miércoles, 21 de diciembre de 2011

Navidad

Texto: Jn 1, 1-18

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Éste es de quien dije: "El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo."» Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Comentario: (realizado por Pepe)

¡Cuántas veces habré escrito la palabra infinito!, ¡Cuántas veces para hacer referencia a números, a resultados matemáticos, a cualidades como la paciencia o la imaginación! ¡Qué fácil parece entender esto!
San Juan nos habla del Misterio, nos introduce este mismo concepto de infinito que usamos tan a la ligera, pero él lo aplica a la Palabra, esa Palabra que nos da la luz que nos da la vida, ella es infinita y existía desde siempre y existirá por siempre, esa Palabra que es Dios mismo.
Juan no nos presenta para hoy ese escenario tan bonito, tan familiar, conocido y querido por nostros que es el belén. Eso fue para ayer, hoy Jesús ha nacido, hoy esa Palabra se ha hecho carne y habitará entre nosotros por siempre, no importa que hoy sea niño o que mañana sea crucificado, Él es infinito.
Hace unos días vi por el colegio unos carteles que decián algo así como "Jesús no va a venir….. porque nunca se ha marchado". Y efectivamente, Él es la Palabra, Él da respuesta al misterio.
Jesús, el Hijo de Dios, ha venido a nuestras casas, es mandado para dar luz a nuestra vidas, para salir de las tinieblas, ya nada será igual, es la respuesta al misterio, es el Sentido. Después de reflexionar con las palabras de Juan, se me antoja más fácil de entender este misterio antes que ese resultado matemático que dice algo dividido entre 0: infinito. Y si es así, dejemos pues que Jesús ilumine nuestras vidas.
Y después de meditar sobre este Evangelio y ponerme a escribirlo me doy cuenta que, a nivel personal, me ha servido más meditar sobre la Palabra, que esforzarme en asistir, aunque sólo fuese de cuerpo presente a cientos de actos religiosos vacíos, siento que pararme a escribir ha hecho que llegue ese "momento", en el que Dios se digna tocarte el corazón, ese "momento" de conversión, de esas que dicen que sólo se dan una vez en la vida.

lunes, 12 de diciembre de 2011

4º Domingo de Adviento

Texto: Lc 1, 26-38

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz a un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?» El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible». María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y la dejó el ángel.

Comentario: (Realizado por Paqui Hernández)

Lucas nos cuenta el anuncio que Dios a través del ángel da a María, una joven de a pie, una joven pura de ideas, de sentimientos y de convicciones, porque de lo contrario no se explica su gran entereza ante la noticia, su total voluntariedad y aceptación de la misma. También es verdad que el ángel le da algunas pistas, algunos cimientos donde agarrarse para confiar en la veracidad de la misma: "Tu parienta Isabel a pesar de ser anciana, va a tener un hijo". "Para Dios no hay nada imposible".

Si hoy se produjese un anuncio como este, seguramente el ángel tendría que dar muchas más explicaciones y pruebas, ya que hoy no somos ni tan puros de ideas, ni tan confiados, ni tan humildes. Verdaderamente le costaría mucho convencer a cualquier joven, aunque por otro lado para Dios no hay nada imposible, algo se le ocurriría.

Intentemos ser parecidos a María, confiemos más, ella no tenía los Evangelios ni los conocimientos que ahora tenemos nosotros sobre Dios y su mensaje, sobre la vida y obra de Jesús. Aprendamos a creer, así nos será más fácil actuar y acatar con humildad y alegría lo de Dios nos pide diariamente, da igual donde sea: en la familia, en el trabajo, en el vecindario, con los que no conocemos o no vemos…

Me quedo con un mensaje claro en el Evangelio de Hoy: " No tengas miedo, para Dios no hay nada imposible".

martes, 6 de diciembre de 2011

3 er. Domingo de Adviento

Texto: Jn 1, 6‑8. 19‑28

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. Y este fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?» El confesó sin reservas: «Yo no soy el Mesías». Le preguntaron: «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?» El dijo: «No lo soy». «¿Eres tú el profeta?» Respondió: «No». Y le dijeron: «¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?» El contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías». Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?» Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia». Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

Comentario: (realizado por Susi Cruz Navarro)

El domingo día 11 de diciembre es el tercer domingo de adviento. El evangelio está tomado de Juan cap. 1,6-8. 19-28.

El texto nos muestra la figura de Juan el Bautista y su misión que es dar testimonio de la luz, para que creyeran por él, en Jesucristo. Él no era la luz, sino testigo de esa luz, su misión, por tanto es hablar en nombre de Jesús. Juan lo dice claramente: Jesús es lo importante, no el predicador que habla de Él. No hay que reverenciar a las personas, por más que sean tan grandes como Juan, el único digno de alabanza es Dios y nosotros somos siervos de Él.

En este texto hay una buena reflexión, Juan dice que es la voz que grita en el desierto y yo me pregunto ¿alguien la escucha? Sólo el que busca el silencio en su interior puede acoger esa voz, sólo el que deja entrar a Jesús en su corazón, sólo el que tiene el alma dispuesta, sólo el que escucha la Palabra, sólo el que acoge su mensaje. Dios no obliga nunca, Él invita a encontrar esa luz…..y a no estar a oscuras.

Los sacerdotes y levitas le preguntan que quién era, pero la pregunta es extensiva a todos ¿quiénes somos? ¿Cuál es nuestra verdadera vocación? Sin caretas, sin tapujos. No lo que piensan o dicen, o lo que esperan de ti, ni siquiera lo que tú mismo has llegado a creerte.

Pensando en la figura de Juan el Bautista, me doy cuenta de lo poco que puedo presumir de mi luz, pero ¡qué alegría! cuando se refleja en mí y la siento en mi corazón. Creer verdaderamente en Jesús, es nacer de nuevo. Deja que tu luz brille delante de la gente, para que ellos vean tu alegría, tus obras, tus palabras y se contagien de ello. Dios cuenta contigo, tal como eres, cree en ti, confía en ti, a pesar de tus debilidades o defectos. Él quiere que tú le acompañes, quiere que anuncies su mensaje.

¿Vas a pedirle a Jesús que te ayude a hacer esto por Él? Es necesario que Él CREZCA y que yo disminuya.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

2º Domingo de Adviento

Texto: Mc 1, 1-8

Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: “Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos”». Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero El os bautizará con Espíritu Santo».

Comentario:

Este 4 de diciembre celebramos el segundo domingo de Adviento y leemos el principio del evangelio de marcos, cap. 1 vv. 1-8.

El texto narra la introducción haciendo alusiones al profeta Isaías, y estableciendo las correspondientes referencias entre Juan el Bautista y Elías.

