viernes, 11 de mayo de 2012

6º Domingo de Pascua

Texto: Jn 15, 9-17
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros».


Comentario: 

Este 6º Domingo de pascua, nos enfrentamos a Jn 15,9-17. Y digo nos enfrentamos, porque este conocido evangelio supone uno de los mayores retos para los cristianos. El texto es continuación del de la vid verdadera que meditamos el domingo pasado, y las implicaciones que contiene son, prácticamente, las mismas (permanencia, compromiso…), pero ahora vamos mucho más allá. Hasta ahora, la cosa ha sido, más o menos fácil, ahora debemos aplicar esas implicaciones que vimos la semana pasada referidas a Dios, a los demás, a los hermanos.
El evangelio nos habla del mandamiento nuevo, ese que a la mayoría de nosotros nos da más problemas a la hora de hacer un examen de conciencia. No puedo dejar de recordar a un amigo mío que siempre me ha dicho que el mayor pecado que cometemos, que comento… forma parte de nuestra propia naturaleza humana: el sentirnos incapaces de amar como sentimos que Jesús nos ama, esa incapacidad para una correspondencia en el mismo nivel.
Pero el compromiso cristiano no se puede quedar en un nivel intimista, individualista, tiene que ir más allá. Tiene que llevarnos a los hermanos. Como no se cansa de repetirnos Juan, en su Evangelio y en sus Cartas, la máxima es el Amor, y si alguien dice que ama a Dios a quien no ve y no ama al hermano a quien sí que ve, es un mentiroso.