jueves, 28 de abril de 2011

2º Domingo de Pascua

Texto: Jn 20, 19-31

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo». A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto». Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Comentario:

Este 1º de mayo celebramos el 2º Domingo de Pascua y la liturgia nos ofrece el texto de Juan 20, 19-31, que recoge el momento en el que Jesús se aparece a los discípulos sin que esté Tomás y, luego, a la semana siguiente se vuelve a aparecer para que Tomás crea, es un fragmento que podríamos utilizar también para Pentecostés, porque Jesús les deja su Espíritu. Pero si algo destaca de este Evangelio, además de la incredulidad de Tomás, es la Paz. Por dos ocasiones Jesús les intenta transmitir a esos discípulos su Paz. Una paz que va más allá de la paz psicológica de estar a gusto, de no tener conflictos, esa Paz que en alguna ocasión hemos podido llegar a intuir es esa fuerza que da el saberse libre para actuar. Creo que en ese momento los discípulos caen en la cuenta de que como Jesús ha resucitado, también ellos pueden hacerlo, eso les da la libertad para anunciar el mensaje que Jesús les ha encomendado, para llevar a cabo su tarea. A esa paz se refiere el texto, a la que me permite dar testimonio de la Resurrección, reconocer a Jesús como el Señor de mi vida.

Y por otro lado está el tema de Tomás. Creo que todos somos Tomás. Todos, por lo menos yo necesito conocer para creer. En más de una ocasión, os he comentado que para entender la relación con Dios, debemos fijarnos en las relaciones humanas, concretamente en las que se dan en pareja. Pues bien, entre nosotros difícilmente podemos llegar a querer, a amar aquello que no conocemos. Pues con Dios nos pasa lo mismo, si no lo conocemos, si no llegamos a vislumbrarlo un poquito, difícilmente podremos llegar a amarlo. Amaremos otras cosas, otras imágnes falseadas de Dios, pero no a Dios. En este sentido somos todos Tomás. Como dice el propio Jesús: “Dichosos los que crean sin haber visto” pero eso es un regalo del que no todos podemos disfrutar. La mayoría necesitamos conocer, sentir, experimentar… podemos pedir ese regalo, ese don, pues sí; pero mientras llega no podemos dejar de Confiar después de haber intuído lo que hay en esa unión con Dios.

¿Necesitas o no ver para creer?

martes, 26 de abril de 2011

Domingo de Pascua

Texto: Jn 20,1-9

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos co­rrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el sue­lo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabe­za, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado pri­mero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Comentario:

Este 24 de abril celebramos la Pascua de Resurrección. El texto, como siempre, Juan 20, versículos del 1 al 9.

En sí, nos narra cómo María Magdalena acude al sepulcro y al ver que estaba vacío piensa que han robado el cadáver, acude a avisar a Pedro y éste acude con otro discípulo, con el que nos podemos identificar (por eso el evangelista no le pone nombre), para ver lo sucedido y, entonces el discípulo entiende lo sucedido, entiende lo que Jesús dijo, entiende las Escrituras.

El evangelio nos pide un paso muy pequeño en la fe, sólo se nos constata el hecho del sepulcro vacío, el discípulo hace la lectura creyente del hecho al comprender lo que decían las Escrituras, que Jesús tenía que morir para Resucitar al tercer día. Todo lo contrario del texto del sábado por la noche, donde Mateo nos ha confrontado con el hecho de la Resurrección.

Podríamos centrar el comentario en muchos aspectos: que la primera persona que proclamó el Evangelio fuese una mujer, en la relectura de las Escrituras que se nos abre, en el hecho de que Pedro llegue más tarde o que viendo lo visto no lo comprenda, en la concepción dualista del hombre que este texto viene a destruir porque resucita el hombre entero, cuerpo y alma… Pero os propongo que nos fijemos en lo que el hecho de “creer” en la Resurrección supone en nuestra vida. El creer en Resurrección supone modificar nuestra forma de concebir el misterio de la vida y la muerte del hombre, la vida tiene un sentido, la esperanza; y la muerte también, la “Vida”. Nuestra existencia tiene un sentido nuevo a la luz de la Resurrección de Cristo.

Un sentido liberador, que nos permite actuar pensando no en lo que nos pueda pasar en esta vida, sino que podemos hacer lo que debemos hacer ya que nuestro final no es la muerte, sino una vida en plenitud en la que, ahora, sólo podemos creer y vivir en consecuencia.