martes, 22 de marzo de 2011

3 er. Domingo de Cuaresma

Texto: Juan 4,5‑15.19b‑26.39a.40‑42

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber». Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» Porque los judíos no se tratan con los samaritanos. Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva». La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?» Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna». La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que ve­nir aquí a sacarla. Veo que tú eres un profeta. Nuestros padres die­ron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén». Jesús le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salva­ción viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Pa­dre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad». La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo». Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo». En aquel pueblo muchos creyeron en él. Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo».

Comentario:

Este 27 de marzo celebramos el 3 er. Domingo de Cuaresma y leemos el pasaje de la Samaritana en Juan capítulo 4 vv. del 5 al 42.

En el marco de la cuaresma se nos ofrece este texto como clave de nuestro camino hacia la Pascua. Y ese camino pasa por reconocer en Jesús al Señor de nuestras vidas. Por descubrir en Él a aquel que puede satisfacer todas nuestras necesidades, como el que nos conoce de tal forma que nos puede satisfacer en todos los aspectos de nuestra vida. El texto nos muestra cómo todos, cualquiera, tenga la condición que tenga, podemos obtener esa revelación, cuanto más sencillos seamos, mejor, para llegar a confesar a Jesús como Señor de mi vida.

El pasaje nos presenta el proceso que se sigue para llegar a esa confesión, para obtener esa revelación. Al principio, el diálogo parece imposible. Jesús, en un primer momento, suscita la curiosidad en la samaritana, y comienza el diálogo, para después pasar a tocar su corazón, mostrando la esencia de su ser. Una vez que Dios ha entrado en nuestras vidas, no podemos sacarlo de ahí. Una vez que nos ha tocado el corazón no podemos por menos que pregonarlo.

Como telón de fondo está el tema del deseo, de la satisfacción del deseo, aunque sea de una necesidad tan humana como el beber. Y, ya sabéis, lo que eso supone. Nuestro deseo es insaciable y debemos de educarlo.La samaritana encontró la verdadera fuente de agua viva y su sed se calmó. Nosotros la tenemos permanentemente al alcance de la mano, y sin embargo, no nos paramos en el camino junto a ese hombre que espera en el pozo, signo de vida.

¿Reconoces a Jesús como Señor de tu vida? ¿Tienes curiosidad por Él? ¿Has dejado que toque tu corazón, que te conozca? ¿Te conoces a ti mismo para que Él pueda llegar a conocerte?