que se nos viene planteando, la gente no entiende a Jesús, ni siquiera los que son curados por Él, comprenden más allá de lo evidente. Siguen a Jesús y le proclaman no por el mensaje de la llegada del Reino que proclama, sino porque bien les llena la barriga, bien les libera de pesadas cargas asociadas al pecado, como eran las enfermedades en ese momento.
En la dinámica del Evangelio de Marcos es esta segunda interpretación la que debe primar. Hubo un profesor que me dijo una vez, que este Evangelio es un relato de la pasión con un prólogo muy grande, en este sentido, la incomprensión de lo que Jesús vino a hacer entre nosotros es más acorde al conjunto de la obra de Marcos.
Estos textos nos obligan a preguntarnos una y otra vez, cuáles son nuestras motivaciones para seguir a Jesús, ¿el amor o el egoísmo? Dos emociones antagónicas, casi incompatibles. ¿Cuál es la mía? ¿cuál es la tuya?