Si os soy sincero, la verdad es que me ha costado elaborar este comentario, como que parece totalmente intrascendente, de mera presentación. Si nuestra reflexión fuese sólo a nivel teológico o exegético sí que podríamos encontrar varios puntos para tratar como la traducción que se ha hecho del texto original griego, que está llena de matices. Permitidme que me centre en uno de ellos que además dio origen a una conversación con un especialista, la idea es que siempre nos han transmitido que la Buena Noticia, el Evangelio, al que se refiere el versículo 1, es el propio Jesús; pero la Buena Noticia en todo el Evangelio es la llegada del Reino de Dios, que Marcos nos anuncia ya presente entre nosotros.

Un Reino presente entre nosotros y que a nosotros nos toca manifestar, explicitar. Nos acercamos a unos días en los que por todos los lados nos venden la solidaridad, el amor y los buenos deseos, pero la implantación del Reinado de Dios no puede ir por días, temporadas o ratos. Es cierto que lo que se hace es bueno, pero no deja de ser caridad, limosna, y no verdadera justicia y verdadero amor.

La pregunta de hoy es clara y ya nos la hemos hecho en varias ocasiones. ¿Qué motivaciones hay en mi corazón? ¿Lo que hago lo hago por amor y justicia o por acallar mi conciencia o porque me vean?

viernes, 25 de noviembre de 2011

1er. Domingo de Adviento

Texto: Mc 13, 33-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormi­dos. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!»

Comentario:

Este 27 de noviembre comenzamos un nuevo año litúrgico, abandonamos al evangelista Mateo y nos unimos a Marcos en este ciclo. El texto está tomado de su capítulo 13, vv. 33-37.

El texto recoge la parábola en la que un señor se va de viaje y deja a sus sirvientes al cargo de diferentes tareas. La idea es la misma que estos domingos pasados, los sirvientes no saben el día ni la hora en la que volverá el señor a pedir cuentas, por ello insiste en la vigilancia, en estar atentos, si os fijáis lo mismo ocurría con los talentos de hace unas semanas.

En esta ocasión, la espera no es escatológica, es mucho más inmediata porque el motivo de la espera es el nacimiento de Jesús que celebraremos estas navidades. En este tiempo del adviento la dinámica de la esperanza lo envuelve todo.

Pero permíteme que me centre en el texto. La parábola la podemos aplicar a nuestros días, yo creo que el Señor (esta vez con mayúsculas) está esperando a que cada uno de nosotros tengamos nuestra tarea cumplida para volver a pedirnos cuentas y no “pillarnos” a ninguno fuera de juego. Cada uno de nosotros debemos preparar la parcelita que nos ha encomendado, debemos cumplimentar nuestra labor; si no lo hacemos, cuando vuelva (que no sabemos cuándo será) no estaremos preparados para rendir cuentas.

Aunque resulte difícil, debemos esforzarnos por conocer la tarea que cada uno tenemos encomendada y llevarla a cabo. ¿Qué tarea te ha encomendado el Señor a ti? ¿Qué te falta? ¿A qué esperas para llevarla a cabo?

Esta es la única forma en la que podemos prepararnos para recibir a Jesús como Dios manda estas navidades.

martes, 15 de noviembre de 2011

Jesucristo Rey

Texto: Mt 25, 31-46

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las ca­bras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestirnos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?” Y el rey les dirá: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. Y entonces dirá a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestis­teis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis”. Entonces también éstos contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?” Y él replicará: “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo”. Y éstos irán al cas­tigo eterno, y los justos a la vida eterna».

Comentario:

El próximo día 20, fiesta de Cristo Rey, leemos en 25, 31-46, la 3ª y última de las parábolas de Mateo que hablan de la vuelta de Jesús al final de los tiempos.

Los protagonistas de la parábola son: el Hijo del Hombre y todas las naciones. Naciones, según el original griego, se refiere a todos aquellos que no formaban parte del pueblo de Dios, los gentiles, los paganos; en definitiva: la humanidad entera, salvo los judíos.

El contenido de la parábola es sencillo y claro: tuve hambre y me diste/no me diste de comer; tuve sed y me diste/no me diste de beber, etc. En definitiva: se presentan dos cuadros paralelos: uno de aprobación y otro de reprobación. Como motivo para ambas sentencias se cita un catálogo de lo que nosotros conocemos como “obras de misericordia”, es decir, gestos de amor hacia el hermano necesitado, gestos humanos que, por tanto, se pueden exigir a cualquier persona. Por supuesto, los gestos enumerados no son todos los gestos o acciones posibles, son sólo algunos ejemplos; como siempre, las circunstancias concretas nos irán diciendo qué tenemos que hacer.

Es importante descubrir que la sentencia no viene dada sólo por hacer u omitir esas acciones; es, también, porque detrás del prójimo visible al que se le hacen o no se le hacen, había un prójimo invisible: el propio Jesús. Amando o no amando al prójimo estamos amando o no amando al Señor del universo y de la historia. Pero esta lección parece que aún no la tenemos aprendida, y seguimos empeñados en decir que queremos mucho a Dios, a la vez que nos importa poco que sufran los que tenemos al lado.

Si al comienzo de su Evangelio Mateo nos señalaba la universalidad de la Buena Noticia por medio de la escena de los Magos (en quienes el Señor es presentado a todos los pueblos), ahora, cercano ya el final de su Evangelio, vuelve a recordarnos esa universalidad de la Buena Noticia. Por encima de razas y credos, de condiciones sociales y económicas, desde dentro de la Iglesia y desde fuera de ella, todos estamos llamados al Reino preparado por Dios para todos desde la creación del mundo, y cada uno tiene que seguir su camino para llegar a ese Reino.

sábado, 12 de noviembre de 2011

33er Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Mt 25, 14-25

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata; a otro dos; a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: “Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco”. Su señor le dijo: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor”. Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: “Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos”. Su señor le dijo: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor”. Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo: “Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo”. El Señor le respondió: “Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y rechinar de dientes”».

Comentario:

Este 13 de noviembre celebramos el 33º Domingo del Tiempo Ordinario y leemos la parábola de los talentos en Mt 25, 14-30.

El texto seguro que lo conocéis… un señor da una serie de talentos a sus empleados, a cada uno según sus capacidades, a la hora de rendir cuentas el recibió cinco ganó otros cinco, el que recibió dos ganó otros dos y el que recibió uno lo enterró y devolvió lo que había recibido. De los dos primeros dijo que eran fieles y cumplidores, y del tercero lo llamó negligente y holgazán. Le quitaron a este el talento y se lo dieron al que más tenía.

Hace unos años, trabajaba en una empresa cuyo lema extraoficial era que el que no se menea es porque está muerto. Tal vez este sea el pecado que quiera evitar Jesús cuando cuenta la parábola de los talentos, el inmovilismo, el peligro de quedarnos anquilosados.

