lunes, 16 de noviembre de 2009

Solemnidad de Jesucristo Rey

Este 22 de noviembre finaliza el año litúrgico con la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo y lo hacemos leyendo el Evangelio de san Juan, capítulo 18, versículos 33-37.
El texto recoge el momento del interrogatorio de Poncio Pilato a Jesús, en el que le pregunta si es el Rey de los Judíos y Jesús le contesta que su reino no es de este mundo. Todo este año hemos estado leyendo el Evangelio de Marcos, que gira de forma casi compulsiva en torno al tema del Reino de Dios. Pero la solemnidad de este día poco tiene que ver con ello. Creo que en alguna ocasión ya os he comentado que esta solemnidad se instituyó a principios del s. XX cuando las monarquías que apoyaban al papado empezaban a estar en decadencia y éste quiso manifestarles así su protección. Posteriormente se trasladó al último domingo del tiempo ordinario para resaltar el carácter cósmico y escatológico del reinado de Dios.
Pero el texto de hoy no nos habla de un Cristo Rey, sino de un Jesús que prefiere ser testigo de la verdad, de una verdad con mayúsculas, y esta verdad no es otra que la que recoge al principio de este Evangelio de Juan, que Él, Jesús, nos ha dado a conocer el rostro de Dios. Y como recoge la primera carta de Juan ese rostro es el del hermano porque “nadie puede amar a Dios a quien no ve, si no ama al hermano al quien ve” (1 Jn 4,20). En esto es en lo que consiste la instauración del Reino de Dios. Y es una tarea que no podemos delegar. Nos corresponde a cada uno de nosotros. Yo sé que no puedo amar en la misma medida que Jesús me ha amado, pero el Reino de Dios se implanta en la medida en que amamos a los hermanos por eso: ¿Qué haces por implantar ese Reino? Lo único que podemos hacer es amar en nuestra medida a quienes nos rodean, a quienes se relacionan con nosotros, ¿amas a quienes tienes a tu lado?