sábado, 18 de junio de 2011

Santísima Trinidad

Texto: Jn 3, 16-18

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

Comentario:

Este 19 de junio celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad y leemos Juan 3, vv.16-18.

Nos encontramos en el contexto de la conversación que mantiene Jesús con Nicodemo en ella se hace referencia a varios temas como la necesidad de volver a nacer para poder entrar en el Reino de Dios, el paralelismo que se establece entre la muerte en la cruz de Jesús y el pasaje de la serpiente de bronce cuando el pueblo de Israel peregrinaba por el desierto…

Pero el núcleo de toda esa conversación es la creencia en la persona de Jesús y su misión, el para qué vino al mundo. En este punto es donde se enlaza el texto de hoy. En el paralelismo con la serpiente de bronce, la cruz de Jesús habrá de elevarse para que todo el que la mire y crea en él se salve, para que sea fuente de vida. Esta cruz es la máxima manifestación posible del amor de Dios a los hombres y es su única razón de ser, manifestar ese amor y darnos la vida eterna, la salvación. Pero Juan se encarga de decirnos que también existe la condenación, pero la condenación es un acto libre del hombre.

El evangelio nos acerca a la realidad de la fiesta de hoy. La cuestión que se nos plantea en él es que debemos descubrir al Dios-Padre inaccesible e inabarcable en la accesibilidad histórica de Cristo-Jesús, que llega hasta nuestros días gracias a la acción de ese amor manifestado en la cruz, gracias a la acción del Espíritu. Se reúnen así las tres personas de nuestro Dios en este texto y nos acerca a la forma de relacionarse que tienen. Sólo podremos llegar al Padre por el Hijo, por la acción del Espíritu que es Amor, con mayúsculas. El amor es la única medida en que podemos contrastar nuestra relación con Dios. ¿Cuánto de amor puedes dar, cuánto puedes recibir?