Este es nuestro pecado, el pecado de nuestra Iglesia, que se piensa las cosas setenta veces siete antes de hacer nada, que tiene miedo a los cambios. Tú y yo podemos equivocarnos, pero lo que nunca podemos hacer es quedarnos quietos. A mis alumnos me canso de explicarles que la no elección es una elección pero, normalmente, es la peor de las elecciones. El propio texto de hoy está ligeramente modificado para hacernos ver en él otra cosa. El Evangelio dice que el reino de los cielos se parece a un hombre que se iba de viaje y repartió a sus criados, pero en la traducción litúrgica omiten eso. De un reino de los cielos en que no podemos quedarnos quietos a una moralina que sirve para cualquier ámbito de la vida.

Imaginaros que Jesús, ante la disyuntiva del huerto de los olivos, se hubiese quedado pensando y pensando, sin decidir si el aceptar el cáliz que Dios le ofrecía o no, en ese caso hoy no gozaríamos de la redención de la cruz. Puede que de otra, porque Dios puede hacer las cosas como quiera, pero no la de la cruz.

Y tú ¿prefieres enterrar tus talentos o trabajar con ellos?

sábado, 5 de noviembre de 2011

32º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Mt 25, 1-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Se parecerá el Reino de los Cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: “¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!” Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: “Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas”. Pero las sensatas contestaron: “Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis”. Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: “Señor, señor, ábrenos”. Pero él respondió: “Os lo aseguro: no os conozco”. Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora».

Comentario:

Este 6 de noviembre celebramos el 32º Domingo del Tiempo Ordinario y la liturgia nos propone el texto de Mateo 25, 1-13, el pasaje es bastante conocido, la parábola de las 10 doncellas, la 10 vírgenes, de las que cinco eran sensatas y cinco necias, cómo aquéllas tienen aceite para esperar al novio y éstas, no. Y todo esto viene a que el Reino de los cielos se parecerá a esas doncellas. Nos encontramos ante textos seleccionados especialmente para este final del año litúrgico. Jesús nos sitúa en la tesitura de la espera cierta, el novio llegará; pero también ante la incertidumbre del momento en que eso sucederá. Nos invita a estar vigilantes, expectantes. Ante esta situación, lo importante es la actitud que las doncellas, que nosotros tomemos ante esa certeza e incertidumbre.

Jesus nos invita a dotar de sentido a nuestra vida, a que no nos enfrentemos sin esperanza a este valle de lágrimas. Como dijo un amigo mío, predecesor y maestro en esto del comentario del Evangelio: “Vamos a Dios, vamos al Padre, aunque sea pasando por una puerta dura, pero el final es maravilloso”. Vivir la vida con la certeza de que tiene sentido, dota a esa espera, a esa incertidumbre de sentido. Así la actitud de las doncellas sensatas, dota de sentido su vida; mientras que las necias, malemplean su vida y buscan compulsivamente la satisfacción de los deseos y estar permanentemente consumiendo sensaciones, buscando convertir en metas nuestros propios logros, convirtiéndose así dioses con pies de barro.

Pero los seguidores de Jesús, debemos saber cuál es nuestro fin, cuál es nuestro destino, qué es lo que quiere Dios de nosotros. Los seguidores de Jesús estamos llamados a ser las doncellas que dotan de sensatez el mundo, las que guardan el aceite para cuando llegue el novio.

Si esto es así, que creo que sí, ¿somos realmente seguidores de Jesús, somos sensatos? O, por el contrario ¿sólo nos llamamos seguidores de Jesús y somos necios?

viernes, 28 de octubre de 2011

31º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Mt 23, 1-12

En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos diciendo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

Comentario:

Este 30 de octubre celebramos el 31º Domingo del Tiempo Ordinario y la liturgia nos ofrece uno de los textos más ricos que recoge Mateo, su capítulo 23 vv. 1-12. Falta poco para que acabe el año litúrgico y eso se nota también en los textos que la Iglesia nos selecciona para este tiempo. El Evangelio de hoy nos recoge el momento en que Jesús hace una de las críticas más extensas y significativas de los sacerdotes, escribas y fariseos. Y después da una serie de indicaciones para cómo tenemos que hacer nosotros las cosas, en comparación con la realidad que Jesús está criticando. La máxima es haced lo que dicen, no lo que hacen… vosotros, en cambio,… Dos partes bien diferenciadas en este texto. Por un lado, lo que se critica; y por otro, las actitudes que debemos tener.

De nuevo Jesús critica la actitud de los fariseos, de los sacerdotes y de los escribas, que han ocupado la silla de Moisés, que les gusta, hoy diríamos, salir en los periódicos, en la tele, en las revistas, que les gusta que la gente los salude por la calle, les gusta ocupar los puestos de honor en los actos públicos… esos que hacen trabajar a los demás mientras ellos disfrutan de todas esas cosas con aire altivo. Hay quienes incluso se ofenden cuando no se les hacen todos estos agasajos.

Y luego… en positivo, cómo debemos actuar. No dejar que nos alaguen, como decía santa Teresa, por lo menos cuando no hay motivo para ello, si lo hay tampoco tenemos porqué rechazarlo. No tenemos que buscar la relevancia social, sino ser humildes. La otra noche, mientras trabajaba con un amigo, comentábamos precisamente esto, que los hay que no saben hacer otra cosa que estar a disposición de los demás, trabajar por los demás, aunque ocupen puestos de responsabilidad, con gente a su cargo, mientras que hay gente a la que le gusta mandar, que la saluden, que les digan lo guapos, lo buenos, lo justos…

¿De qué tipo de persona eres tú? ¿De los que critica Jesús o del estilo que propone Él?

viernes, 21 de octubre de 2011

30º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Mt 22, 34-40
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?» Él le dijo: «“Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas».
Comentario:
Este 23 de octubre celebramos el 30º Domingo del Tiempo Ordinario y leemos el Evangelio de Mateo 22, 34-40. El texto recoge el pasaje en el que, de nuevo los fariseos que, como vimos la semana pasada, estaban de acuerdo con los herodianos para pillar a Jesús. La liturgia se salta unos versículos en los que los saduceos también pretenden pillar a Jesús con una cuestión sobre la resurrección. Pero, en esta cuestión se centra en la Torá. El fariseo busca la opinión de Jesús en cuanto a la Torá, los fariseos vivían en torno al cumplimiento estricto de la Ley. De ahí que en este fragmento veamos la intención de pillar a Jesús, cuando la propia Ley decía que no se podía cambiar ni una coma, ni una tilde de lo Escrito, ni quitar ni añadir nada. Y Jesús citando la Torá (Dt 6,5 y Lv 19,18): Amar a Dios y al prójimo. Una máxima que sostiene toda la Tanak (o Tanaj), todos los escritos sagrados de los judíos. En el texto Jesús no dice que esos mandamientos sustituyan a la Ley, sino que son los que la sustentan.
Jesús responde a una pregunta en la que se le pide una única respuesta, con dos. Entonces, cómo se conjugan esas dos respuestas. La primera carta de Juan nos da la respuesta: “nadie puede decir que ama a Dios a quien no ve, si no ama al hermano al que ve” (cfr.1Jn, 4,20). El fariseo se centraba en el amor a Dios, como dice Juan, miente; porque no daba el paso que Jesús le pone al mismo nivel, amar al hermano.
No podemos olvidar nuestra confesión de fe, que os dice que creemos en la comunión de los santos y ella me permite dedicarme más a una cosa u a otra, a Dios o a los hombres, aprovechándome de lo que mis hermanos están haciendo. Unas contemplativas me permiten a mí dedicarme más al prójimo. Tal vez, como dice una persona que conozco, debamos dejar de hablar de Dios tanto para pasar a vivir más desde Dios, aún a riesgo de que, al dejar de hablar, el silencio se malinterprete o nos asuste. ¿Desde dónde vives tú? ¿A quién amas tú?

