miércoles, 25 de julio de 2012

17º Domingo del Tiempo Ordinario


Evangelio: Jn 6, 1‑15 
En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: «¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?» Lo decía para tentarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo». Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero ¿qué es eso para tantos?» Jesús dijo: «Decid a la gente que se siente en el suelo». Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie». Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: «Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo». Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.

Comentario:
El próximo 27 de julio, domingo 17 ordinario, leemos Jn 6,1-15, donde nos encontramos el relato de la multiplicación de panes y peces, gracias a la colaboración de un muchacho que comparte sus cinco panes y dos peces.
Los discípulos querían que la gente se marchara a las aldeas antes que anocheciera y pudieran comprarse de comer, pero Jesús les interpela directamente a ellos; querían escurrir el bulto, pero la orden de Jesús es: “dadles vosotros de comer”. El detalle del muchacho revela que el verdadero milagro que se obró allí no fue exactamente que comieran cinco mil hombres con cinco panes y dos peces, sino que ese muchacho fuera capaz de compartir lo que a todas luces parecía imposible que pudiera servir de algo.
Si la guerra es un fracaso de toda la humanidad, no lo es menos el hecho de que ya iniciado el siglo XXI, sigan muriendo de hambre y desnutrición miles de personas todos los días. Manos Unidas nos recuerda cada año en sus campañas esta situación. Cierto que a través de sus proyectos se ha ayudado a muchas personas, familias y pueblos a salir adelante, pero ¿qué supone una gota de agua en la inmensidad del océano? Se llevan más de treinta campañas anuales contra el hambre, y el problema está lejos de ser resuelto: es un problema estructural. Juan Pablo II, a propósito del jubileo del 2000, pidió la condonación de la deuda externa de los países ricos hacia los pobres; esto podía haber sido un primer paso, pero ni siquiera ese paso se dio. A cualquier persona con un mínimo de sensibilidad se le cae la cara de vergüenza al contemplar el escaso o nulo interés de los países más poderosos cuando se organizan “Cumbres de la Tierra” para solucionar el problema del hambre. Es posible que esa solución requiera de un milagro, pero ese milagro no vendrá desde el cielo; arrancará necesariamente de la actitud de quienes comparten lo que poseen. La globalización tendría que ser de la solidaridad, de los recursos al servicio de todos, de la justicia y de la paz, de una relación fraterna entre todos los pueblos. Entender que el mundo pertenece a todos y que sus recursos están al servicio de todos y que, además, todos merecemos por igual la oportunidad de vivir en él es fundamental para la solución a la bochornosa situación actual.
El hambre se ha utilizado para someter y subyugar a pueblos enteros. Se ha utilizado como arma de guerra y de tortura. Se ha utilizado como medio de presión política y económica... y se sigue utilizando hoy como herramienta de desprecio y de muerte hacia miles de seres humanos. Y esta situación de ojos cerrados o de mirada desviada hacia otra parte, sigue clamando a Dios tanto como la sangre de Abel o la opresión de su pueblo en Egipto.
Con la que nos está cayendo solo una opción radical por la solidaridad nos puede ayudar a sobrevivir a esta crisis. Cambiar nuestra mentalidad de obtener beneficio por la de qué es mejor para el otro, para el más desfavorecido. Las soluciones que nos ofrecen no piensan en los que más necesitan, sino en el propio interés. El ejemplo nos lo dieron hace pocos días cuando al imponernos el copago sanitario, especialmente en las pensiones más bajas, nos dijeron que 8€ son cuatro cafés, y es cierto, pero para muchas personas eso puede suponer la diferencia entre comer o no durante varios días. 

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