viernes, 23 de septiembre de 2011

26º Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Mt 21, 28-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. Él le contestó: “No quiero”. Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor”. Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?» Contestaron: «El primero». Jesús les dijo: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis».

Comentario:

Este 25 de septiembre celebramos el 26º Domingo del Tiempo Ordinario y la liturgia nos ofrece el texto de Mt 21, 28-32. Nos enfrentamos a un relato propio de Mateo y con dos partes diferenciadas. Por un lado, una parábola; y por otro, un comentario a la misma, sin llegar a ser una explicación. Dos hijos a los que su padres les pide que vayan a trabajar, y uno le contesta que va y, luego, no va; y el otro que dice que va y, después, no va. Está claro que el tema es el arrepentimiento, un sentimiento que todos hemos tenido alguna vez, o si lo prefieres la hipocresía. Automáticamente, Jesús traspasa la parábola a la vida real, a una problemática que se da en su entorno, los sacerdotes que rechazan al Bautista y las prostitutas que lo aceptan. La misma realidad que podemos vivir nosotros, muchas veces, quienes están diciendo que sí al mensaje de Cristo-Jesús con sus palabras, no lo hacen con sus obras; y viceversa. Y cuántas veces, nosotros mismos nos guiamos por los prejuicios de las apariencias. Dos temas para reflexionar. Pero lo que realmente agrada a Dios es la obra, no la palabra. O, como dice el refranero popular, obras son amores y no buenas intenciones.

Por mucho que nos empeñemos, nuestras obras son lo que cuentan y no lo que decimos o lo que aparentamos. Lo que realmente importa es los sentimientos que habitan en nuestro corazón y que nos mueven a hacer cosas. Algo tan simple como una oración puede ser para nosotros motivo de salvación si mana de esos sentimientos honestos de nuestro corazón o de repulsa por parte de Dios si se fundamenta en el egoísmo o en el tratar de aparentar. Nuestras vidas, nuestra salvación están en manos de Dios y en lo que sale de nuestro corazón. Y, creo que son decenas, los textos evangélicos que apoyan esta realidad. ¿Cómo vives tu fe, de cara a la galería o realmente te sale del corazón?