lunes, 10 de octubre de 2011

29º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Mt 22, 15-21

En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no te fijas en las apariencias. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?» Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: «¡Hipócritas!, ¿Por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto». Le presentaron un denario. Él les preguntó: «¿De quién son esta cara y esta inscripción?» Le respondieron: «Del César». Entonces les replicó: «Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».

Comentario:

Este 16 de octubre celebramos el 29º Domingo del Tiempo Ordinario y la liturgia nos propone el texto de Mateo 22, 15-21, que es de sobras conocido ya sabéis ese de dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César. A propósito de una controversia generada entre los herodianos y los fariseos. Los judíos en tiempos de Jesús no distinguían entre el orden religioso y el civil, por lo que era lo mismo pecar que delinquir. Y pretenden pillar a Jesús con esta pregunta para que se posicione políticamente y así poder denunciarlo a la autoridad romana. Y Jesús lo que hace con su respuesta es desligar ambos órdenes, separar lo civil de lo religioso, dejando así sin argumentos a quienes pretendían hacerle caer en una trampa que le llevase al cadalso, y demostrando un ingenio nada habitual.

Ni fariseos ni herodianos le preguntan por Dios, pero Él desvía la atención a Dios: pagad al César, pero no os olvidéis de Dios. No podemos vivir fuera del mundo, el mundo no tiene que ser gobernado por Dios, sino por los hombres; pero no, por ello, podemos dejar a Dios fuera del mundo ni de nuestros corazones, ni que se nos gobierne como si Dios no existiera. Dios nos marca unas normas mínimas que todos debemos cumplir y respetar, incluso los gobernantes. Esas normas mínimas se reducen a una: amar al prójimo como a uno mismo.

Jesús se nos presenta en este pasaje como el ejemplo de autoridad que con la verdad y la libertad respeta la norma civil y no se olvida de la voluntad de Dios para con todos los hombres.

Yo no tengo el ingenio de Jesús, tal vez porque no voy siempre con la verdad y la libertad, o porque no tengo presente a Dios todo lo que debería y, ¿tú en qué fallas, en la verdad, en la libertad o en el compromiso con Dios?

lunes, 3 de octubre de 2011

28º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Mt 22, 1-14

En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: “Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda”. Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: “La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda”. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en que uno no llevaba traje de fiesta y le dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?” El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: “Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos».

Comentario:

Este 9 de octubre celebramos el 28º Domingo del Tiempo Ordinario y leemos Mt 22, 1-14. Seguimos con la secuencia de parábolas que lleva acompañándonos esta serie de domingos, esta vez hemos abandonado el tema de las viñas, pero la cuestión central sigue siendo la misma de estos domingos pasados, con un paso más allá.

El texto se refiere a la parábola del banquete de bodas, ese en el que un rey celebra un banquete y la gente a la que invita no va, invita luego a la gente de los caminos y estos van, pero hay algunos que no se presentan de forma adecuada y a esos también los echa. Porque muchos son los llamados y pocos los elegidos.

Un par de aspectos conviene resaltar de este evangelio. El primero que el pasaje de hoy nos lleva un paso más allá de la semana pasada, los primeros serán los últimos, los últimos nos precederán, los últimos sustituirán a los primeros, y ahora de esos últimos resulta que no todos valen, muchos están llamados, pero no todos son elegidos. Si estos domingos teníamos la autocomplacencia, el orgullo y el desprecio como vicios en los que podemos caer. Veíamos como nos podían quitar el Reino de Dios para dárselo a otros por el hecho de creernos con derecho a él. Todos podemos ser jornaleros del Reino, pero cualquiera puede hacerse indigno. Todos podemos ser, pero pocos son.

El segundo de los aspectos centrado en la parábola que se nos invita al banquete pero debemos ser dignos del mismo. Incluso una vez dentro, podremos creernos que ya está… no es así, podemos resultar indignos, conviene estar atentos y no creernos mejor que nadie.

sábado, 1 de octubre de 2011

27º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Mt 21, 33-43

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje Llegado el tiempo de la vendimia, envió a sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron lo mismo. Por último, les mandó a su hijo, diciéndose: “Tendrán respeto a mi hijo”. Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: “Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia”. Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?» Le contestaron: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos». Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente?” Por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos».

Comentario:

Este 2 de octubre celebramos el 27º domingo del Tiempo ordinario y leemos Mt 21, 33-43. El texto recoge la tercera de las parábolas de viñas de esta serie de domingos. La parábola es la de los viñadores homicidas: un propietario tiene unas viñas en las que contrata a unos labradores y se va de viaje, cuando manda a sus administradores a cobrar lo que debe percibir por los frutos, los labradores los matan y apedrean. Ante la situación manda a su hijo creyendo que lo respetarían pero lo matan también para hacerse con los frutos y con la viña. Y les pregunta a los sacerdotes y ancianos qué hará el dueño cuando los pille, le contestaron que los mataría. Jesús sentencia que se les quitará el Reino y se lo darán a un pueblo que produzca frutos.

Los estudiosos dicen que esta parábola constituye uno de los motivos por los que los judíos deciden matar a Jesús, porque les acusa directamente de la muerte de los profetas y anuncia su propia muerte.

Continuando con la interpretación de los domingos anteriores, en este caso los primeros, ya no es que sean los últimos sino que, directamente, son sustituidos por éstos. El sistema que utiliza es el mismo que en las parábolas anteriores: atrapar a los interlocutores por su propia respuesta, de forma que se vean involucrados en la consecuencia, sin que puedan escapar de ella.

Hoy es esta misma la realidad que nos podemos encontrar, el evangelio nos interpela a cada uno de nosotros, si las semanas pasadas nos podíamos creer que estábamos entre los primeros, hoy Jesús nos repudia. Quienes un día fueron los últimos hoy se pueden creer primeros y esto hará que sean repudiados, podemos entrar en un círculo vicioso. Mantengámonos atentos.


viernes, 23 de septiembre de 2011

26º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Mt 21, 28-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. Él le contestó: “No quiero”. Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor”. Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?» Contestaron: «El primero». Jesús les dijo: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis».

