martes, 1 de marzo de 2011

9º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Mt 7, 21-27

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Aquel día, muchos dirán: “Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?” Yo entonces les declararé: “Nunca os he conocido. Alejaos de mí, malvados”. El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente».

Comentario:

Este 6 de marzo celebramos el 9º Domingo del Tiempo Ordinario y la liturgia nos ofrece el texto de Mateo 7, 21-27. Nos situamos en el final del Sermón de la Montaña en este domingo anterior a la Cuaresma, y como final del discurso suena también a escatológico, a juicio: “no todo el que dice: Señor, Señor, se salvará. La única manera de salvarse es escuchar las Palabras de Jesús y llevarlas a la práctica, el que hace esto se parece al que construyó sobre roca.

Estos últimos domingos hemos estado escuchando esas Palabras que ahora nos toca llevar a la práctica. En el contexto de las lecturas de este domingo, cumplimenta, sintetiza las dos anteriores del Deuteronomio (Dt 11, 18-32) y de Romanos (Rm 3, 21-28). La palabra sin obras no sirve para salvarse, pero las obras sin la palabra tampoco. ¿De qué sirve reconocer a Jesús como Señor si después no tiene el señorío de mi vida? Si reconozco su señorío mi vida tiene que demostrarlo poniendo en práctica lo que Él ha dicho, cumpliendo la voluntad del Padre.

Ahora, en este momento, después de haber escuchado lo que Jesús pide de nosotros, nos toca llevarlo a la práctica. Hacer realidad lo que Él nos ha propuesto.

Pero si hemos de ser sinceros, nos resistimos a actuar. El quedarnos con bonitas palabras es fácil. Vivir según ellas es lo difícil. ¡Es más fácil vivir atado a tantas cosas! Incluso vivir atenazado por la norma, por el cumplimiento (cumplo y miento) de la norma, aunque sea esta religiosa, esperando por ese cumplimiento, la salvación. En cualquier sitio que nos asentemos nos tambalearemos y caeremos. El único sitio que no nos va a fallar será el propio Cristo, la fe en Él, el seguirle a Él, confiar en Él, como nos enseñó la semana pasada.

¿Realmente me creo con derecho a salvarme? ¿Dónde fundamento mi vida, sobre qué la he construido, sobre la roca firme de Cristo o en arenas movedizas? ¿Cuáles son las intemperies que me acechan?