lunes, 4 de octubre de 2010

28º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Lc 17,11-19

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». Al verlos, les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes». Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?» Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado».

Comentario:

Este domingo 10 de octubre celebramos el 28º Domingo del Tiempo Ordinario y leemos Lc 17, 11-19. El Evangelio nos narra cómo yendo Jesús de camino a Jerusalén se le acercaron unos leprosos a los que mandó a los sacerdotes y mientras iban de camino, quedaron curados, pero sólo uno de ellos vuelve a darle las gracias a Jesús.

De nuevo, Lucas nos plantea el tema de la fe, de la verdadera fe. La fe no consiste sólo en obedecer a Jesús como hacen los diez leprosos. Todos ellos obedecen y van a los sacerdotes para que certifiquen que han quedado limpios del estigma social, religioso y personal de la lepra. Pero, sólo uno vuelve para dar las gracias. Esa es la auténtica fe, la que sirve a Dios; la que acude a Dios desde la propia indigencia; la que es sencilla; la que no esgrime derechos sino que gusta hablar de obligaciones.

Como Jesús, nosotros sabemos que nuestras vidas tienen un sentido, ese sentido es Cristo y con él nuestros hermamos. Los milagros de Jesús siempre están al servicio de la persona, ningún milagro de Jesús es por lucimiento personal, todos son para los demás. Incluso cuando a él le tentaban con que se aprovechase de sus milagros no lo hizo. Los milagros están al servicio de la construcción del Reino, son para beneficio de los demás y de la gloria de Dios.

Dos aspectos esenciales en nuestra vida de cristianos se vislumbran en este texto. La auténtica fe pasa por la experiencia de gratuidad, como me dijo un profesor amigo mío, hay una experiencia más profunda de gratuidad en sentirse amado que en amar. Y, ese amor, esa gratuidad se manifiesta en los hermanos.

¿Nuestra fe es auténtica y agradecida com la del leproso que volvió o es como la de los otros nueve?