Comentario:

Este 25 de septiembre celebramos el 26º Domingo del Tiempo Ordinario y la liturgia nos ofrece el texto de Mt 21, 28-32. Nos enfrentamos a un relato propio de Mateo y con dos partes diferenciadas. Por un lado, una parábola; y por otro, un comentario a la misma, sin llegar a ser una explicación. Dos hijos a los que su padres les pide que vayan a trabajar, y uno le contesta que va y, luego, no va; y el otro que dice que va y, después, no va. Está claro que el tema es el arrepentimiento, un sentimiento que todos hemos tenido alguna vez, o si lo prefieres la hipocresía. Automáticamente, Jesús traspasa la parábola a la vida real, a una problemática que se da en su entorno, los sacerdotes que rechazan al Bautista y las prostitutas que lo aceptan. La misma realidad que podemos vivir nosotros, muchas veces, quienes están diciendo que sí al mensaje de Cristo-Jesús con sus palabras, no lo hacen con sus obras; y viceversa. Y cuántas veces, nosotros mismos nos guiamos por los prejuicios de las apariencias. Dos temas para reflexionar. Pero lo que realmente agrada a Dios es la obra, no la palabra. O, como dice el refranero popular, obras son amores y no buenas intenciones.

Por mucho que nos empeñemos, nuestras obras son lo que cuentan y no lo que decimos o lo que aparentamos. Lo que realmente importa es los sentimientos que habitan en nuestro corazón y que nos mueven a hacer cosas. Algo tan simple como una oración puede ser para nosotros motivo de salvación si mana de esos sentimientos honestos de nuestro corazón o de repulsa por parte de Dios si se fundamenta en el egoísmo o en el tratar de aparentar. Nuestras vidas, nuestra salvación están en manos de Dios y en lo que sale de nuestro corazón. Y, creo que son decenas, los textos evangélicos que apoyan esta realidad. ¿Cómo vives tu fe, de cara a la galería o realmente te sale del corazón?


sábado, 17 de septiembre de 2011

25º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Mt 20, 1‑16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: “Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido”. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: “¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?” Le respondieron: “Nadie nos ha contratado”. Él les dijo: “Id también vosotros a mi viña”. Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: “Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros”. Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: “Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”. Él replicó a uno de ellos: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque soy bueno?” Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos».

Comentario:

Este 18 de septiembre celebramos el 25º Domingo del Tiempo Ordinario y la liturgia nos propone el texto de Mt 20, 1-16, la parábola del señor que sale a contratar a diferentes horas del día y a la hora de pagar pagó a todos por igual, y que recoge una frase, una pregunta que me resulta especialmente inquietante: “¿O vas a tener tú envidia porque soy bueno?” Y digo que me resulta inquietante porque en más de una ocasión he sentido esa envidia, cuando Dios concede algo que yo deseaba, algo a lo que yo creía que tenía derecho, a otras personas. No en ese momento, pero sí después, me ha venido a la cabeza este pasaje. Nuestra idea de justicia rara vez coincide con la de Dios.

El Dios que recoge la parábola es el que no mira nuestro historial para ver si somos dignos o no, en más de una ocasión hemos comentado como ese creernos con derecho no es el mejor camino para ser discípulos de Jesús. Es lo que les pasó a los viñadores de la parábola, es lo que nos pasa a nosotros con frecuencia, tendemos a compararnos con los demás a establecer medidas, que no son las de Dios. Sencillamente, porque el amor, que es el criterio, no puede medirse. Yo tengo que hacer lo que tengo que hacer, independientemente de cuál sea la consecuencia. San Agustín lo escribía mejor que yo: “Ama y haz lo que quieras”. La ética deontológica nos lo enseña también: debemos hacer lo que debemos hacer. Que sea Dios, con su bondad quien juzgue. El amor, se basa en la confianza, en el fiarse del otro y no en derechos, ni prebendas. Y es lo que Dios nos pide insistentemente, ¿o vas a tener tú envidia porque soy bueno?

Lo bueno que tiene nuestro Dios es que si reconocemos nuestras limitaciones humanas, Él cambiará nuestro corazón. Mira tu corazón y pregúntate qué sientes ante los demás. La respuesta variará según la persona, pero Dios nos pide que tratemos a todos con el mismo amor. Es difícil, pero con la ayuda de Dios es posible. No dejemos nunca de pedir esa ayuda.

jueves, 8 de septiembre de 2011

24º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Mt 18, 21‑35

En aquel tiempo, se adelantó y preguntó Pedro a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo”. El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: “Págame lo que me debes”. El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré”. Pero, él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?” Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».

Comentario:

Este 11 de septiembre celebramos el 24º Domingo del Tiempo Ordinario y la liturgia nos propone el texto de Mt 18, 21-35. La parábola del siervo deudor, ese que debía a su señor que le perdona, pero luego él no sabe perdonar, y la introducción inicial con la pregunta de Pedro sobre cuántas veces hay que perdonar. El bueno de Pedro en este caso me ha recordado a los chavales de primaria, o incluso de infantil, con la preguntita de marras. Ellos, cuando les preguntas si han hecho algo y te dicen que se les ha olvidado, siempre te contesta: “jo, es que es la primera vez…”, o si les recriminas por pegarse o por hacer algo inapropiado: “es que sólo ha sido un poco…” No entro a valorar el juego numérico, que ya he comentado en otras ocasiones. La cuestión es que siempre que se nos ponen límites tendemos a pasarlos, a definirlos, a ver si son verdad. Nuestra cabeza nos lo pide. La idea de Jesús está clara, debemos perdonar hasta que nos cansemos, y luego un poco más y, además, de corazón, sinceramente. Tal vez nos choque esta misericordia, más cuando va seguida de lo tajante de la semana pasada, cuando al que se reprendía y no hacía caso, al final, había que expulsarlo de la comunidad. Pero el Evangelio de hoy es continuación del ese otro, por lo tanto hay que entender que lo matiza. Si queremos instaurar el Reino de Dios, si queremos cumplir la verdadera voluntad de Dios, tenemos que saber perdonar.

La ilustración con la parábola, más define nuestra naturaleza humana, que otra cosa. Del Reino de Dios, nos dice cómo se va a comportar Él, nos dice que nuestro juicio, va a depender de cómo hayamos tratado a los demás. Volvemos a la regla de oro. Al “ama y haz lo que quieras” de la carta de Pablo de la semana pasada. Nos habla del amor que debe regir nuestras vidas y que, rara vez, lo hace. Y con ese mismo criterio solemos vivir, y cuando no, en lugar de vivirlo como una gracia, como un regalo, nos pavoneamos de ello.

¿Cómo me siento cuando perdono? ¿Cómo cuando me perdonan?

sábado, 3 de septiembre de 2011

23er Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Mt 18, 15‑20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano. Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».

Comentario:

Mateo 18, 15-20 es el Evangelio que corresponde a este 4 de septiembre, 23º del Tiempo Ordinario.

