lunes, 23 de agosto de 2010

22º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Lc 14, 1.7-14

Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola: «Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: “Cédele el puesto a éste”. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido». Y dijo al que lo había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos».

Comentario:

El próximo 29 de agosto celebramos el 22º Domingo del Tiempo Ordinario y la liturgia nos propone el texto de Lc 14, 1.7-14. El Evangelio nos presenta a Jesús asistiendo a una comida con los fariseos y aprovecha la ocasión para darles un par de enseñanzas: por un lado, las bondades de la humidad; y por otro, la inutilidad del dar esperando recibir a cambio, porque al recibir quedas pagado.

Ambas enseñanzas no son originales de Jesús, el libro de los Proverbios, incluso en la 1ª lectura de hoy, nos lo repite en varias ocasiones. Jesús nos destaca las enseñanzas del Antiguo Testamento que nos pueden valer, otras las criticará, pero está la confirma.

Santa Teresa decía, con acierto, que humildad es verdad. Seguro que todos conocemos personas que viven una humildad que no se corresponde con la realidad, que se infravaloran o que restan importancia a sus cualidades o habilidades. Pero la humildad a la que nos invita Jesús no es esa, es algo radicalmente distinto y que nos ayuda en nuestro crecimiento personal, es una invitación a asumir las propias limitaciones, a reconocernos limitados frente al “Ilimitado”, frente a Dios, pero ello no quita que no reconozcamos la realidad. Acordaos de la parábola de los talentos, si yo no soy consciente de mis capacidades, si no las reconozco, ¿cómo podré trabajarlas?

La otra enseñanza es la de que hay que dar sin esperar nada a cambio. Una vez, una psicóloga, amiga mía, me dijo que eso es algo imposible, que todos esperamos recibir cuando hacemos algo. Que esa gratuidad es un don divino, pero que poca gente lo posee. Pero yo sigo creyendo que es posible, que podemos dar sin esperar recibir. Si recibimos, pues bueno. En una cosa tiene razón, que esperamos recibir, en un momento o en otro, esperamos el pago en esta vida o en la otra, y que, de vez en cuando, necesitamos sentir que nuestro esfuerzo no es en balde para poder seguir haciéndolo. Jesús no invita a no desesperar.

¿Vives la humildad y esperanza como Jesús nos enseña o te dejas llevar por falsas humildades y esperanzas?