Este 24 de octubre celebramos el 30º Domingo del Tiempo Ordinario y la liturgia nos ofrece Lc 18, 9-14. El texto nos propone otra parábola de Jesús la del fariseo y el publicano que van a rezar, el uno se queda atrás y se reconoce pecador ante Dios y el otro que, en pie, daba gracias por no ser como los demás. Y su enseñanza final: “el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.
Lo primero, aclarar un par de términos… no es lo mismo humildad que humillación y en ocasiones lo confundimos, de hecho en muchas ocasiones, en la Iglesia han sido confundidos. No sé quién me dijo que la verdadera humildad no olvida la autoestima, y santa Teresa nos enseñó que “humildad es verdad”, no humillación. El fariseo no reza, utiliza palabrería vacía para ponerse por encima de los demás, por encima, incluso, de Dios, no le habla a Dios de sí y de su relación con Él, le habla de lo mejor que se cree respecto de los demás. Es como cuando en las empresas uno asciende por méritos propios y otro lo hace pisando a los demás. La lectura del Eclesiástico de esta semana omite un versículo (Eclo 35, 14) que hace de nexo con el Evangelio: “Culto sin justicia es algo inútil”. Eso es lo que le ocurre al fariseo, pretende dar culto a Dios pasando por encima del Él y de sus semejantes. Con estos textos siempre me viene a la cabeza la Carta de San Juan: “Nadie puede amar a Dios a quien no ve, sin amar al hermano a quien ve”
¿Cómo es tu oración: verborrea o reconocimiento de tu condición ante Dios? Nuestra naturaleza humana nos hace pecadores ante Dios ¿tienes conciencia de esta condición?