El texto lo compone un discurso de Jesús a sus discípulos sobre cómo llevar a cabo la reprensión dentro de la comunidad. Parece que se abordan otros temas, de hecho, hay quienes justificaron en ellas un poder casi divino otorgado a los apóstoles, pero el texto se refiere a la necesidad de que la corrección al hermano se haga con cariño para que suponga un mérito a presentar ante Dios y no una culpa. Lo mismo se puede decir de las frases finales.

Hubo un profesor que me dijo que el camino a Dios era la cruz, donde el camino del hombre a Dios, de abajo a arriba, el tramo vertical de la cruz pasa por el horizontal de las relaciones de los hombres, con los demás, con sus hermanos, con sus iguales. Ya en el Antiguo Testamento nos lo viene a recordar el Señor: “Dios no quiere ofrendas y sacrificios, un corazón contrito y humillado es lo que le agrada”.

Nos sabemos en condición de pecadores, porque ninguno de nosotros puede corresponder al amor de Dios como se merece, y es en nuestra comunidad donde podemos encontrar el perdón humano y divino. Entre los hermanos encontramos el verdadero rostro de Dios, porque donde estéis dos o más reunidos en mi nombre allí estoy yo.

Conviene que nos paremos a repensar nuestras relaciones con los demás, que analicemos cómo nos enfrentamos a la corrección, cómo la recibimos y cómo la llevamos a cabo.

miércoles, 24 de agosto de 2011

22º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Mt 16, 21‑27

En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte». Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios». Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta».

Comentario:

Este 28 de agosto celebramos el 22º Domingo del Tiempo ordinario y leemos Mt 16, 21-27. Seguro que el texto nos suena a todos, es continuación del de la semana pasada. De un Pedro bendecido por Dios a uno al que Jesús llama Satanás. Jesús comienza el anuncio de su Pasión y esto no lo entiende ni Pedro, ni nosotros. Nos enfrentamos a la paradoja del cristianismo, a la paradoja de la cruz. Y, a menudo, la malinterpretamos al entender lo de cargar con la cruz con la “resignación cristiana”. Pero, tenemos una tarea importante distinguir esa “resignación cristiana” de la “voluntad de Dios”. Dios quiere que carguemos con nuestras cruces, que nos neguemos a nosotros mismos. El negarnos a nosotros mismos no es más que renunciar a nuestro egoísmo natural, a ser el centro de todo; es, simplemente, el darnos a los demás, el pensar en las necesidades del otro, en valorar si son más primordiales que las mías. El olvidarnos de esta parte sería resignación, mientras que al tenernos en cuenta valoramos la voluntad de Dios. Dios nos ama y no desea nuestro sufrimiento.

Y, entonces, ¿el ejemplo de los mártires? Son testigos que valorando todo renuncian a sí mismos en favor de los demás y se convierten en ejemplos a imitar por la entrega heroica, que nadie nos puede exigir, de ahí su mérito; en que nadie pueda exigirlo, en que nadie pueda pedirlo y, sin embargo, decida hacerlo.

Pero pocos son los que tienen vocación de mártires. Nosotros, como cristianos, estamos llamados a ser santos, y la santidad se adquiere poniendo por delante al prójimo, asumiendo nuestras cruces, no pavoneándonos de ellas, no resignándonos de ellas, no dejándolas a los demás, no sin la ayuda de la comunidad. Si nos negamos no morimos, vivimos en plenitud. Negarnos es poner por delante a Jesucristo, a los hermanos. Negarnos es descubrir la voluntad de Dios y esforzarnos por llevarla a la práctica.

¿Cuáles son mis cruces? ¿Cómo las llevo?

sábado, 20 de agosto de 2011

21º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Mt 16, 13‑20

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesaréa de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de los infiernos no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo». Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

Comentario:

Este 21 de agosto celebramos el 21º Domingo del Tiempo Ordinario y leemos Mt 16, 13-20. De nuevo nos situamos ante el texto de la confesión de Pedro, Jesús pregunta a sus discípulos quién dice la gente que es y luego, les pregunta quién es para ellos, la contestación de Pedro no se hace esperar, el Hijo de Dios vivo, el Mesías. En ese momento Jesús por reconocer su naturaleza le concede las llaves del cielo, por último les manda a todos que no descubran a nadie su verdadera naturaleza. La confesión de Pedro es un don de Dios, el cimiento de la Iglesia está constituido por ese don, el poder de descubrir en Jesús su verdadera identidad de Hijo de Dios, de Mesías.

Como hizo Dios en el Génesis con Abrahán cuando le hizo padre de muchas naciones, a Pedro le cambia el nombre porque lo hace cabeza y padre de los futuros cristianos. Nuestra comunión con esta piedra es la que nos garantiza y nos da el criterio para saber cuándo estamos cumpliendo la voluntad del Padre.

La creencia en Jesús como Hijo de Dios, como Mesías, es la que nos constituye en Iglesia. El mesianismo de Jesús es el que se nos revela cuando el Bautista manda a buscarle y les muestra los signos del Reino: los ciegos ven, los cojos andan y a los pobres se les anuncia el Reino. Si el Jesús en el que creemos es éste, entonces somos Iglesia. Pero si por el contrario nuestra fe se limita a ritos vacíos, a olvidarnos de los hermanos, a obediencias ciegas… entonces, no formamos parte de la Asamblea, nuestra vida estará vacía, sin sentido. Eso no quiere decir que tengamos que renunciar a todo eso, sólo que esos ritos, esa obediencia, esas señas de identidad y unidad exteriores tienen que reflejar la realidad de nuestro corazón. La visita del Papa de estos días en la JMJ nos lo recuerda.

¿Y tú, quién dices que es Él? La respuesta es solo tuya, ¿construyes el Reino?

lunes, 8 de agosto de 2011

20º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Mt 15, 21‑28

En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo». Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando». Él les contestó: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel». Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió: «Señor, socórreme». Él le contestó: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos». Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos». Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas». En aquel momento quedó curada su hija.

Comentario:

El 14 de agosto celebramos el 20º Domingo del Tiempo Ordinario y leemos Mt 15, 21-28.

El texto recoge el pasaje en el que una mujer cananea va detrás de Jesús para que cure a su hija y Él dice que sólo debe atender a los israelitas, pero su fe es grande y le cura a su hija.

El comentario de Jesús, después de la controversia con los fariseos que había tenido, sobre echar el pan de los hijos a los perros podemos comprenderlo si conocemos el conflicto histórico que enfrentó a los cananeos y los israelitas, del que está plagado el A.T. Este aparente desprecio de Jesús por los cananeos no es tal sólo es el deseo de respetar el plan de Dios que parte de Israel y se propaga después al resto del mundo. La referencia a los perros es cómo llamaban los paganos a los judíos, por ello la expresión tiene un significado nada peyorativo. Así el aparente desprecio de Jesús en esa frase es, en realidad, una muestra de aprecio por los paganos y una muestra de respeto a los planes de Dios.

A la postre, este evangelio, como tantos otros, especialmente de Mateo y Lucas, vienen a romper la separación entre judíos y gentiles, demostrando la universalidad del mensaje de Jesús, aceptando a todos.

Creer junto con los hermanos es la base de nuestra fe, no podemos creer al margen de los demás. Si nuestra fe nos aísla de los hermanos, de la sociedad, de la realidad… entonces no es verdadera fe, no es la fe de Jesús.

La fe no es contra nadie, es en Dios. La fe tiene una fuerza convincente que va más allá de las razas, las nacionalidades, las ideologías. No es orgullosa ni se cree superior. ¿Cómo la vives? ¿Tenemos verdadera fe cuando nos enfrentamos a los demás?

19º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Mt 14, 22‑33

Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo enseguida: «¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!» Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua». El le dijo: «Ven». Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame». Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?» En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él, diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios».

Comentario:

Este 7 de agosto celebramos el 19º Domingo del Tiempo Ordinario y la liturgia nos propone el texto de Mt 14, 22-33, en continuidad con el Evangelio de la semana pasada. El relato nos narra el episodio en el que Jesús despide a la gente después de la multiplicación de los panes y los peces, y se retira a orar. Esa misma noche, se presenta ante sus discípulos estando estos en una barca en el lago, y anima a Pedro a seguirle, éste duda y Jesús le agarra, para concluir con el reconocimiento general como Hijo de Dios.

La perícopa de hoy nos remite al proceso de fe. Un proceso que no estará exento del miedo o de la duda, pero que siempre debe tener presente la figura de Jesús. Pensad en cualquier santo y encontraréis los mismos altibajos que se ven en los apóstoles y en los discípulos del Evangelio, y particularmente, en Pedro. Tal vez, el ejemplo que mejor nos valga para comprenderlo es una relación de amor. En ella, uno tiene altibajos, según su estado de ánimo se fiará más o menos de la otra persona, pero no dejará de tenerla presente y sus actos la tendrán en cuenta. Esa es la fe que Jesús nos pide. ¿Nada extraordinario… o sí? ¿Nada milagroso, como caminar sobre las aguas… o sí?

La fe, nuestra fe, es esto, una relación interpersonal basada en la confianza, pero eso no quiere decir que esté exenta de duda, de miedo. Como siempre que hablamos de personas, tiene que haber de todo. Pero lo importante es no olvidarse del otro, tenerlo presente, estar en contacto de una forma u otra.

Resulta paradójico este texto en época de vacaciones, ¿no? Cuando nuestras relaciones varían. No digo que se pierdan, sino que como nuestro ritmo de vida, se alteran en vacaciones. Y la relación con Jesús, ¿cómo va? ¿Le seguimos teniendo presente o también nos tomamos vacaciones de Él?

sábado, 30 de julio de 2011

18º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Mt 14, 13‑21

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer». Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer». Ellos le replicaron: «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces». Les dijo: «Traédmelos». Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

Comentario:

El próximo 31 de julio, domingo 18 ordinario, leemos Mt 14, 13-21, donde nos encontramos a Jesús dando de comer milagrosamente a una multitud de gente.

Hoy dejamos ya las parábolas sobre el Reino de los Cielos, que hemos estado leyendo en los últimos domingos, y pasamos a una situación nueva. El fragmento leemos hoy pertenece a lo que los expertos llaman “engarce narrativo” entre el tercer y el cuarto de los grandes bloques discursivos que encontramos en el Evangelio de Mateo. Estos textos de engarce sirven para hacer avanzar la acción; en esta ocasión, la acción avanza en una dirección de tensión y ruptura entre Jesús y los religiosos del pueblo judío. El texto comienza presentando a Jesús de camino hacia un lugar desierto (la traducción litúrgica dice, inexactamente, que Jesús se marchó “a un sitio tranquilo y apartado”). Así que Jesús se pone en marcha, y también el pueblo está en marcha, pero sin guías que lo conduzcan. Por eso Jesús siente lástima de aquella gente y se pone a aliviar sus males (= curar enfermos, dar de comer a la gente…) Pero, para que todo esto vaya adelante, para poder resolver los problemas de la gente, hace falta la colaboración de los discípulos (dadles vosotros de comer, les dirá Jesús a los suyos); eso sí, para que los discípulos sean capaces de colaborar en la solución de los problemas de la gente hace falta que den el salto de obrar según cálculos y criterios humanos (eso es lo que hacen cuando se lamentan de que “sólo tenemos 5 panes y 2 peces”) a confiar en la grandeza de Dios. Y cuando se da ese paso, y se confía, entonces es cuando se produce el milagro: los enfermos se curan, los hambrientos tienen pan…

Ser discípulo es preocuparse por los problemas de los hermanos, confiando en Dios y poniendo nuestros medios para resolverlos; ¿qué tiene que ver esto con nuestras “prácticas piadosas”, que es a lo que, habitualmente, reducimos nuestro ser cristianos?

miércoles, 20 de julio de 2011

17º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Mt 13,44-52

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra. El Reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?» Ellos le contestaron: «Sí». Él les dijo: «Ya veis, un escriba que entiende del Reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo».

Comentario:

Este 24 de julio celebramos el 16º Domingo del Tiempo Ordinario y leemos el evangelio de Mateo, 13, 44-52. El texto es las parábolas del tesoro escondido, la perla y la red de arrastre. Seguimos con las parábolas del Reino.

Dos partes claras se distinguen en el relato de hoy. Por un lado, las dos primeras parábolas, la del tesoro y la perla, que nos hablan del valor del Reino. Del esfuerzo personal que supone descubrir el valor del Reino. Y por otro lado, la parábola de las redes de arrastre, que está recordándonos la parábola de la cizaña de la semana pasada. Por fin, la comparación con el escriba que se convierte, que empieza a creer, que tiene que saber compaginar lo nuevo y lo antiguo, saber aprovechar lo antiguo para adaptarlo a lo nuevo.

Las parábolas del tesoro y la perla nos hacen caer en la cuenta de cuál es nuestra prelación de valores, nuestra escala de valores. En esa escala de valores, cuando descubres el Reino te das cuenta que ese Reino pasa a ocupar el primer lugar en esa prelación.

La parábola de la red, como la cizaña, nos hace darnos cuenta de que tenemos que convivir con lo que nos toca, el trabajo de Dios es suyo y, normalmente, es el que pretendemos hacer, no podemos juzgar, eso le corresponde a Él. El sabernos seguidores del Reino no nos da derecho a criticar a los demás. Quienes desde una postura u otra critican a los de la contraria, están cayendo en aquello que Jesús critica en estas parábolas.

Y por último, la del padre de familia, que tiene que compaginar lo tradicional y lo moderno.

¿Nos creemos con derecho a criticar lo que hacen los demás por la construcción del Reino cuando no coincide con nuestras ideas? Esto supondría renunciar a la dinámica del Amor que nos exige el trabajo por el Reino.

viernes, 15 de julio de 2011

16º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Mt 13,24‑43

En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente: «El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Enton­ces fueron los criados a decirle al amo: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sa­le la cizaña?” Él les dijo: “Un enemigo lo ha hecho”. Los criados le preguntaron: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?” Pero él les respondió: “No, que, al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a los segadores: 'Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero'”». Les propuso esta otra parábola: «El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas». Les dijo otra parábola: «El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente». Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: «Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo». Luego dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: «Acláranos la parábola de la cizaña en el campo». Él les contestó: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga».

Comentario:

Este 17 de julio celebramos el 16º Domingo del Tiempo Ordinario y leemos Mateo 13, 24-43, la parábola de la cizaña, su explicación, la del grano de mostaza y la levadura. Ya sabes el que ha sembrado y otra persona le siembra también cizaña y tiene que esperar para que se distinga y luego quemarla; la de la mostaza que a pesar de tener una semilla muy pequeña, luego crece un gran árbol; y la de la levadura que no se nota pero hace su trabajo. Y todo esto, lo compara con el Reino de los Cielos.

Parece paradójico que la Iglesia nos ofrezca este texto y el de la semana pasada (la parábola del sembrador) al final del curso, cuando casi todos los solemos utilizar a principio de curso para motivar el trabajo de la gente. Pero, claro… la Iglesia nos los ofrece cuando llega el tiempo del trabajo en el campo, cuando llega el tiempo de recoger el fruto del trabajo. Y lo que nos está diciendo es esto, que por poco que parezca que hemos hecho en la consecución del Reino, los resultados no se suelen percibir inmediatamente. Que, a lo mejor, un poquito de esfuerzo puede obtener un resultado enorme. Pero que vamos a tener que convivir con personas que no desean implantar el Reino, con gente que trabaje para lo contrario que nosotros, sean o no conscientes de ello, y esto a nosotros que nos podemos considerar buena semilla no tiene porqué preocuparnos, nuestro trabajo, nuestro esfuerzo tiene que ser el mismo independientemente de lo que suceda a nuestro rededor, independientemente de que lo que crezca a nuestro lado sea o no cizaña, porque aún no somos capaces de identificarla y porque no nos corresponde a nosotros el juzgar eso. Nuestro trabajo se notará cuando se note, igual que no debemos compararnos, no debemos esperar resultados. Alguna vez se nos concederá verlo, o no, pero esto es un regalo que no podemos esperar, sólo pedir. El cristiano no debe esperar resultados, no puede compararse con otros. Esas cosas dependen de Dios. ¿No estaré pretendiendo controlarlas yo?

sábado, 9 de julio de 2011

15º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Mt 13, 1-23

Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas: «Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga». Se le acercaron los discípulos y le preguntaron: «¿Por qué les hablas en parábolas?» Él les contestó: «A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: “Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure”. ¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron. Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador: Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta enseguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe. Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno».


Comentario:

Este 10 de julio celebramos el 15º Domingo del Tiempo Ordinario y leemos Mateo 13, 1-23.

Nos encontramos en esta ocasión con una parábola, la del sembrador que salió a sembrar y la simiente cayó al borde del camino, en terreno pedregoso, entre zarzas y en tierra buena, luego explica a los discípulos porqué enseña con parábolas y, por último, explica la parábola del sembrador.

Resulta llamativo, que Jesús habló mucho rato en parábolas, pero sólo nos han llegado algunas, ¡sería precioso poder disponer de todas ellas!

El texto es muy largo y está lleno de matices, uno me ha sorprendido especialmente: como siempre jugamos con las traducciones de los textos, y en este caso, la traducción es traición, cuando el evangelio dice al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene, ese “tener” no significa posesión, sino producción, así el texto adquiere un significado totalmente distinto al que estamos acostumbrados y está más en consonancia con la parábola, cuanto más produces más puedes producir.

El propio Jesús se encarga de decirnos que la semilla es la palabra del Reino y que en cada uno de nosotros puede o no fructificar, dependiendo de nuestra disposición hacia ella. Pero el reino es una realidad que ya está presente entre nosotros, ya se ha sembrado, ahora depende de nosotros el que fructifique o no.

¿Qué haces tú por que fructifique? ¿Cómo te preparas para recibir esa palabra, para llevarla a tu vida? Sólo si esa semilla da fruto en tu corazón construyes el Reino de los cielos, sólo así lo haces presente para quienes te rodean, sólo así eres discípulo de Jesús, sólo así formas parte de su cuerpo místico.

jueves, 30 de junio de 2011

14º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Mt 11,25-30

En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».

Comentario:

Este 3 de julio celebramos el 14º Domingo del Tiempo Ordinario y se nos propone el texto de Mateo 11, 25-30, donde se nos recoge una oración de Jesús, una bendición de Jesús a Dios por una paradoja, que los sabios no saben y los sencillos, sí. Que para adherirse a Dios hay que pasar por él, por el Hijo. Que debemos cargar con su yugo, con sus normas, que son más ligeras que las que teníamos antes y así podremos enfrentarnos a la realidad.

La realidad es que lo que Jesús nos plantea es una crítica a la arrogancia en la que vivimos. Los sabios y entendidos nos han propuesto un yugo pesado, una serie de normas que nos sirven para guiarnos en nuestras vidas, pero Jesús nos da una serie de máximas mucho más efectivas y livianas. Lo que Jesús nos propone es imponer la ley del amor, en la que se resumen la mayoría de las nomas que imponían los sabios, el verdadero por qué que tienen detrás es, precisamente ése. Creo que con un ejemplo lo entenderemos mejor: “los mandamientos de la Santa Madre Iglesia nos impone oír misa entera todos los domingos y fiestas de guardar”. El verdadero sentido de la norma está en que cuando quiero a alguien siento la necesidad de juntarme con Él, de pasar tiempo con Él, y se me impone un mínimo en esa relación. Pero ese mínimo quedará superando conforme avance en la relación. El fundamento es el mismo que el propio Jesús desechó cuando dijo que no estaba hecho el hombre para el sábado sino el sábado para el hombre. ¿Tiene sentido imponer una estancia en un lugar cuando no se quiere estar? Exactamente el mismo que imponer una inactividad para dedicarse a Dios. Jesús nos enseña a superar esto. Las normas nos sirven durante un período de nuestras vidas, llega un momento en que, como Israel, maduramos y ya no nos sirven, se nos quedan pequeñas; y debemos saber adaptarlas, saber cuál es la razón que tiene esa norma, su finalidad para poder adaptarla a nuestra nueva situación. Llegará un momento en que no me resulte suficiente oír misa, tendré que vivirla, y no sólo los domingos y fiestas.

¿Has descubierto el por qué que subyace en las normas? ¿Aún te valen esas normas? ¿Eres capaz de adaptarlas respetando su espíritu?